Psicología
Soy psicólogo y estas son las señales que me hacen pensar en una herida de abandono
El miedo a perder el vínculo condiciona todas nuestras relaciones

Miedo al abandono / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
En consulta, hay heridas emocionales que no se expresan con palabras, pero que se hacen evidentes en el modo de mirar, en la manera de vincularse, en el tono con el que alguien habla de sí misma o de sí mismo. La herida de abandono es una de las más comunes y, al mismo tiempo, una de las más invisibles. No aparece en forma de cicatriz visible, pero sí en actitudes, miedos y patrones que se repiten a lo largo de los años.
A lo largo de mi práctica como psicólogo, he aprendido a detectar ciertos indicadores que me alertan de la posible presencia de esta herida. No se trata de encasillar a nadie, sino de acompañar desde una mayor comprensión. Porque muchas veces, quien llega a consulta sintiéndose “demasiado intensa”, “necesitado”, o con una angustia que no sabe explicar, está hablando de una historia donde se sintió emocionalmente sola o solo.
La herida de abandono no surge únicamente de la ausencia física. A veces, quienes más han estado presentes físicamente han estado emocionalmente ausentes. Y ese tipo de abandono es aún más difícil de identificar. Porque no se puede reclamar algo que, en apariencia, no faltó. Pero el cuerpo lo recuerda, la autoestima lo arrastra y las relaciones adultas lo evidencian.
Cómo se forma esta herida y por qué nos marca tanto
Hablar de una herida de abandono es hablar de una necesidad básica no satisfecha. Todas las personas nacemos con un deseo innato de vincularnos, de ser vistas, escuchadas, sostenidas. En los primeros años de vida, nuestra supervivencia emocional depende del vínculo con quienes nos cuidan. Si en esos momentos clave no encontramos una figura que nos proporcione presencia estable, validación emocional y contacto afectivo, es probable que se genere una huella de inseguridad.
Esta inseguridad temprana no siempre se manifiesta en la infancia de forma directa. A veces somos niñas o niños que se adaptan, que aprenden a no molestar, a no pedir, a no necesitar. Pero esa aparente madurez precoz esconde una renuncia: la de ser sostenidos de verdad. Y más adelante, en la adultez, aparecen las consecuencias. Relaciones donde se da más de la cuenta, miedo al rechazo, angustia ante la distancia o necesidad constante de validación externa.
Una de las claves para entender esta herida es que no se trata solo de lo que ocurrió, sino de lo que no ocurrió. No siempre hay una historia traumática evidente. Puede que no haya habido gritos, ni maltratos, ni divorcios dramáticos. Puede que simplemente haya habido silencio, frialdad, ausencia emocional. Una madre o un padre que no sabía conectar, una figura de apego que estaba físicamente pero emocionalmente desconectada.
Y eso duele. Porque genera una contradicción interna: por un lado, el deseo de cercanía, y por otro, el temor constante a perderla. Así, muchas personas con herida de abandono oscilan entre la necesidad de apegarse y el miedo a que, si lo hacen, las vuelvan a dejar. Y en esa oscilación, se desgasta la autoestima, se erosiona la tranquilidad emocional y se perpetúa un ciclo de relaciones insatisfactorias.
Las señales que indican que una herida de abandono podría estar presente
Como psicólogo, hay ciertas actitudes, frases o formas de vincularse que me hacen pensar en la posibilidad de una herida de abandono. No es un diagnóstico ni una etiqueta, sino un punto de partida para acompañar con más cuidado.
Estas son algunas de las señales más comunes que observo en quienes llevan esta herida:
1. Miedo excesivo a que las personas importantes se alejen
Aunque la relación sea estable, existe una ansiedad constante a que el otro se vaya, se canse o desaparezca sin explicación.
2. Necesidad intensa de validación externa
El valor propio depende casi exclusivamente de lo que el otro diga, haga o deje de hacer.
3. Dificultad para estar sola o solo
La soledad no se vive como un espacio de conexión interior, sino como una amenaza o una señal de rechazo.
4. Alta tolerancia a relaciones dañinas
Por miedo a quedarse sin vínculo, muchas personas con esta herida soportan dinámicas que les hacen daño, con la esperanza de que la otra persona cambie o vuelva a ser como antes.
5. Idealización rápida de quienes ofrecen afecto
Una atención mínima puede interpretarse como amor profundo, lo que lleva a una entrega precoz sin garantías reales de reciprocidad.
6. Dificultad para confiar
Aunque se desea el vínculo, existe una sospecha constante de que en cualquier momento la otra persona se va a ir o a dejar de querer.
7. Sensación de no ser suficiente
La autoestima está erosionada por una creencia interna de carencia afectiva: “algo en mí no es digno de amor duradero”.
8. Hipervigilancia emocional
Se analizan constantemente las señales del otro, buscando pistas de que algo está mal o de que el abandono se avecina.
9. Complacencia extrema
Se adapta el comportamiento, los gustos y hasta las opiniones con tal de agradar y evitar el rechazo.
10. Tristeza profunda tras cada despedida, incluso si es temporal
Un simple “hasta luego” puede activar una angustia desproporcionada, como si esa persona no fuese a volver.
Aprender a avanzar
La herida de abandono no es una sentencia. Es una historia emocional que, cuando se reconoce, puede dejar de doler como antes. Como psicólogo, he visto cómo personas que se sentían rotas, que se culpaban por “sentir demasiado”, empiezan a mirarse con compasión cuando entienden de dónde viene ese miedo, esa angustia o esa necesidad.
Porque nadie nace sabiendo amar. Aprendemos a amar como nos amaron, como nos sostuvieron o como no lo hicieron. Y en ese aprendizaje, muchas veces hay vacíos que necesitan ser mirados, abrazados y resignificados.
Reconocer estas señales no es debilidad. Es valentía. Y comenzar a sanar una herida de abandono es, en realidad, un acto profundo de amor hacia quien fuimos, hacia quien somos y hacia la persona que aún podemos llegar a ser.
* Ángel Rull, psicólogo.
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