Psicología

¿Tienes ansiedad cada vez que vuelves al pueblo? Esto es lo que siento como psicólogo sobre identidad y territorio

Nuestros orígenes pueden generar malestar sobre lo que somos

La ansiedad al volver al pueblo

La ansiedad al volver al pueblo / 123RF

Ángel Rull

Ángel Rull

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Regresar al pueblo de origen suele evocarse como un acto cálido, casi nostálgico. Muchas veces se asocia con una vuelta al hogar, con sabores conocidos, paisajes familiares y encuentros con quienes han formado parte de nuestra historia. Sin embargo, para muchas personas, esa visita breve a la tierra que les vio crecer también puede convertirse en una experiencia cargada de ansiedad, incomodidad o incluso desconexión interna.

Este malestar no siempre se explica de manera evidente. Puede surgir días antes del viaje, al hacer la maleta, al entrar en el coche o al cruzar la calle principal del pueblo. A veces, ni siquiera hay una razón concreta. Simplemente algo dentro se contrae, se tensa, se calla. Como si una parte de nosotras o nosotros supiera que estamos entrando en un territorio que ya no nos representa del todo, aunque nunca dejara de ser nuestro.

Como psicólogo, he escuchado esta vivencia en múltiples formas. Personas que se sienten atrapadas en versiones antiguas de sí mismas. Otras que temen los comentarios familiares, el juicio sobre sus elecciones vitales o el reencuentro con vínculos dolorosos del pasado. Lo que para algunas es un reencuentro con sus raíces, para otras puede ser un regreso a una tierra emocional no resuelta.

Identidad, pertenencia y la vida que dejamos atrás

Uno de los aspectos más complejos al volver al pueblo es el que tiene que ver con la identidad. Cuando nos marchamos, solemos hacerlo en busca de nuevos horizontes: estudios, trabajo, relaciones, independencia. Nos reconstruimos en otros contextos, con otras dinámicas, con personas que nos ven desde lo que somos hoy, no desde lo que fuimos.

Pero cuando volvemos, muchas veces lo hacemos a una escena que permanece detenida en el tiempo. Allí no solo nos espera la casa familiar, sino también la mirada de quienes nos conocieron en versiones anteriores: cuando aún no habíamos elegido con claridad, cuando nuestras decisiones estaban más sujetas al entorno o cuando no habíamos puesto nombre a lo que ahora sí sabemos que somos.

Esa discrepancia entre lo que fuimos y lo que somos puede generar un fuerte ruido interno. No porque haya algo malo en el pasado, sino porque al volver, a veces sentimos que no hay espacio para mostrar lo nuevo. Que tenemos que encajar, disimular, callar ciertas partes. Que, si nos mostramos auténticas o auténticos, corremos el riesgo de no ser comprendidos, o incluso rechazados.

Volver al pueblo también nos confronta con la posibilidad de no pertenecer del todo a ningún lado. Ya no encajamos allí, pero tampoco nos sentimos completamente de la ciudad a la que nos mudamos. Esa sensación de extranjería, de tierra de nadie, puede provocar un vacío identitario difícil de nombrar. Una especie de nostalgia por algo que, aunque familiar, ya no es hogar.

Diez cosas que nos generan ansiedad al volver al pueblo

Volver al pueblo activa múltiples emociones que, aunque silenciosas, pueden tener un impacto profundo en nuestro estado anímico. Estas emociones no indican ingratitud ni falta de aprecio por el origen. Hablan, más bien, de una transformación que muchas veces ocurre en silencio y que no siempre encuentra un espacio seguro para expresarse.

Estas son las diez más frecuentes:

1. Sentir que debemos justificar nuestra vida actual

Explicar por qué vivimos donde vivimos, por qué no tenemos pareja, hijos o una casa en propiedad.

2. Escuchar juicios sobre nuestras decisiones

Comentarios sobre nuestra forma de vestir, hablar, trabajar o vivir pueden doler más de lo que parecen.

3. Reencontrarnos con vínculos familiares conflictivos

Volver significa también revivir dinámicas no resueltas con padres, madres, hermanas o hermanos.

4. Tener que interpretar un papel

Fingir entusiasmo, ocultar malestar o mostrarse disponible cuando no se desea.

5. Dormir en habitaciones que ya no sentimos nuestras

Espacios donde se vivieron etapas difíciles, o que nos recuerdan a épocas que ya no queremos habitar.

6. Sentir que nos observan constantemente

La sensación de ser evaluadas o evaluados por quienes nunca se fueron.

7. Recordar lo que no fue

Encuentros con personas que representan caminos no tomados, relaciones frustradas o proyectos que quedaron atrás.

8. Desencajar

No compartir valores, ritmos o formas de vida con el entorno actual del pueblo.

9. Culpa por no querer estar más tiempo

Experimentar malestar por no sentirse bien en el lugar que debería significar refugio.

10. Dificultad para expresar lo que se siente

No encontrar un espacio donde poder hablar de esto sin sentir que se falta al respeto al pueblo o a la familia.

El mito del “regreso feliz” y la presión por agradecer

Socialmente, se ha instalado la idea de que volver al pueblo debe ser una experiencia positiva. Se espera que disfrutemos de la comida de casa, del aire limpio, de las caras conocidas. Que nos sintamos en paz, en conexión con nuestras raíces. Que valoremos el esfuerzo de quienes se quedaron. Y que, por supuesto, estemos disponibles para todo lo que se planifique durante esos días.

Este mandato puede ser opresivo. Especialmente cuando no se ajusta a nuestra realidad emocional. Si en el pueblo vivimos experiencias difíciles, si hay relaciones familiares tensas, si sentimos que nuestra evolución no es comprendida, el regreso no se vive como una celebración, sino como una obligación.

La presión por estar agradecidas o agradecidos también puede llevar a negar el malestar. A decirnos “tengo que ir”, “es lo correcto”, “solo son unos días”. Pero detrás de esas frases, muchas veces se esconde una incomodidad legítima que merece ser escuchada. Porque agradecer no significa silenciarse. Y valorar el origen no implica quedarse atrapadas o atrapados en dinámicas que nos dañan.

Aprender a revisar críticamente la experiencia del regreso permite establecer una relación más consciente con el pueblo. Una relación que no se base en la culpa o la obligación, sino en la elección. Ir porque se desea, no porque se debe. Estar porque hay vínculo, no porque hay mandato. Y poder también decir que no, sin sentirse en falta.

El regreso es también una forma de explorarnos

Volver al pueblo no es solo un viaje físico. Es un recorrido emocional, simbólico, muchas veces contradictorio. Nos confronta con lo que fuimos, con lo que somos, y con lo que el entorno espera que seamos. Puede despertar alegría, pero también incomodidad. Y ambas emociones merecen ser escuchadas.

Como psicólogo, he aprendido que esas visitas temporales pueden ser oportunidades valiosas para revisar vínculos, actualizar roles y construir nuevas formas de estar. No desde el deber, sino desde el deseo. No desde la nostalgia forzada, sino desde la autenticidad. Y, sobre todo, no desde la culpa, sino desde el cuidado de la propia historia.

No todas las personas encuentran paz al regresar. Pero muchas sí logran, con el tiempo, encontrar un modo propio de habitar ese regreso. Un modo en el que la memoria no ahogue el presente, y en el que el amor por el origen no implique renunciar a la propia libertad. Porque a veces, para poder volver de verdad, primero hay que permitirse no encajar.

* Ángel Rull, psicólogo.