Psicología
Esto es lo que nos enseña Bruce Hood sobre la felicidad en el día a día
Ser feliz no es solo una cuestión de acontecimientos externos

La felicidad en el día a día / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
Bruce Hood, psicólogo experimental y profesor en la Universidad de Bristol, ha dedicado gran parte de su trabajo a desmontar mitos sobre la felicidad. En su obra más reciente, Hood pone el foco en un hecho tan simple como revelador: muchas de las cosas que creemos que nos harán felices, en realidad no lo consiguen. Lo más llamativo es que seguimos persiguiéndolas, una y otra vez, como si esta vez sí fueran a funcionar.
La cultura contemporánea promueve una visión de la felicidad vinculada al consumo, al logro y al estatus. Desde pequeños y pequeñas se nos enseña que cuanto más tengamos, más felices seremos. Pero lo que muestra la investigación de Hood es que esa búsqueda externa tiene un efecto fugaz. Comprar algo nuevo, recibir halagos o alcanzar una meta importante nos da una inyección momentánea de satisfacción, pero esta disminuye rápidamente, y pronto sentimos que necesitamos más.
Este fenómeno se conoce como “adaptación hedónica”: la capacidad que tenemos de acostumbrarnos a las cosas buenas con tanta rapidez que dejan de producirnos placer. Bruce Hood insiste en que, si de verdad queremos construir una vida más plena, debemos dejar de buscar la felicidad en el lugar equivocado y comenzar a mirar hacia dentro. La clave no está en lo que conseguimos, sino en cómo vivimos lo cotidiano.
El yo ilusorio: cuando el ego nos aleja del bienestar
Una de las ideas centrales en la obra de Bruce Hood es que nuestra noción del “yo” es una construcción mental. Es decir, la imagen que tenemos de nosotras y nosotros mismos no es tan estable ni tan real como creemos. Esta ilusión del yo, según explica Hood, está compuesta por recuerdos, proyecciones y narrativas que hemos ido construyendo con el tiempo, muchas veces sin darnos cuenta.
Esta idea puede resultar desconcertante, pero tiene una enorme relevancia emocional. Cuando vivimos demasiado identificados con nuestro ego, con esa imagen rígida de quienes somos, nos volvemos más vulnerables a la comparación, al juicio y a la inseguridad. Sentimos que necesitamos demostrar algo constantemente para confirmar nuestro valor, y eso nos coloca en una carrera interminable que termina generando ansiedad, agotamiento y sensación de vacío.
Comprender que el yo es más flexible de lo que pensamos nos libera. Nos permite no tomarnos tan en serio nuestros pensamientos, dejar de engancharnos a ciertas emociones y abrirnos a nuevas formas de estar en el mundo. Para Hood, una vida feliz no pasa por fortalecer la idea del yo, sino por trascenderla. Y esto implica aprender a observarse sin juicio, con amabilidad, y sin la necesidad constante de definirse o validarse.
La paradoja del propósito: menos planes, más presencia
Otra enseñanza valiosa que Bruce Hood plantea es que perseguir un propósito de vida no siempre garantiza una mayor felicidad. En muchas ocasiones, la obsesión por encontrar “el gran sentido” nos aleja de los pequeños momentos que realmente nutren nuestro bienestar. En su enfoque, lo importante no es tener un propósito fijo e inamovible, sino conectar con actividades significativas en el día a día.
Esto no significa renunciar a metas o a proyectos personales. Pero sí implica cambiar el foco. En lugar de preguntarnos constantemente si estamos cumpliendo con nuestra “misión” en la vida, podríamos preguntarnos: ¿Qué me aporta este momento? ¿Cómo puedo estar presente en lo que estoy haciendo? ¿Qué valor encuentro en lo cotidiano, más allá del resultado?
Las personas más felices, según los estudios citados por Hood, no son necesariamente quienes han logrado más, sino quienes han aprendido a disfrutar del proceso. Cocinar con atención, compartir una conversación sincera, cuidar una planta, caminar sin prisas… Todos estos actos pueden parecer irrelevantes, pero cuando se viven con atención plena, se convierten en fuentes auténticas de bienestar. La felicidad, entonces, deja de ser una meta para convertirse en una forma de habitar la vida.
Conexión humana: el antídoto contra la infelicidad moderna
Uno de los hallazgos más consistentes en la psicología de la felicidad es que los vínculos afectivos son el factor que más contribuye a una vida plena. Bruce Hood lo resalta de manera clara: la conexión con otras personas no es un añadido, es una necesidad emocional básica. Sin embargo, en un mundo cada vez más individualista, hiperconectado pero solitario, este aspecto se descuida con frecuencia.
El aislamiento emocional, el exceso de tiempo frente a pantallas o la superficialidad en las relaciones pueden mermar nuestro bienestar sin que lo notemos. Podemos tener cientos de contactos en redes sociales, pero sentirnos profundamente solos. Podemos mantener conversaciones diarias, pero sin intimidad real. Hood insiste en que lo que necesitamos no es más interacción, sino más conexión. Y eso implica presencia, escucha, vulnerabilidad y tiempo compartido.
Compartir con otras personas nuestras alegrías, frustraciones, dudas o anhelos no solo fortalece el vínculo, sino que también mejora nuestra salud mental. Las personas que se sienten acompañadas y valoradas muestran niveles más bajos de ansiedad, mayor satisfacción vital y una mayor resiliencia emocional. Por eso, construir relaciones nutritivas es una inversión directa en la felicidad cotidiana.
El error de posponer la alegría: vivir ahora, no después
Una de las trampas más comunes en las que caemos al pensar en la felicidad es posponerla. Creemos que seremos felices “cuando termine esta etapa”, “cuando logre esto” o “cuando todo se calme”. Bruce Hood cuestiona esta lógica aplazada y propone una idea que puede resultar incómoda pero profundamente liberadora: si no sabemos vivir felices ahora, probablemente tampoco lo sabremos después.
Esto no significa ignorar las dificultades ni caer en un optimismo ingenuo. Significa reconocer que, incluso en medio de la incertidumbre o de la rutina, existen momentos que pueden ser valiosos. Esperar a que todo esté perfecto para disfrutar de la vida es una forma de autoengaño que nos roba el presente. Y el presente es el único tiempo donde ocurre realmente la felicidad.
Bruce Hood defiende que la práctica de la gratitud, el humor cotidiano y la capacidad de asombro son herramientas concretas para entrenar una mirada más amable hacia la realidad. No se trata de negar lo que duele, sino de aprender a ver también lo que sostiene, lo que acompaña, lo que da sentido. Así, la felicidad deja de ser una promesa futura y se convierte en una experiencia que cultivamos a cada paso.
Una felicidad más realista y más humana
Las enseñanzas de Bruce Hood nos invitan a repensar lo que entendemos por felicidad. No como una meta lejana o una emoción constante, sino como una forma de relacionarnos con el mundo, con nosotras mismas y con los demás. Una felicidad más silenciosa, menos espectacular, pero más sostenible. Que no depende de lo que tenemos, sino de cómo miramos y habitamos lo que ya está.
En un tiempo donde se nos bombardea con fórmulas rápidas, promesas de éxito y discursos de autoexigencia, volver a lo esencial puede ser un acto profundamente revolucionario. Estar presentes, cuidar los vínculos, no creernos todo lo que pensamos, disfrutar de lo pequeño. Eso, aunque parezca sencillo, es lo que verdaderamente transforma el día a día.
La felicidad, al final, no es un destino, sino una manera de caminar. Y en ese camino, como recuerda Hood, hay más sabiduría en la simplicidad que en la acumulación. Solo hace falta detenerse un momento, respirar, y prestar atención a lo que ya está ocurriendo en este preciso instante.
* Ángel Rull, psicólogo.
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