Psicología

Soy psicólogo y este es el patrón que veo en las personas que siempre atraen las mismas relaciones tóxicas

Repetir vínculos se relaciona con malos aprendizajes del pasado

Relaciones tóxicas

Relaciones tóxicas / 123RF

Ángel Rull

Ángel Rull

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Muchas personas repiten una y otra vez el mismo tipo de relación sin saber por qué. Cambian de pareja, cambian de entorno, incluso cambian de ciudad, pero se encuentran siempre en vínculos donde terminan sintiéndose anuladas, poco valoradas o emocionalmente heridas. La narrativa habitual suele ser “tengo mala suerte” o “siempre me tocan personas iguales”. Pero desde la psicología sabemos que no se trata de azar: suele haber un patrón emocional profundo que guía esas elecciones.

Este patrón no es evidente al principio. Las personas afectadas pueden sentirse intensamente atraídas por alguien, sin darse cuenta de que esa atracción tiene raíces en experiencias emocionales no resueltas. Lo que se repite no es solo el perfil de la otra persona, sino la dinámica relacional. Esa sensación de tener que esforzarse mucho para ser queridas, de no saber dónde se está parado o parada en la relación, de sentirse constantemente juzgadas o manipuladas.

Detrás de esa repetición hay una búsqueda inconsciente de reparación. Como si el sistema emocional intentara reescribir una historia anterior que no cerró bien. Por eso, se vuelve a elegir a alguien con quien se pueda revivir esa herida antigua. Pero lo que ocurre en la mayoría de los casos es que la herida se reactiva, y el ciclo vuelve a comenzar.

Vínculos de infancia y el molde emocional que nunca se cuestiona

Los primeros años de vida son determinantes para la forma en que aprendemos a relacionarnos. Las niñas y los niños no solo aprenden a hablar o caminar, también aprenden a amar, a vincularse, a leer señales emocionales. Si en esos años los cuidadores fueron inconsistentes, fríos, sobreprotectores o muy críticos, el mensaje que se internaliza no tiene que ver con el amor incondicional, sino con la necesidad de adaptarse para ser aceptados.

Este tipo de aprendizaje emocional genera una estructura interna que funciona como un molde. Un molde que define qué se considera “normal” o “familiar” en una relación, incluso cuando eso incluye maltrato, desprecio o inestabilidad. Es decir, no buscamos lo que nos conviene: buscamos lo que conocemos. Y muchas veces, lo conocido está atravesado por el dolor.

Este molde no se elige de manera consciente. Por eso, una persona puede sentirse genuinamente sorprendida al descubrir que ha vuelto a una relación donde se repite el mismo patrón de sufrimiento. El vínculo parece diferente al principio, pero las dinámicas se reproducen: dependencia emocional, falta de límites, miedo al abandono, culpa. Comprender que estas elecciones están profundamente influenciadas por los vínculos primarios permite dejar de juzgarse y comenzar a transformarlas.

La herida de no sentirse suficiente y la búsqueda de validación

Una de las heridas más frecuentes en quienes repiten relaciones tóxicas es la sensación de no ser suficientes. Esta creencia puede tener muchas formas: no soy lo bastante interesante, lo bastante atractiva, lo bastante inteligente, lo bastante buena. Cuando esta idea está instalada, se tiende a entrar en relaciones con una necesidad constante de validación externa.

Ese deseo de ser elegidas o elegidos lleva a tolerar comportamientos que deberían ser inaceptables: indiferencia, control, mentiras, humillación. Se entra en una dinámica donde el amor se convierte en algo que hay que ganarse, en lugar de una experiencia de reciprocidad. La persona empieza a sobreesforzarse, a justificarse, a ceder continuamente para evitar que la otra parte se aleje.

Lo más paradójico es que, en este tipo de relaciones, cuanto más se da, menos se recibe. Y eso no se vive como una señal de alarma, sino como una confirmación de que hay algo mal en uno o una misma. Así se alimenta un círculo vicioso: me siento insuficiente, elijo a alguien que refuerza esa idea, me esfuerzo por cambiarlo, no lo consigo, y la herida se profundiza. Romper con este ciclo requiere, ante todo, poner el foco dentro y no fuera.

El miedo al abandono como motor oculto

Detrás de muchas elecciones afectivas dolorosas hay un temor intenso a ser abandonados. Este miedo no siempre se expresa de manera directa. Puede aparecer como dependencia, como necesidad de control, o incluso como aparente frialdad. Pero en el fondo hay una sensación persistente de que, si se muestra la verdadera personalidad, la otra persona se irá. Por eso se adoptan roles, se fingen intereses, se evita el conflicto. Todo para mantener a la otra parte cerca.

Este miedo es tan poderoso que, a veces, la sola idea de quedarse sola o solo genera una angustia tan grande que se prefiere estar en una mala relación que enfrentar la soledad. Incluso cuando la relación hace daño, se aguanta, se justifica, se racionaliza. Se prefiere soportar lo conocido que arriesgarse a un vacío emocional que parece insoportable.

Lo más importante a entender es que este miedo no se combate con voluntad ni con lógica. Es una reacción profundamente emocional, muchas veces construida en etapas tempranas de la vida donde la separación o la desconexión emocional fueron vividas como amenazas reales. Solo cuando se reconoce este miedo y se le da espacio para ser escuchado, se puede comenzar a vivir los vínculos desde un lugar más libre y menos reactivo.

La falsa ilusión de cambiar al otro: una trampa emocional muy común

Otra constante en quienes repiten relaciones tóxicas es la esperanza de que esta vez sí lograrán que el otro cambie. Esta ilusión de transformación suele estar presente desde muy temprano en el vínculo: “no era así con otras personas”, “conmigo se comporta diferente”, “yo entiendo lo que necesita”. Esta narrativa convierte a la persona en responsable del bienestar emocional de su pareja, lo cual genera una carga inmensa y muy poco saludable.

La fantasía de rescatar o sanar al otro no es solo un gesto de amor; muchas veces es una forma de seguir evitando mirar la propia herida. Si me concentro en lo que la otra persona necesita, no tengo que preguntarme qué necesito yo. Si me esfuerzo por salvarle, no tengo que enfrentar el dolor de no haber sido cuidada o cuidado en el pasado. Así, la entrega se convierte en una forma de anestesia emocional.

Pero esta ilusión tiene un coste muy alto. La persona se va perdiendo a sí misma, va dejando de lado sus límites, sus deseos, sus prioridades. Y lo más doloroso es que, al final, el otro no cambia. No porque no lo merezca, sino porque nadie puede transformar a otra persona si esa persona no lo desea. Reconocer esto no es rendirse, es empezar a dejar de vivir relaciones donde se sacrifica la propia salud emocional.

Romper el patrón no es culpa ni destino, es conciencia

Quienes repiten relaciones tóxicas no están rotas, ni tienen mala suerte, ni están destinadas a sufrir. Lo que tienen es una estructura emocional que aprendió, en algún momento, que el amor duele, que el vínculo es incierto, que hay que ganarse el afecto. Y esa estructura no se cambia con reproches ni con consejos, se cambia con conciencia, con tiempo y con un trabajo profundo de autocomprensión.

Romper el patrón no implica nunca más equivocarse. Significa empezar a elegir desde otro lugar, con más claridad, con más amor propio, con más capacidad de identificar las señales tempranas que antes se pasaban por alto. Significa, también, aprender a estar con una misma sin miedo, para no buscar en otras personas lo que solo se puede construir dentro.

Como psicólogo, lo que más he visto en estos procesos no es debilidad, sino una enorme fuerza. La fuerza de quien decide mirar hacia adentro, desmontar viejas creencias, y volver a empezar desde un lugar más sano. Porque nadie merece repetir el dolor una y otra vez. Y porque sanar también es, en muchos casos, dejar de buscar fuera lo que siempre estuvo esperando dentro.

* Ángel Rull, psicólogo.