Entrevista

Paz García-Portilla: "Los psiquiatras atendemos a muchas personas con problemas cotidianos que realmente no son trastornos mentales"

"Yo era muy mala estudiante y entré en Medicina la última de 250"

"Los mayores riesgos para la salud psíquica son las adicciones, para los jóvenes; el estrés laboral; y la soledad, para los mayores"

"A todo el mundo le digo: 'Con el WhatsApp ni trabajas ni estudias'. Yo solo lo leo por la noche. Quien quiera hablar conmigo, que me llame por teléfono"

Paz García-Portilla, el viernes, en Oviedo.

Paz García-Portilla, el viernes, en Oviedo. / Fernando Rodríguez

Pablo Álvarez

Oviedo
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Paz García-Portilla González (Gijón, 1962) es catedrática de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo. El pasado diciembre, ingresó como miembro de número en la Real Academia de Medicina y Cirugía del Principado de Asturias, de la que hasta entonces solo formaban parte con plenos derechos dos mujeres: Aurora Astudillo González (anatomía patológica) y Marta García Clemente (neumología). El acto se desarrolló en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo (calle San Francisco).

Ingresó usted en la Real Academia de Medicina. ¿Qué tal?

Es un honor pertenecer a la máxima institución dentro de la carrera profesional de una persona. Y supone el reconocimiento a toda una dedicación no solo a las facetas docente, asistencial e investigadora, sino también a la trayectoria personal. En resumen, significa muchísimo.

Usted ha sido la segunda mujer en España en acceder a una cátedra de Psiquiatría, y ahora la tercera en acceder a un sillón de número de la Real Academia de Medicina de Asturias. ¿Ser mujer le ha supuesto algo especial?

He sido miembro de la junta directiva de la Sociedad Europea de Psiquiatría, y allí a las mujeres nos hicieron esta misma pregunta. Nunca he encontrado ninguna diferencia entre ser hombre y ser mujer, ninguna barrera. No dudo de que otras personas la hayan encontrado, pero yo nunca me he encontrado con un techo de cristal. En mi familia fuimos cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres, y mis padres nos trataron por igual: el legado que querían dejarnos a todos era una carrera universitaria y el carné de conducir. Y puedo decir que mi mentor y la persona que me ha ayudado a llegar donde estoy, Julio Bobes, siempre me animó a progresar y tomar mis propias decisiones.

¿Cómo fue su infancia?

Mis padres vivían en La Felguera, pero me fueron a nacer a Gijón. Mi padre era el director de la Bayer. Cuando yo tenía 14 años, y para facilitar que pudiéramos ir a la Universidad, vinimos a vivir a Oviedo.

Antes de entrar en la Facultad había muerto mi madre de un infarto de miocardio y cuando estaba en segundo de carrera falleció mi padre

¿Cuáles considera los hitos más relevantes de su trayectoria

Yo era muy mala estudiante y entré en Medicina con un número bastante bajo, en la repesca de noviembre. Empezamos la carrera 250: 125 del distrito de Oviedo y 125 del distrito de León. Yo entré la última junto a un gran amigo que ahora es ginecólogo en Canarias, José Fernando González Hidalgo, “Petapo”, que entró el penúltimo. Su padre era el otorrino de LIanes y nosotros siempre veraneábamos en LIanes. Nos recibió el decano, Antonio Pérez Casas para darnos la enhorabuena. Para mí fue importante empezar Medicina y más importante terminar la carrera. Antes de entrar en la Facultad había muerto mi madre de un infarto de miocardio y cuando estaba en segundo de carrera falleció mi padre, también de un infarto de miocardio. Haber terminado la carrera prácticamente año por año, con una libertad totalmente inexplicable en aquellos momentos, fue algo importante. Mis hermanos mayores se casaron y quedamos en casa el hermano que iba detrás de mí y yo con nuestro abuelo… En algunos momentos, mi casa era un poco extraña: todos los amigos nos reuníamos allí. Ya digo que terminar la carrera en estas condiciones y sin que me gustara estudiar fue un hito…

¿Y después?

Ya digo que nunca me gustó estudiar. Así y todo, intenté hacer el MIR. Me fui a Madrid con una compañera, Cristina Lombardía. Perico Delgado ganó la Vuelta a España y nos fuimos a Segovia… Con otros compañeros estuvimos en un colegio mayor, nos lo pasamos fenomenal pero yo no me presenté al MIR. Mal. Jaime Baladrón, que es más joven que yo y venía por detrás, trató de animarme a intentarlo de nuevo, pero me negué. Entonces me planteé tres posibilidades: seguir en la Universidad por bioquímica, radiología o psiquiatría. Fui a hablar con el profesor Santiago Gascón, con un profesor de radiología y con el profesor Julio Bobes. Y Bobes me dijo: “Va a haber un concierto para que personas vinculadas a la Universidad puedan hacer también asistencia”. Entré en la Facultad de Medicina y nunca más volví a salir de ella. Han pasado casi 40 años y es mi sitio preferido. No sé si mi segunda casa o la primera, aunque desde hace unos años también hago asistencia.

¿Qué es eso que la aporta la Facultad de Medicina?

Un montón de cosas. Ser creativa, enriquecerme por las tardes con los doctorandos, con la investigación, con los artículos… De los pacientes también aprendes mucho, que conste. Yo creo que la asistencia te absorbe energía y la Facultad te la da. Aprendes mucho de todo el contacto con los alumnos, con otros centros españoles, con otros investigadores, con otra gente que tiene la misma inquietud… Llegar a catedrática supuso el máximo reconocimiento que hay dentro de la Universidad…

Deberíamos aspirar a acumular más experiencias, positivas y negativas, son lo que enriquece a una persona más que tener cosas

¿Tienes más pasión por la asistencia o por la investigación?

Soy muy vaga físicamente. Moverme de un sitio a otro me da mucha pereza. Eso sí, cuando me meto en una cosa puedo estar diez horas sin moverme. No me gusta perder el hilo. Pero tienes que ir a clase y la verdad es que me encanta. Me gusta estar en contacto con la gente joven, ver que aprenden. Ya digo que de los doctorandos aprendo mucho: me enseñan estadística, inteligencia artificial, me enseñan a estar al día de las cosas… A mí me gusta innovar, no me gusta apalancarme en una cosa. Ellos sí que me dan mucho feedback.

¿Cómo ve a las nuevas generaciones de universitarios y a las nuevas generaciones de médicos?

Los veo diferentes, ni mejor ni peor. Están en un contexto distinto. Siempre me sentí muy identificada con ellos, pero ahora considero que no estoy en su onda. Me gusta hablar con ellos y ver cosas. Viven en otro mundo: el mundo de las redes sociales. También me planteo lo que mis padres decían de mi época, o lo que decían los padres de mis padres… Pienso que todo, sabiendo utilizarlo, es bueno. Quizá estas generaciones están más protegidas de lo que estuvimos nosotros. A nosotros nos costó más, teníamos menos disposición de cosas. Yo vengo de una familia solvente económicamente, pero nunca tuve tantas cosas como han tenido mis sobrinos. También pienso que el mundo está desfasando un poco, que ha perdido el norte, que es una acumulación de cosas y demás. Poder viajar me parece fantástico, hacer un Erasmus… Yo lo hice durante el doctorado, pero me habría encantado poder hacerlo durante la carrera.

¿Cuestión de prioridades?

Pienso que las personas deberíamos aspirar a acumular más experiencias, positivas y negativas. Las experiencias son lo que enriquece a una persona, mucho más que tener cosas. Yo he tenido experiencias muy negativas en mi vida y creo que también me han dado una madurez, una responsabilidad, una capacidad de gestionar situaciones. Quizá veo un poco de inmadurez en las generaciones actuales como consecuencia de esa sobreprotección. Las personas tenemos que equivocarnos, meter la pata, para orientar el camino. En la consulta tengo profesores, y lo que cuentan es terrible. No por los adolescentes, sino por los padres… Vivimos para reclamar nuestros derechos, pero nunca pensamos en nuestras obligaciones.

Usted perdió a sus padres siendo joven y a sus dos hermanos en edades prematuras. ¿Cómo gestionó esos duelos?

Como pude o supe, especialmente los de mis padres. Con 17 años no piensas en esas cosas, en que tus padres pueden morir, pero a nosotros nos pasó no solo una vez, sino que tres años después se repitió la situación. Lo superé, me imagino, gracias a mis hermanos, a mi abuelo, al que teníamos que cuidar, y a mis amigos. El tener que estudiar también tuvo su valor. Estaba en la búsqueda de una vida adulta y creo que eso también facilitó el proceso.

¿Y el proceso por sus dos hermanos?

Fueron duelos distintos. Los dos tuvieron también una muerte fulminante o súbita. Con la edad, la mochila de la vida se va llenando, la energía de los 17 años va mermando y va requiriendo más esfuerzo superar las cosas. Me costó especialmente la de mi hermano pequeño: él y yo teníamos amigos comunes, convivimos muchos años y pasamos aventuras increíbles. Nuevamente la familia, sobre todo mis sobrinos, los amigos y el trabajo me ayudaron a procesarlo y digerirlo.

Los premios son herramientas que deberían utilizar los padres para lograr los comportamientos deseados en sus hijos, para transmitir los valores que quieres transmitirles

Según su experiencia en la consulta, ¿cuáles son las claves del equilibrio psíquico para un ciudadano de a pie?

Hablaré de los riesgos actuales para la salud psíquica. Para los adolescentes y los jóvenes, el principal desafío que veo son las adicciones. Adicciones a sustancias y adicciones comportamentales, a redes sociales, a pantallas, a todas estas cosas. Se observa que no están mentalmente preparados para procesar toda la información a la que tienen acceso y eso constituye un problema. Además, en ocasiones esas redes sociales son utilizadas con fines perversos, para hacer daño al otro. Respecto a las sustancias, especialmente el alcohol, creo que en muchas ocasiones tanto los padres como los adolescentes normalizan esa situación. No es cierto que todo el mundo lo haga, pero lo hace el grupo de amigos. Lo deseable es establecer unos valores, una cultura del esfuerzo. Los premios son herramientas que deberían utilizar los padres para lograr los comportamientos deseados en sus hijos, para transmitir los valores que quieres transmitirles.

¿Y los riesgos para los adultos?

El principal, la soledad. Lo vemos en la consulta: nadie tiene tiempo, las personas se sienten solas, se sienten desatendidas por sus hijos, a los que en muchas ocasiones tienen que ayudar, bien acogiéndoles en casa tras una ruptura, bien económicamente, bien con los nietos… renunciando a su descanso merecido tras una vida de esfuerzo y trabajo. Para los adultos más jóvenes, otro factor importante es el estrés laboral, las dificultades en el trabajo, la competitividad, la falta de tiempo para la familia…

¿Qué huella dejó la pandemia de covid-19?

Quizá la idea de frenar un poco. Yo reconozco que intento frenar. Desde la pandemia, a mí también me han cambiado las cosas. Vivir a dos mil por hora, aunque te encante, no es bueno. Y el cuerpo lo paga. Y probablemente muchas de las cosas que están sucediendo en nuestra sociedad, mucha de la presión que hay sobre el sistema sanitario, es por esa falta de desaceleración y de búsqueda de equilibrio mental.

Su grupo de investigación analizó situaciones durante la pandemia…

Ahí vimos que las personas mayores, aun viendo cómo eran se morían sus coetáneos, aguantaban como campeones. Hablamos de gente que ha vivido una posguerra civil, periodos de escasez, tiempos de esfuerzo… una vida más dura que la nuestra que también ayuda a forjar una manera de ser, a tener una mayor resiliencia frente a la adversidad.

La vida dura forja, pero casi nadie la desea…

Obviamente… Y cuanto mejor sea la vida, mejor para todos. Pero entre una vida dura y una vida donde el esfuerzo o el compromiso o la responsabilidad no se vean recompensados quizá haya un término medio. El “todo fluye” no siempre es válido.

Todos buscamos la felicidad…

Y eso es estupendo. Pero quien piense que la vida es solo felicidad tiene un concepto equivocado de la vida. La vida tiene momentos de felicidad y más momentos de posible conflicto. A veces, sesgamos y solo tenemos presentes los momentos malos, pero también experimentamos muchas momentos buenos: “reírnos con nuestros familiares o amigos”, “sentir los rayos del sol sobre nuestra piel”… No estoy hablando de grandes cosas espectaculares, sino de pequeños momentos cotidianos.

¿Usted emplea redes sociales?

Poco… Todo ese fenómeno de las redes sociales me supera un poco. Crea unas necesidades y expectativas difíciles de conseguir. Esa búsqueda incesante de cosas que debemos tener, o de una imagen perfecta, además de consumir un tiempo que no tengo termina creando insatisfacciones y frustraciones… A veces, parece que hay una pérdida del norte, una búsqueda de cosas superficiales en lugar de lo que realmente es el ser humano. Por ejemplo, está muy bien hacer deporte, pero me da la impresión de que la mayoría de la gente no lo hace por mejorar la salud, sino por tener un cuerpo diez, por una estética determinada, unos músculos, delgadez… Pero muy pocas personas trabajan el músculo del cerebro, y ese es el fundamental, es el que nos hace humanos y tenemos que entrenarlo para ser buenas personas y contribuir a mejorar nuestra sociedad.

La organización sanitaria debería ser menos rígida para ayudar a los jóvenes con problemas de salud mental

¿Usted hace deporte?

Reconozco que soy muy sedentaria. Este año hice el Camino de Santiago desde Oporto hasta la frontera, hasta Tui. Ya digo que soy tremendamente vaga físicamente.

¿Cómo analiza la problemática de las tentativas de suicidio? ¿Qué nos está pasando?

Hay que diferenciar cosas. En los suicidios consumados sabemos que la mayor parte de las personas tienen un trastorno mental que no hemos podido controlar, que no hemos podido manejar o que no ha sido identificado. Suele ser un comportamiento meditado y reflexionado durante un tiempo. Las cifras de suicido consumado llevan estables en Asturias muchos años. Las tentativas de suicidio son comportamientos diferentes, con un substrato biológico y psicopatológico muy probablemente distinto. Además, las circunstancias adversas de la vida o los conflictos interpersonales desempeñan un papel desencadenante relevante, especialmente en las personalidades impulsivas en las que el paso al acto es muy rápido e irreflexivo. Incluso mediado por los efectos del alcohol u otras sustancias.

¿Cómo hay que abordar la patología mental en jóvenes y adolescentes?

Yo creo que llegamos tarde. Es necesario poner el foco antes, tanto en cuanto a la edad de los chavales personas como en cuanto al nivel de asistencia sanitaria. En este momento se está abordando principalmente desde las consultas de psiquiatría, si bien es cierto que cada vez se están desarrollando más programas a nivel escolar y de pediatría. Tendríamos que aprender de otros países de nuestro contexto cultural. Fíjese, hace solo dos años que se aprobó la especialidad de psiquiatría de la infancia y adolescencia en nuestro país, cuando sabemos que la mayor parte de los trastornos mentales graves empiezan en la infancia o la adolescencia. La organización sanitaria debería ser menos rígida para ayudar a las personas en estas edades de la vida. Países como Australia tienen centros sociales para jóvenes en los que además de tiempo de ocio pueden consultar cualquier tema de salud con médicos de familia, trabajadores sociales, psicólogos y psiquiatras, todo integrado y normalizado.

¿Las nuevas generaciones son menos resistentes desde el punto de vista mental?

Es una pregunta de difícil respuesta. Por una parte, la sociedad en la que viven es probablemente más exigente y demandante que la nuestra. Están sometidos a una mayor observación y crítica por sus pares… Las redes sociales lo conectan todo y lo difunden todo. Esto les exige tener una mayor capacidad de afrontamiento y de resiliencia para digerir esa mayor presión. Pero, por otra parte, tengo la impresión de que existe también una cierta sobreprotección, lo que disminuye su capacidad de aprendizaje para afrontar y resolver situaciones estresantes o adversas… Claramente, esto no ayuda.

Los presupuestos del Principado para 2025 toman como uno de los ejes prioritarios potenciar la salud mental…

Una de las derivadas positivas de la pandemia fue el sacar a la palestra la salud mental. Lo malo es que se habla de ella de una manera superficial, no se analizan en profundidad los problemas ni sus causas, ni se evalúan los resultados de lo que se está haciendo, no se dotan económicamente los programas… Lo cierto es que estamos asistiendo a un desbordamiento de la demanda por parte de la población, demanda para la que en una proporción no desdeñable la psiquiatría no tiene respuesta. Desde hace unos años, los centros de salud mental estamos atendiendo cada vez más a personas con problemas de la vida cotidiana que realmente no son trastornos mentales, y que, por tanto, no deberían ser psiquiatrizados. Esta sobrecarga y deriva de nuestra atención hacia situaciones de la vida hace que la atención a los trastornos mentales, y, especialmente los graves, se vea dificultada. La lista de espera, foco de atención principal en este momento por parte de la Administración, es otra de las consecuencias de este desenfoque de la demanda. Llevamos años esperando por una coordinación efectiva con la Atención Primaria. Sin embargo, en la actualidad continúa siendo inexistente. Este sería uno de los muchos ejemplos necesitados de estudio y soluciones que comentaba al principio.

¿Usted qué criterios aplica en la consulta?

Si se refiere a cómo hago en mi consulta, pues le diré que trato de hacerlo lo mejor posible. Con cada persona, trato de discernir si lo que está sufriendo, el motivo por el que acude a la consulta, es un problema de la vida cotidiana o si, por el contrario, padece un trastorno mental que requiere atención por parte del servicio de psiquiatría. Por ejemplo, la tristeza y el dolor emocional tras el fallecimiento de un ser querido no es un trastorno mental, es una reacción emocional normal del ser humano, es lo que denominamos duelo. Es necesario dejar que la persona sienta ese dolor, lo afronte y poco a poco vaya superándolo. Ese duelo también se puede experimentar tras un divorcio o tras la pérdida de salud o de trabajo. Además, volviendo a lo que hago, yo diría que, en bastantes casos, lo que hago es recomendar disminuir la medicación que están tomando más que indicarla. No hay evidencias científicas que apoyen el uso de psicofármacos en estas situaciones problemáticas de la vida.

Si hablamos búsqueda del equilibrio psíquico, ¿dónde debe buscarse ese equilibrio?

En general, el 50 por ciento está en la propia persona, en su manera de ser y de vivir la vida. O incluso más. La manera de ser, nuestra personalidad, cuando somos mayores ya es más difícil de cambiar, pero lo que sí podemos hacer es actuar sobre nuestro estilo de vida: alcohol, drogas, bebidas estimulantes, sueño, ejercicio… todas las medidas generales de promoción de la salud mental. Si una persona tiene un nivel elevado de ansiedad, lo mejor que puede hacer es ejercicio, además de evitar sustancias estimulantes, aunque sea un simple café. Descanso adecuado, una alimentación más o menos equilibrada, horarios estructurados… Una parte de la resolución del problema depende de ti. Suele ser positivo ponerle freno, reflexionar y dejar transcurrir un tiempo para ver las cosas más claras y las posibles soluciones o alternativas. Y después, claro, los apoyos externos. La familia es el principal. Apoyarte en la familia es algo fundamental. Y también dar a la familia, promover los lazos familiares, intentar ser generoso y olvidar rencillas. De la consulta he sacado en conclusión que lo peor que puede pasarle a una familia es que haya dinero, porque las herencias son a menudo mortales. Una familia es compartir y una familia es dar y renunciar. También los amigos son una fuente de salud mental que es necesario cuidar y mimar.

Parece que la simple convivencia genera bastante patología…

Consume recursos personales, más que generar patología, porque la patología es esa incapacidad para la convivencia. Quizá es que el mundo va hacia ahí. Los jóvenes se relacionan de otra manera. En nuestra época era más cuerpo a cuerpo porque no teníamos otra manera de relacionarnos que estando físicamente presentes. Pero ahora la gente ya no está presente, está chateando y las relaciones son a través de la tecnología. Además, tenemos el fenómeno de la inmediatez, exigimos al otro que nos conteste ahora. Yo a todo el mundo le digo: “Con el WhatsApp ni trabajas ni estudias”. Yo solo lo leo por la noche. Quien quiera hablar conmigo, que me llame por teléfono.