Bienestar
Esto es lo que dice la psicología sobre las personas que se preocupan mucho por las cosas
Ocho pautas para acabar con la preocupación constante por el futuro
"Me preocupo por todo": de esta forma podemos dejar de hacerlo

Álvaro Bilbao, psicólogo: “Preocuparse mucho por las cosas puede ser un síntoma de salud mental frágil” / 123RF / VÍDEO: EL PERIÓDICO
En el ajetreo diario, un pequeño contratiempo, como una mancha accidental en un mueble o un objeto fuera de lugar, puede desencadenar reacciones que van mucho más allá de la simple molestia. El neuropsicólogo Álvaro Bilbao, reconocido por su enfoque cercano y práctico sobre la crianza y el desarrollo cerebral, nos invita a mirar más allá de la superficie de estas situaciones cotidianas.
A través de sus reflexiones en TikTok, Bilbao plantea que nuestra forma de reaccionar ante el desorden o los percances materiales puede ser un espejo revelador de nuestra propia salud emocional interna. Sugiere que una preocupación desmedida por mantener el control sobre el entorno físico y los objetos podría no ser un signo de pulcritud o disfrute, sino, paradójicamente, una señal de alerta sobre una posible fragilidad en nuestro bienestar mental.
Cuando la fijación en lo material desplaza a las personas
El núcleo del argumento de Bilbao reside en una afirmación contundente: “Preocuparse mucho por las cosas puede ser un síntoma de salud mental frágil. Las personas con buena salud mental se preocupan más por las personas que por las cosas”. Esta idea desafía la noción culturalmente arraigada de que el orden y la perfección material son intrínsecamente positivos o deseables.
Bilbao propone que, si bien cierto nivel de orden puede ser funcional, una necesidad imperiosa y constante de control sobre el entorno físico, que lleva a reacciones emocionales intensas ante pequeñas imperfecciones, podría tener raíces más profundas. Utilizando el ejemplo de un padre que reprende airadamente a su hijo por una simple mancha de pintura, el neuropsicólogo ilustra cómo el foco se desvía de lo verdaderamente importante – la conexión con el niño, la oportunidad de enseñar y aprender – hacia la preservación de un objeto inanimado. Esta priorización de "lo material" sobre "lo personal" es, para Bilbao, un indicativo clave.
No se trata de no valorar nuestras posesiones, sino de la magnitud de nuestra respuesta emocional cuando estas se ven alteradas y cómo esa respuesta impacta nuestras relaciones.
El orden como mecanismo de alivio, no de disfrute
Profundizando en la psicología detrás de esta necesidad de control, Álvaro Bilbao, quien cuenta con una sólida formación como Doctor en Psicología de la Salud y experiencia en instituciones de renombre como el Johns Hopkins Hospital, sugiere que este comportamiento a menudo no nace de un genuino placer por el orden en sí mismo. Más bien, podría ser un mecanismo de defensa aprendido para calmar ansiedades subyacentes.
Argumenta que muchas personas que desarrollan tendencias obsesivas hacia el orden o el control pudieron haber crecido en entornos donde el caos, ya sea físico o emocional, generaba una sensación de inseguridad o miedo. En consecuencia, el orden se convierte en una especie de refugio psicológico, una forma de sentir alivio y seguridad en un mundo que, en algún nivel, se percibe como impredecible o amenazante.
"Eso no es disfrutar", explica Bilbao refiriéndose a la sensación de bienestar que algunos asocian al orden extremo, "es un mecanismo que te permite sentir alivio cuando todo está bajo control". Esta distinción es crucial: una cosa es apreciar un entorno ordenado y otra muy distinta es depender de él para regular nuestro estado emocional, angustiándonos de forma desproporcionada por nimiedades y generando tensión innecesaria en nuestras interacciones.
Transformando el contratiempo en oportunidad de conexión
Lejos de adoptar un tono acusatorio, el mensaje de Álvaro Bilbao busca ofrecer comprensión y alternativas constructivas, especialmente en el ámbito de la crianza. Propone reimaginar esos momentos de "desorden" o "error" no como catástrofes, sino como valiosas oportunidades pedagógicas y de fortalecimiento del vínculo.
Esa mancha en la mesa, en lugar de ser motivo de reprimenda, puede transformarse en una ocasión para sentarse junto al niño, enseñarle a reparar el error (limpiando juntos, por ejemplo) y, sobre todo, transmitirle mensajes mucho más profundos y valiosos. Al reaccionar con calma y enfoque en la solución, le enseñamos que los errores son parte de la vida y son reparables, que no es necesario vivir bajo la tiranía del control absoluto y, fundamentalmente, que su valor como persona y el vínculo afectivo con él están muy por encima de cualquier objeto material.
Este enfoque, centrado en la conexión emocional, el respeto mutuo y la comprensión del desarrollo infantil, requiere también, como sugiere Bilbao, una mirada introspectiva por parte de los adultos. Reconocer y sanar nuestras propias heridas o mecanismos de defensa es esencial para poder ofrecer a nuestros hijos (y a nosotros mismos) un modelo de bienestar emocional más auténtico y resiliente, uno donde la prioridad sea siempre el cuidado de las relaciones humanas por encima de la perfección material.
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