Psicología

¿Eres un 'people pleaser'? Cómo dejar de buscar la aprobación constante de los demás

Agradar a los demás se puede volver una necesidad

Dejar de ser un 'people pleaser'

Dejar de ser un 'people pleaser' / 123RF

Ángel Rull

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A muchas personas les cuesta decir que no, expresar una opinión diferente o mostrarse tal como son por miedo a molestar, decepcionar o perder el cariño de alguien. Esta necesidad de agradar en todo momento, incluso a costa del propio bienestar, es una manifestación habitual del llamado comportamiento complaciente. En inglés se le conoce como people pleasing y describe una actitud centrada en la aprobación externa como forma de validación.

Detrás de esta conducta no hay un deseo superficial de simpatía, sino una necesidad más profunda: la de sentirse querido, seguro o aceptado. El problema surge cuando esa necesidad se convierte en el eje de la vida emocional. En ese momento, agradar se vuelve más importante que ser. La opinión de les demás pesa tanto que se vuelve difícil tomar decisiones propias, marcar límites o incluso identificar lo que realmente se quiere.

¿Cómo saber si buscas aprobación constantemente?

No siempre es fácil identificar este patrón en uno mismo o una misma. Muchas personas que tienen una tendencia complaciente no son plenamente conscientes de ello, ya que han crecido pensando que agradar es sinónimo de ser buena persona. Lo cierto es que existe una diferencia clara entre ser amable y vivir a expensas de las expectativas ajenas. El problema no es cuidar a los demás, sino olvidarse de sí misma por el camino.

Algunas señales frecuentes de que se busca aprobación constantemente incluyen: sentir culpa al decir que no, cambiar de opinión para evitar conflictos, buscar constantemente el reconocimiento de otras personas, temer ser juzgada o juzgado por cualquier decisión personal y vivir en alerta para anticiparse a las necesidades de los demás. Esta dinámica genera ansiedad y una desconexión progresiva del mundo interno.

Cuando el deseo de agradar se vuelve central, se pierde la brújula emocional. Es común que la persona deje de saber qué desea, qué necesita o qué límites quiere establecer. A largo plazo, este patrón afecta la autoestima, porque el propio valor se mide en función de la reacción de otras personas. La búsqueda de aprobación se convierte, así, en una cárcel invisible que impide actuar desde la autenticidad.

El origen del comportamiento complaciente

La tendencia a complacer a los demás suele tener raíces en la infancia. Muchas personas han crecido en entornos donde el cariño o el reconocimiento estaban condicionados a cumplir ciertas expectativas. Cuando una niña o un niño aprende que será valorado solo si se porta bien, si no se queja o si no genera molestias, es probable que desarrolle una actitud complaciente para asegurar su lugar en el entorno.

También influye el contexto cultural. En muchas culturas, especialmente para las mujeres, se ha reforzado el valor de la docilidad, la empatía mal entendida y la capacidad de ceder. A esto se suma la influencia de mensajes sociales que asocian el cuidado personal con egoísmo, o que premian la entrega total como muestra de amor o responsabilidad. En ese marco, la complacencia se naturaliza y se valora.

Además, experiencias de rechazo, abandono o humillación en etapas tempranas pueden generar una profunda necesidad de agradar para evitar el dolor. La persona desarrolla una especie de radar emocional para detectar lo que los demás esperan, con tal de no vivir nuevamente la sensación de exclusión. Con el tiempo, esta actitud se convierte en un mecanismo automático, difícil de modificar sin un proceso de revisión consciente.

Consecuencias emocionales de vivir para agradar

Vivir para complacer a los demás tiene un coste emocional alto. Una de las consecuencias más visibles es el agotamiento psicológico. La persona termina cargando con las emociones, deseos y necesidades de su entorno sin espacio para sí misma. Esta sobrecarga lleva a la fatiga, al estrés crónico y, en muchos casos, a una desconexión profunda con el propio cuerpo y el mundo interno.

Otra consecuencia frecuente es la frustración. Aunque el people pleaser hace enormes esfuerzos por agradar, rara vez se siente satisfecho o satisfecha. El reconocimiento externo nunca es suficiente, porque no resuelve la herida de fondo: la sensación de no ser valioso o valiosa por sí mismo o por sí misma. Esta frustración suele expresarse en forma de tristeza, ansiedad o sensación de vacío.

Además, las relaciones personales tienden a volverse desequilibradas. Quien complace todo el tiempo suele atraer vínculos donde su rol es el de cuidador o cuidadora, sacrificando su bienestar por el de otras personas. Con el tiempo, pueden aparecer sentimientos de resentimiento, aunque la persona no se sienta con derecho a expresarlos. Esta acumulación silenciosa de malestar puede explotar en momentos de crisis, generando rupturas dolorosas.

Cómo dejar de buscar la aprobación constante de los demás

Cambiar este patrón no es fácil, pero sí posible. El primer paso es reconocer la conducta sin culpabilizarse. Se trata de comprender que buscar agradar fue, en su momento, una forma de adaptarse. No es una debilidad ni un defecto, sino una estrategia emocional que, aunque útil en ciertos contextos, ya no responde a las necesidades actuales. Identificar esta dinámica con compasión es fundamental para transformarla.

El segundo paso es aprender a poner límites. Decir que no no es un acto de agresión, sino de honestidad. Al principio puede generar incomodidad, sobre todo si se teme decepcionar. Sin embargo, establecer límites claros es una forma de respeto mutuo. Ayuda a definir qué es negociable y qué no, y permite construir relaciones más sanas y equitativas. La práctica progresiva ayuda a reducir la ansiedad asociada.

Otro aspecto clave es reconectar con los propios deseos. Preguntarse qué se quiere, qué se siente, qué se necesita, aunque parezca una pregunta simple, puede ser revolucionario. El people pleaser ha pasado tanto tiempo pendiente del exterior, que necesita tiempo y espacio para recuperar su voz interna. Actividades creativas, el descanso sin culpa y el silencio elegido pueden ser aliados en este proceso de reencuentro personal.

Ser amable, cuidar, tener en cuenta a otras personas… son valores humanos fundamentales. Pero cuando se convierten en la única manera de vincularse, se transforman en una forma de invisibilización personal. Buscar constantemente la aprobación externa es una forma de validarse que deja de lado la voz interna, y eso, tarde o temprano, se paga con cansancio, insatisfacción y pérdida de rumbo.

* Ángel Rull, psicólogo.