Psicología
‘Lo tuyo es solo una fase’: cómo este mito sigue afectando la salud emocional del colectivo LGTBIQ+
La negación de la identidad sigue generando heridas invisibles

Invalidación en el colectivo LGTBIQ+


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
“Lo tuyo es solo una fase” es una de esas frases que se pronuncian con aparente inocencia, pero que en realidad arrastran una fuerte carga de invalidación emocional. En muchas ocasiones, se dice desde el desconocimiento, desde la incomodidad o incluso desde el intento de evitar una conversación más profunda. Sin embargo, cuando una persona que pertenece al colectivo LGTBIQ+ escucha estas palabras, lo que realmente recibe es un mensaje de duda, de sospecha y de negación sobre su vivencia interna. Como si su orientación afectiva-sexual o su identidad de género no fueran legítimas, sino pasajeras, confusas o circunstanciales.
El impacto psicológico de esta frase es mucho más profundo de lo que parece. En lugar de generar un espacio de aceptación o escucha, instala una presión adicional: la de tener que “demostrar” que lo que se siente es verdadero y permanente. Las personas LGTBIQ+ que están en procesos de autodescubrimiento o que deciden compartir abiertamente quiénes son, no solo deben enfrentarse a sus propios temores, sino también al juicio externo que invalida sus emociones. Esta presión puede derivar en sentimientos de ansiedad, inseguridad y tristeza.
Afirmar que la vivencia de una persona es solo una fase implica que hay un final, un punto de retorno hacia una supuesta normalidad que responde al modelo cisheteronormativo. Pero lo cierto es que cada trayectoria es única, válida y, sobre todo, real.
Invisibilización y duda: efectos emocionales en la adolescencia y la juventud
Cuando una persona joven escucha que “lo suyo es solo una fase”, no solo se enfrenta a una frase hiriente, sino también a una pérdida de confianza en su entorno. Las y los adolescentes suelen estar en plena construcción de su identidad. En ese proceso, contar con el apoyo de la familia, amistades o figuras educativas puede marcar una gran diferencia. Sin embargo, si esas figuras niegan o minimizan sus emociones con frases como la que aquí analizamos, se produce una herida de validación que puede afectar gravemente la autoestima.
Este tipo de mensajes siembra la duda en etapas críticas del desarrollo emocional. La persona comienza a preguntarse si está equivocada, si debería “esperar a sentirse normal”, o si está haciendo algo incorrecto por explorar su orientación o identidad. Esto puede llevar a ocultar lo que siente, a censurar sus expresiones o incluso a adoptar roles forzados con tal de encajar. No es extraño que muchos adolescentes LGTBIQ+ actúen durante años como si fueran heterosexuales o cisgénero, tratando de evitar el juicio o el rechazo.
Además, el impacto no es solo individual. En muchos casos, esta invisibilización se traduce en un sentimiento de aislamiento dentro del propio hogar, centro educativo o círculo social. Al no poder hablar con libertad, muchas personas jóvenes recurren a internet o a espacios alternativos para buscar validación. Aunque algunos de estos recursos pueden ser positivos, también es frecuente que se topen con discursos de odio o con información desorientadora. Todo esto tiene una repercusión directa en su salud mental, generando emociones como la tristeza persistente, el estrés crónico o el temor constante a ser descubiertas o rechazados.
La presión por definirse: etiquetas, legitimidad y expectativas sociales
Uno de los efectos más insidiosos de frases como “es solo una fase” es la exigencia social de tenerlo todo claro y definido desde el primer momento. A muchas personas LGTBIQ+ se les exige una coherencia inquebrantable en su identidad o en su orientación. Si mencionan una experiencia pasada diferente, si exploran nuevas formas de sentir, o si deciden cambiar de etiqueta, son inmediatamente cuestionadas: “¿Ves? Te lo dije. Era una fase”. Esta actitud no solo es injusta, sino que también desconoce la complejidad y fluidez de la experiencia humana.
No todas las personas tienen un camino lineal en cuanto a su identidad. Algunas se descubren como lesbianas y más adelante se identifican como personas no binarias. Otras sienten atracción por más de un género, y en algún momento priorizan una relación monógama sin que eso invalide su orientación bisexual o pansexual. Vivir con libertad implica también permitirse cambios, descubrimientos y movimientos internos. Sin embargo, cuando cada paso se somete a juicio bajo el prisma de “era solo una etapa”, se impide ese derecho natural al autoconocimiento.
La presión por etiquetarse pronto, y de forma permanente, también genera una trampa emocional. Muchas personas sienten que, si no encuentran una etiqueta precisa, o si no encajan perfectamente en las categorías existentes, su vivencia no tiene legitimidad. Esto puede derivar en ansiedad por definirse, en conflictos internos o incluso en la evitación de relaciones afectivas por miedo a no estar “a la altura” de las expectativas sociales. Es importante recordar que nadie le debe explicaciones a los demás sobre quién es o cómo siente. El proceso de construcción de identidad no necesita justificarse, y mucho menos a quienes observan desde la distancia.
El mito de la fase como forma de control afectivo y social
Decir que lo de alguien es “solo una fase” también funciona como una herramienta de control. No es casual que esta frase aparezca con mayor frecuencia en entornos donde la diversidad sexual o de género no es bien recibida. Se convierte en una forma de restablecer el orden cisheteronormativo sin enfrentarse de forma directa al conflicto. En lugar de expresar un rechazo explícito, se ofrece una negación amable: “Ya se te pasará”. Pero esa negación es igual de dañina.
Muchas familias, al enfrentarse a la salida del armario de una hija, un hijo o une adolescente no binarie, recurren a esta frase como un mecanismo de defensa. A veces no quieren reconocer lo que escuchan; otras veces temen el qué dirán. Pero en lugar de asumir su propia incomodidad, proyectan la duda sobre la persona que se abre emocionalmente. Este mecanismo genera una inversión de la responsabilidad: quien habla desde el corazón termina siendo tratada como si estuviera confundida o como si no tuviera aún la madurez suficiente para saber lo que siente.
En el plano social, el mito de la fase también se utiliza para justificar la falta de reconocimiento de derechos. Si lo que una persona siente no es “definitivo”, entonces, según este razonamiento, no merece leyes, espacios o protección. Esta idea ha servido para invisibilizar, durante décadas, a identidades no normativas. El hecho de que se siga repitiendo como argumento, incluso en debates públicos, demuestra que el estigma sigue profundamente arraigado. Combatir esta narrativa implica visibilizar su efecto y desmontar su lógica desde la psicología y desde los testimonios personales.
Cuando el entorno no cree: aislamiento emocional y mecanismos de autoprotección
Uno de los efectos más persistentes de este mito es el aislamiento emocional que genera. Cuando una persona abre su intimidad y recibe como respuesta la negación, se activa un proceso de cierre progresivo. Poco a poco, va dejando de compartir, evita mostrarse con libertad y se repliega en sí misma. Esta desconexión con el entorno puede derivar en relaciones tensas, en una sensación de soledad profunda o en la idea de que “nadie me entiende”.
A veces, el propio cuerpo se convierte en un refugio silencioso. Muchas personas desarrollan mecanismos de autoprotección como la evitación afectiva, la represión emocional o la disociación de su propio deseo. Aunque estos mecanismos pueden resultar adaptativos a corto plazo, a largo plazo generan un malestar sostenido. El esfuerzo por aparentar algo que no se siente termina pasando factura en forma de ansiedad, insomnio o falta de energía vital. La persona se va apagando por dentro, aunque por fuera parezca funcionar con normalidad.
El mito de la fase, al prolongarse en el tiempo, deja marcas invisibles en la memoria emocional. No solo por lo que se dice, sino también por lo que no se dice: las miradas de sospecha, los silencios prolongados, los gestos de incomodidad cada vez que se menciona una pareja o una identidad diferente a la esperada. Todo ello se va acumulando y puede producir una herida de validación que perdura durante años. Romper ese ciclo implica crear espacios de escucha, de reconocimiento y de presencia real, donde cada persona se sienta libre de ser, sin tener que demostrar nada.
Una frase que debemos dejar atrás
“Lo tuyo es solo una fase” no es solo una frase equivocada; es una forma de violencia simbólica que erosiona el bienestar emocional del colectivo LGTBIQ+. Al invalidar la vivencia de las personas, esta expresión refuerza estructuras de control, alimenta la culpa, bloquea el desarrollo afectivo y genera una profunda sensación de soledad. Aunque quien la pronuncie no siempre lo haga con mala intención, sus efectos son reales y duraderos.
Cambiar esta narrativa requiere tomar conciencia de su impacto, tanto a nivel personal como colectivo. Implica revisar nuestras propias creencias, estar dispuestas a escuchar sin prejuicio y entender que cada persona tiene derecho a nombrarse, a cambiar y a sentirse en construcción. La identidad no es una meta, sino un camino, y nadie debería tener que justificarlo continuamente.
Dejar atrás este mito no significa tener todas las respuestas, sino estar dispuestos a acompañar sin condicionar. Porque cada vez que elegimos validar, reconocer y apoyar, estamos contribuyendo a un mundo más libre, más justo y más humano para todas, todos y todes.
* Ángel Rull, psicólogo.
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