Psicología

¿Te comparas constantemente con los demás? Los siete pasos para dejar de autosabotearte

El mirarnos en el otro puede ser fuente de insatisfacción

El exceso de comparación

El exceso de comparación / 123

Ángel Rull

Ángel Rull

Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Compararse con otras personas es una conducta humana tan común como inevitable. Desde edades tempranas aprendemos a mirarnos en relación con quienes nos rodean: cómo nos vemos, qué logramos, qué tenemos o qué somos. Sin embargo, cuando esta comparación se convierte en un hábito constante, deja de ser una herramienta de referencia para convertirse en una trampa psicológica que deteriora la autoestima y sabotea el bienestar personal.

La comparación permanente no solo genera malestar emocional, sino que alimenta sentimientos de inferioridad, envidia, frustración o autoexigencia. En muchos casos, las personas no son conscientes de cuán presentes están estos pensamientos en su día a día. Surgen al ver una publicación en redes sociales, al escuchar el relato de un éxito ajeno o incluso al caminar por la calle. Y aunque parezca una reacción espontánea, la comparación constante tiene una raíz emocional profunda.

El origen emocional de la comparación constante

Compararse con otras personas no es un error ni una señal de debilidad. Forma parte de la forma en que aprendemos sobre el mundo y sobre nosotros mismos o nosotras mismas. Desde la infancia, el entorno nos premia o castiga en función de ciertos estándares: “tu hermano saca mejores notas”, “mira qué bien se comporta tu prima”, “aprende de tus compañeros”. Estos mensajes instalan la idea de que nuestro valor se define por contraste, y no como una realidad interna.

A medida que crecemos, esta forma de mirarnos se amplifica. En el ámbito académico, laboral o social, se valoran los logros visibles, los resultados rápidos y los modelos ideales. Las redes sociales intensifican este fenómeno, mostrando vidas editadas y cuidadosamente seleccionadas. Es fácil olvidar que lo que se muestra no es toda la historia, y que detrás de cada imagen hay matices que no se ven.

Sin embargo, el problema no está en observar a otras personas, sino en cómo interpretamos esa observación. Cuando al mirar a alguien surge la idea de que no somos suficientes, que vamos tarde o que estamos fallando, no es porque lo ajeno sea mejor, sino porque nuestra mirada está teñida por una herida interna que aún no ha sido atendida. La comparación se convierte entonces en un mecanismo de autosabotaje: en lugar de inspirarnos, nos hiere.

Los siete pasos para dejar de autosabotearte

Dejar de compararse no es un acto de desinterés por el mundo, sino de respeto por uno mismo o una misma. Es elegir construir el propio camino sin que cada paso esté condicionado por el de los demás. Es confiar en el valor propio, en el tiempo personal y en la certeza de que no hay una única forma de estar bien. Porque lo que realmente importa no es cuánto brilla otra persona, sino cuánta luz puedes permitirte ver en ti.

Estos son los siete pasos para dejar de autosabotearte:

1. Identifica cuándo y con quién te comparas

El primer paso es observar sin juzgar. ¿En qué momentos aparecen estos pensamientos? ¿Son más frecuentes en redes sociales, en ciertos contextos o frente a determinadas personas? Detectar los patrones ayuda a comprender qué gatilla la comparación y qué emociones la acompañan. No se trata de censurarse, sino de hacer consciente lo que antes ocurría de forma automática.

2. Desmonta la imagen idealizada

Cuando nos comparamos, solemos ver solo una parte de la realidad ajena. Idealizamos lo que creemos que tiene la otra persona y asumimos que su vida es perfecta. Sin embargo, cada historia tiene luces y sombras. Preguntarse “¿qué no estoy viendo de esta persona?” o “¿qué aspectos valiosos tengo yo que no estoy reconociendo?” permite equilibrar la percepción y devolvernos una mirada más justa.

3. Reconoce tu valor desde lo interno

Es fundamental reconectar con lo que nos hace valiosos y valiosas más allá de los resultados o las comparaciones. ¿Qué cualidades aprecias de ti? ¿Qué momentos de tu vida hablan de tu esfuerzo, tu sensibilidad o tu crecimiento? Hacer una lista de logros personales, de habilidades o de aprendizajes puede servir como anclaje cuando la comparación aparece.

4. Practica la gratitud por lo propio

La comparación muchas veces nace de la carencia percibida. Cultivar la gratitud ayuda a centrar la atención en lo que ya se tiene y no solo en lo que falta. Tomarse un momento cada día para reconocer tres cosas que valoras de tu vida, por pequeñas que sean, puede cambiar el foco mental y generar una sensación de abundancia interna.

5. Cuida el contenido que consumes

Las redes sociales influyen de forma directa en la percepción de uno mismo o una misma. Elegir con conciencia a quién seguir, evitar cuentas que generan malestar o contenido que refuerza ideales inalcanzables es una forma de proteger la salud emocional. En su lugar, rodearse de mensajes inclusivos, reales y empáticos puede fortalecer la autoestima.

6. Habla desde tu experiencia, no desde la comparación

Cuando compartimos nuestras emociones sin referirnos constantemente a lo que hacen otras personas, aprendemos a validarnos desde dentro. Expresar lo que sentimos, lo que deseamos o lo que tememos sin medirnos con nadie más nos permite habitar nuestra historia con autenticidad. Eso también ayuda a que otras personas se acerquen desde lo genuino.

7. Celebra tus avances, incluso si son pequeños

Cada paso que das en tu camino merece ser reconocido. No esperes alcanzar una meta espectacular para sentir orgullo. Valora las pequeñas decisiones cotidianas que reflejan tu compromiso contigo: decir que no cuando lo necesitas, elegir lo que te hace bien, dar un paso, aunque tengas miedo. La autoestima se construye en esos actos invisibles que, acumulados, te devuelven a ti.

Compararse con otras personas puede parecer una costumbre inofensiva, pero cuando se convierte en un hábito constante, mina la autoestima y bloquea el bienestar. Es una forma silenciosa de autosabotaje que roba la alegría de lo propio, que impide disfrutar el camino y que instala la sensación de que nunca se es suficiente.

Sin embargo, este patrón no es irreversible. A través de conciencia, práctica y amabilidad, es posible cambiar la forma en que nos miramos y en que miramos a los demás.

* Ángel Rull, psicólogo.