Psicología

La presión estética en el colectivo LGTBIQ+: ¿por qué sentimos que nunca es suficiente?

El miedo a la soledad delimita nuestra relación con el cuerpo

La presión estética en el colectivo LGTBIQ+

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Ángel Rull

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La imagen corporal se ha convertido en un elemento central de la identidad en nuestra sociedad. Lo que mostramos, cómo nos mostramos y cómo nos perciben, marcan profundamente la forma en la que nos relacionamos con nosotras y nosotros mismos, así como con las demás personas. En el caso del colectivo LGTBIQ+, esta dimensión estética adquiere una carga aún más compleja, atravesada por años de invisibilidad, discriminación y necesidad de validación. La pregunta es inevitable: ¿por qué sentimos que nunca es suficiente?

En muchos espacios del colectivo, la presión estética no solo existe, sino que se intensifica. Se idealizan determinados cuerpos, se sancionan otros y se genera una jerarquía de belleza que muchas veces reproduce los mismos esquemas que la sociedad cisheteronormativa. Y todo esto ocurre, en ocasiones, incluso dentro de un entorno que debería ser seguro, diverso y libre.

Entre la visibilidad y el juicio: una historia compartida

Para muchas personas LGTBIQ+, el cuerpo ha sido durante años un territorio de conflicto. Desde edades tempranas, quienes no encajan en las normas de género o en los cánones tradicionales de belleza aprenden que su forma de mostrarse puede generar burla, rechazo o violencia. Esta experiencia deja una huella emocional que condiciona la manera en que se construye la propia imagen y la forma de estar en el mundo.

La visibilidad, tan celebrada como conquista, a veces se convierte en un arma de doble filo. Estar visibles también implica estar expuestas y expuestos al juicio, a la comparación y a la presión de ajustarse a ciertos modelos. En un contexto donde durante tanto tiempo se luchó por el derecho a existir, la estética se convierte en un terreno donde muchas personas buscan reafirmar su valía. La imagen se convierte en pasaporte de aceptación.

Además, en determinados espacios del colectivo, especialmente aquellos más influenciados por redes sociales, medios de comunicación o entornos de ocio, se generan expectativas muy elevadas sobre cómo debe ser un cuerpo “deseable”. Se exalta la musculatura, la delgadez, la piel sin imperfecciones, el rostro simétrico o la estética hiperfeminizada o hipermasculinizada según el caso. Quien no encaja en este modelo, queda relegado o invisibilizada.

Este fenómeno no responde a una supuesta superficialidad, sino al peso simbólico que ha adquirido el cuerpo como herramienta de validación. En un mundo que históricamente ha negado el derecho a amar, desear o mostrarse, el cuerpo se convierte en el escaparate donde muchas personas buscan el reconocimiento que se les ha negado durante años.

Redes sociales, cuerpos normativos y autoestima

El impacto de las redes sociales en la construcción de la imagen corporal es indiscutible. En ellas, el cuerpo no solo se muestra, sino que se evalúa a través de likes, comentarios y seguidores. Para las personas LGTBIQ+, que ya cargan con una historia de rechazo y estigmatización, este sistema de visibilidad puede reforzar aún más la idea de que solo determinados cuerpos son válidos o admirables.

Instagram, TikTok o X están llenos de imágenes que exaltan ciertos modelos corporales dentro del colectivo. Estas representaciones, muchas veces cuidadosamente editadas y filtradas, no solo muestran cuerpos hegemónicos, sino que marcan un estándar al que se espera que se aspire. Lo problemático no es mostrar el cuerpo, sino que se repita de forma sistemática un único tipo de cuerpo, relegando la diversidad corporal a una categoría secundaria o marginal.

Esta repetición genera un efecto psicológico potente: cuanto más se expone una persona a imágenes idealizadas, más aumenta su insatisfacción corporal. La mente empieza a comparar, a dudar, a criticar. Aparece la sensación de que se debería pesar menos, medir más, tener otro tipo de rostro o una piel distinta. Y detrás de esas comparaciones, se activa un mensaje sutil pero constante: “así como eres, no alcanza”.

El resultado es una autoestima que fluctúa al ritmo de la mirada ajena. Muchas personas comienzan a condicionar su valor personal a su aspecto físico. Se evita mostrarse en fotos, se pospone el disfrute del verano por vergüenza al cuerpo, o se invierte una enorme cantidad de tiempo, dinero y energía en cumplir con un ideal que nunca se alcanza del todo. Porque cuando el objetivo es parecerse a una fantasía, siempre se está lejos.

Cuerpos diversos en una comunidad que aún aprende a incluirlos

La diversidad corporal dentro del colectivo LGTBIQ+ existe, pero no siempre es celebrada ni visibilizada. Cuerpos gordos, con discapacidad, racializados, envejecidos o no normativos siguen siendo objeto de discriminación, incluso dentro de los propios espacios que se consideran inclusivos. Esto demuestra que la presión estética no solo es externa, sino que también ha sido interiorizada.

La gordofobia, por ejemplo, sigue presente en muchas aplicaciones de citas o espacios de socialización del colectivo. Comentarios como “que se cuide” o “busco a alguien con buen cuerpo” son normalizados, reforzando la idea de que solo ciertas formas físicas merecen ser deseadas o tenidas en cuenta. Estas actitudes generan exclusión, vergüenza y un dolor emocional que muchas veces no se nombra.

Otro caso evidente es el de las personas trans, que a menudo deben enfrentarse a múltiples presiones para ajustar su cuerpo a estándares de género estrictos. La exigencia de pasar por determinados procedimientos médicos o estéticos para ser reconocidas como válidas demuestra que, incluso en un entorno que se define como diverso, siguen existiendo normas restrictivas sobre cómo debe ser un cuerpo “legítimo”.

También las personas mayores del colectivo sufren una invisibilidad estética. La juventud es idolatrada, y quienes se alejan de ese ideal quedan fuera de los focos. Esta exclusión refuerza la idea de que solo lo joven, lo delgado, lo simétrico o lo musculado es valioso, dejando fuera a miles de personas cuya existencia merece la misma visibilidad y el mismo respeto.

La inclusión real pasa por ampliar el concepto de belleza, por legitimar todos los cuerpos como deseables y valiosos, por cuestionar los discursos que asocian valía con imagen. Y eso no se consigue solo con mensajes simbólicos, sino con una práctica cotidiana de aceptación y representación consciente.

¿Cómo construir una relación más saludable con el cuerpo?

Salir de la presión estética no significa dejar de cuidarse, ni abandonar la expresión del cuerpo como parte de la identidad. Más bien implica comenzar a relacionarse con el propio cuerpo desde un lugar menos punitivo y más amable. El primer paso es reconocer las voces internas que juzgan, que comparan o que repiten mensajes aprendidos sin cuestionarlos. Darse cuenta de estos diálogos internos permite empezar a transformarlos.

También es importante dejar de usar el cuerpo como moneda de validación. Cuando se vive buscando la aprobación externa a través de la imagen, se corre el riesgo de perder la conexión con lo que realmente se necesita o se desea. El cuerpo deja de ser un espacio habitable y se convierte en un escaparate que nunca está del todo listo para mostrarse. Recuperar la intimidad con el cuerpo, entendida como la capacidad de habitarlo con respeto y sin juicio, es una forma de resistencia.

Otro aspecto clave es rodearse de representaciones diversas. Elegir seguir a personas que muestran cuerpos reales, variados y no normativos ayuda a desprogramar el modelo hegemónico. La repetición de imágenes inclusivas permite que el cerebro se acostumbre a ver belleza donde antes solo encontraba defecto. Esto no es superficial: es una forma de reeducar la mirada y ampliar el espectro de lo deseable.

Además, resulta útil practicar la escucha corporal: entender qué necesita el cuerpo más allá de lo estético. A veces, lo que necesita no es cambiar, sino descansar. O alimentarse mejor. O moverse de una forma menos exigente. O simplemente ser tocado con afecto. Escuchar el cuerpo sin someterlo a un examen constante es una forma de sanar.

Por último, es necesario redefinir el concepto de “dar la mejor versión”. La mejor versión de una persona no siempre es la más delgada, ni la más musculosa, ni la más maquillada. A veces es la versión que respira con calma, que se ríe sin vergüenza, que se siente libre. Y eso no se consigue puliendo la imagen, sino cuidando lo que hay dentro.

La presión estética dentro del colectivo LGTBIQ+ no es un capricho ni una exageración. Es una realidad cotidiana que afecta la autoestima, el bienestar emocional y la forma en la que muchas personas se relacionan consigo mismas y con los demás. Esta presión nace de una historia de exclusión, de la necesidad de ser vistos y vistas, y de un sistema que ha convertido el cuerpo en el principal vehículo de validación.

* Ángel Rull, psicólogo.