Psicología
¿Cómo superar una ruptura con hijos? Sigue estos ocho pasos
Cuando el amor termina, pero el cuidado compartido continúa

Ruptura con hijos / 123RF


Ángel Rull
Ángel RullLicenciado en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, con más de 10 años de experiencia en el ámbito de la Psicología Sanitaria, tanto en clínica con población general, como en hospitales, con patologías más severas. Desde 2017, trabajo diariamente con personas de diferentes edades y con una amplio abanico de problemas de manera online, rompiendo las barreras físicas de la terapia convencional.
Una separación siempre implica una reestructuración emocional. Pero cuando hay hijos o hijas en común, el proceso se vuelve aún más complejo. Ya no se trata solo de reorganizar una vida en pareja, sino también de proteger el bienestar de los niños y niñas, sostener una convivencia saludable o redefinir los roles parentales. Cada emoción se amplifica y cada decisión adquiere un peso mayor.
No existe una fórmula única para atravesar una ruptura con hijos, pero sí es posible identificar elementos comunes que muchas madres y padres experimentan: culpa, tristeza, miedo al daño emocional que pueda recibir la infancia, y una necesidad urgente de mantener cierta estabilidad dentro del caos. Lo importante no es alcanzar una perfección inalcanzable, sino transitar el proceso con conciencia, cuidado y humanidad.
A menudo, quienes se separan con hijos sienten que deben ser fuertes todo el tiempo. Pero esa exigencia es irreal. Es posible mostrarse vulnerable sin perder autoridad, llorar sin dejar de ser referente y tener dudas sin perder el rumbo. Lo esencial es comprender que lo que más necesitan las niñas y los niños en estos momentos no es una imagen de perfección, sino una presencia adulta emocionalmente disponible.
El impacto emocional en las hijas y los hijos: qué observan, qué sienten
Los hijos e hijas perciben mucho más de lo que imaginamos. Aunque no siempre comprendan con claridad lo que está ocurriendo, captan los cambios de tono, la tensión en el ambiente, las conversaciones interrumpidas o los silencios cargados. La ruptura de sus figuras parentales genera incertidumbre, y con ella pueden aparecer el miedo, la tristeza o incluso sentimientos de culpa, como si algo en ellos hubiera causado la separación.
En función de la edad, la reacción de los niños y niñas será diferente. Las criaturas más pequeñas pueden mostrarse más demandantes o con alteraciones en el sueño. En la adolescencia, puede emerger una rabia intensa o una tendencia a tomar partido por uno de los progenitores. Lo importante es no interpretar esas reacciones como problemas, sino como formas de procesar una situación que también los afecta directamente.
Además, no hay que subestimar el efecto que tiene en la infancia la forma en que las madres y los padres se relacionan tras la ruptura. Las discusiones constantes, la descalificación mutua o el uso de los hijos como mensajeros emocionales generan un profundo malestar en su desarrollo afectivo. En cambio, cuando las personas adultas logran mantener un vínculo cordial y respetuoso, se les transmite un mensaje de contención y seguridad que favorece su adaptación.
Ocho pasos para superar una ruptura con hijos
Superar una ruptura con hijos es un proceso emocionalmente intenso, lleno de matices, de contradicciones y de aprendizajes profundos. Requiere presencia, paciencia y una enorme dosis de humanidad. Pero también es una oportunidad para construir una relación diferente con los hijos, más basada en el respeto, en la escucha y en la autenticidad.
Estos son los ocho pasos para superar una ruptura con hijos:
1. Asumir que la ruptura es una etapa de cambio, no un fracaso
Aceptar que la relación de pareja ha llegado a su fin no es renunciar a la historia vivida, sino reconocer que ha cumplido un ciclo. Cambiar la mirada sobre lo que ha sucedido permite afrontar el presente sin cargar con la culpa o la vergüenza. Aceptar el cierre desde un lugar de madurez es el primer paso para construir una convivencia saludable desde el nuevo vínculo parental.
2. Priorizar el bienestar emocional de los hijos e hijas sin anular el propio
Es común caer en el intento de proteger a los niños y niñas a toda costa, pero si las personas adultas se descuidan emocionalmente, esa tensión se acaba transmitiendo. No se trata de ocultar lo que se siente, sino de aprender a gestionarlo sin cargar a la infancia con responsabilidades que no le corresponden.
3. Evitar el conflicto delante de ellos
Las discusiones abiertas, las acusaciones o los reproches frente a los hijos e hijas generan un daño profundo. No solo crean inseguridad, sino que los colocan en el lugar imposible de tener que tomar partido o mediar entre las figuras que deberían sostenerlos. La mejor forma de protegerlos es separar la pareja del rol parental y dejar los temas sensibles fuera de su alcance.
4. Explicar lo ocurrido con palabras adecuadas a su edad
Las niñas y los niños necesitan entender qué está pasando. No necesitan detalles íntimos, pero sí claridad. Frases como “ya no estamos juntos, pero los dos seguimos siendo tus padres y te queremos igual que siempre” son muy eficaces. Les dan estructura, coherencia y seguridad. Dejar lugar para sus preguntas, incluso si no todas tienen respuesta, también es un acto de cuidado.
5. Cuidar la imagen del otro progenitor
Hablar mal del padre o de la madre delante de los hijos es dañino, aunque la relación haya terminado con dolor. Los niños y niñas necesitan conservar una imagen positiva de ambas figuras parentales para desarrollar su autoestima y sentido de pertenencia. Descalificar al otro es, en el fondo, desestabilizar su identidad emocional.
6. Mantener rutinas estables y espacios de contención
La rutina es una fuente de seguridad para la infancia. Aunque haya cambios inevitables en la dinámica familiar, mantener horarios, actividades y rituales conocidos les ayuda a sentirse protegidos. También es importante generar momentos de conexión afectiva, donde puedan expresar lo que sienten sin temor a ser juzgados.
7. Establecer acuerdos claros entre las personas adultas
La organización práctica posterior a una separación puede ser fuente de tensiones. Para evitarlo, es fundamental que ambas partes lleguen a acuerdos sobre horarios, responsabilidades, límites y decisiones importantes. Cuanto más claro esté el marco, más fácil será para las niñas y los niños adaptarse sin confusión ni tensiones innecesarias.
8. Permitir que el duelo siga su curso
Superar una ruptura lleva tiempo. Intentar acelerar el proceso solo genera más sufrimiento. Cada persona necesita un ritmo distinto, y eso también se aplica a los hijos. Habrá días de tristeza, de nostalgia o de rabia. Acompañarlos con presencia, sin presionar, es una forma eficaz de cuidarlos.
El amor hacia los hijos no se rompe con la separación. Cambia de forma, se adapta a nuevas circunstancias, se redefine. Y si quienes están a cargo logran sostener ese amor desde un lugar sereno y consciente, habrán cumplido con lo más importante: ofrecer a sus hijos e hijas la certeza de que, a pesar de todo, siguen siendo profundamente queridos y queridas.
Separarse no es fallar. Es tomar una decisión difícil en busca de una vida más coherente. Y en ese camino, hay espacio para el dolor, pero también para el cuidado, para la ternura y para una nueva manera de amar. Una en la que el bienestar de los hijos no se basa en mantener una imagen idealizada, sino en construir, día a día, una realidad emocionalmente segura y verdadera.
* Ángel Rull, psicólogo.
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