Psicología

El arte de la resiliencia: cómo convertir los fracasos en oportunidades de crecimiento en dos pasos

El fracaso puede ser un punto de partida

El arte de la resiliencia

El arte de la resiliencia / 123RF

Ángel Rull

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Hablar de fracaso todavía incomoda. Para muchas personas, el simple hecho de nombrarlo genera malestar, vergüenza o la sensación de haber decepcionado a los demás. Vivimos en una sociedad que valora el éxito visible y rápido, y que castiga con dureza los errores. Esta mentalidad, profundamente arraigada, nos lleva a ocultar las caídas, a disfrazarlas de anécdotas o a silenciarlas con frases hechas como “todo pasa por algo” o “lo importante es seguir adelante”. Pero ¿realmente aprendemos cuando nos caemos o simplemente sobrevivimos?

En realidad, cada vez que experimentamos un fracaso —una ruptura, una pérdida laboral, un error público o una decisión que no tuvo los resultados esperados— se activa en nuestro interior un proceso emocional intenso. Aparece el juicio interno, la inseguridad y, en muchos casos, la tendencia a compararnos con otras personas que parecen no equivocarse nunca. En ese terreno es fácil que germinen pensamientos autocríticos o la sensación de no estar a la altura.

Sin embargo, el fracaso también puede convertirse en un punto de inflexión. No porque tenga un valor en sí mismo, sino porque nos obliga a revisar creencias, expectativas y prioridades. La resiliencia no es una cualidad mágica con la que se nace: es una forma de mirar el mundo y de dialogar con lo que nos duele. Y como toda forma de mirar, puede entrenarse y cultivarse. No se trata de negar lo que ha ocurrido, sino de aprender a significarlo de otra manera.

Lo que nos enseñan las cicatrices: una nueva forma de interpretar lo vivido

Las personas no sufrimos sólo por lo que nos ocurre, sino por el significado que damos a lo que nos ocurre. En este sentido, el fracaso no es un hecho neutro: es una vivencia cargada de interpretación. Alguien puede vivir la pérdida de un trabajo como una muestra de su incompetencia, mientras que otra persona puede interpretarla como una oportunidad para redirigir su carrera. El hecho es el mismo, pero el impacto emocional será radicalmente distinto según cómo lo leamos.

En psicología, sabemos que muchas de nuestras reacciones ante los fracasos no vienen de lo que ocurre en el presente, sino de historias más antiguas que arrastramos. A veces, el fracaso reabre heridas pasadas, activa viejos temores o reactiva emociones no resueltas. Por eso, ante una experiencia dolorosa, lo primero que necesitamos es darnos un espacio para sentir sin juzgarnos. No hay prisa por "salir adelante". Lo primero es poder habitar lo ocurrido, mirarlo con honestidad y reconocer sus efectos.

Solo después de ese primer paso, es posible empezar a reconstruir. Y en ese proceso de reconstrucción, la resiliencia se convierte en una herramienta esencial. Porque no se trata de fingir fortaleza, sino de permitirnos ser personas completas: con éxitos y tropiezos, con alegrías y frustraciones. Las cicatrices no desaparecen, pero pueden dejar de doler si las tratamos con cuidado, si dejamos de verlas como símbolos de vergüenza y empezamos a entenderlas como parte de nuestra historia.

Los dos pasos para convertir los fracasos en oportunidades de crecimiento

Convertir los fracasos en oportunidades no es una tarea rápida ni fácil. Implica sostener emociones incómodas, revisar creencias antiguas y atreverse a ver la propia historia con nuevos ojos. Pero es precisamente ahí donde se encuentra el poder transformador de la experiencia humana. No en evitar el dolor, sino en atravesarlo con dignidad y en reconstruirnos con sentido.

Estos son los dos pasos para convertir los fracasos en oportunidades de crecimiento:

Primer paso: Reconocer con honestidad lo que sentimos

A menudo, el primer reflejo ante un error o un fracaso es el rechazo: negamos lo ocurrido, nos apresuramos a ponerlo en perspectiva o lo relativizamos para no sentir el dolor. Sin embargo, evitar lo que sentimos no lo elimina. Al contrario, lo intensifica. La resiliencia empieza cuando nos permitimos sentir tristeza, rabia, impotencia o culpa sin añadir más juicio. Darnos permiso para estar mal no es una señal de debilidad, sino de madurez emocional.

Este primer paso implica también poner nombre a lo que nos ocurre. No es lo mismo decir “no pasa nada” que poder expresar “siento que he fallado” o “esto me ha dolido más de lo que imaginaba”. Cuando nombramos nuestras emociones, recuperamos el control sobre ellas. Y cuando dejamos de negarlas, abrimos un espacio de comprensión interna que es esencial para cualquier transformación real.

Segundo paso: Redefinir con consciencia lo que hemos vivido

Una vez que hemos atravesado la emoción, llega el momento de reinterpretar la experiencia. No se trata de forzarnos a ver lo positivo, sino de encontrar un nuevo sentido. Preguntarnos qué hemos aprendido, qué hemos descubierto sobre nosotras mismas o sobre nuestras prioridades, qué podemos hacer distinto la próxima vez. La clave está en dejar de ver el fracaso como un punto final y empezar a verlo como un punto de partida.

Este segundo paso requiere tiempo, pero también voluntad. Redefinir no es reescribir la historia, sino leerla con una mirada más amplia. A veces, solo en retrospectiva entendemos que aquella caída nos llevó a descubrir recursos internos que no sabíamos que teníamos. O que aquella relación fallida nos permitió recuperar la conexión con nosotras mismas. La resiliencia consiste, en última instancia, en transformar el dolor en una fuente de comprensión más profunda de quienes somos.

En un mundo que premia los aciertos y oculta los errores, hablar de fracaso es un acto de valentía. Pero vivirlo con honestidad y convertirlo en crecimiento es un arte. El arte de la resiliencia no consiste en evitar caídas, sino en aprender a levantarse con una mirada más sabia, más amorosa y más conectada con lo que realmente importa.

* Ángel Rull, psicólogo.