Psicología

'No es para tanto' y otras seis formas de invisibilización del acoso LGTBIQ+ en espacios cotidianos

La homofobia rompe los espacios de seguridad

Normalización de la LGTBIQfobia

Normalización de la LGTBIQfobia / 123RF

Ángel Rull

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Muchas veces imaginamos el acoso LGTBIQ+ como algo explícito, violento y evidente: insultos en la calle, agresiones físicas o discursos de odio en redes sociales. Sin embargo, la realidad es mucho más sutil y, por tanto, más difícil de nombrar y de denunciar. En los espacios cotidianos el acoso toma formas silenciosas que deslegitiman, invalidan o invisibilizan las vivencias de quienes forman parte del colectivo LGTBIQ+.

Este tipo de violencia tiene un efecto profundo en la salud mental y emocional. No se trata de algo anecdótico ni de pequeñas molestias: cada microagresión, cada comentario fuera de lugar, cada negación del dolor vivido va acumulando un peso emocional que muchas veces se arrastra durante años. Lo que no se nombra, no se transforma. Y lo que no se valida, duele el doble.

Quienes forman parte del colectivo no siempre encuentran espacios seguros donde expresar lo que sienten. A menudo, cuando lo hacen, se encuentran con respuestas que trivializan su experiencia. Y eso es, en sí mismo, otra forma de violencia. Aprender a identificar esas respuestas es el primer paso para poder desmontarlas y construir entornos más respetuosos y empáticos para todas y todos.

El silencio como complicidad: cuando nadie dice nada

Una de las formas más habituales de invisibilización del acoso es el silencio. Sucede cuando una persona presencia una situación discriminatoria y elige no intervenir, mirar hacia otro lado o mantenerse al margen. Aunque pueda parecer una postura neutra, en realidad refuerza el maltrato, ya que envía un mensaje claro: “esto no es suficientemente importante como para actuar”.

Este silencio no siempre es intencional. A veces se origina en el desconocimiento, la incomodidad o el miedo a posicionarse. Pero el efecto es el mismo: la persona que sufre el acoso queda aislada, mientras quien lo perpetra no encuentra límites ni consecuencias a su comportamiento. En lugar de encontrar aliados, quien es víctima encuentra vacío.

Además, el silencio suele ser más doloroso cuando proviene de personas cercanas. Es habitual que muchas mujeres lesbianas, hombres gais o personas trans recuerden con mayor intensidad la ausencia de apoyo de una amiga o un compañero de trabajo que la propia agresión verbal. El mensaje que subyace es claro: su dignidad es negociable, y su sufrimiento, prescindible.

‘Seguro que no lo dijo con mala intención’: minimizar la violencia simbólica

Otra forma de invisibilizar el acoso es justificarlo. Frases como “no te lo tomes tan a pecho”, “seguro que lo dijo en broma” o “no era para tanto” son respuestas habituales cuando alguien denuncia una situación de discriminación. Esta actitud no solo deslegitima la experiencia de la persona afectada, sino que la culpabiliza por sentirse herida.

La intención no elimina el impacto. El hecho de que una persona no quiera hacer daño no significa que no lo haya hecho. Minimizar los efectos emocionales de un comentario, una burla o una mirada despectiva implica restarle importancia al dolor vivido y pedirle a la persona afectada que se adapte a un entorno que no le respeta.

Esta forma de respuesta suele estar envuelta en una aparente neutralidad emocional, como si lo más racional fuera relativizar lo ocurrido. Pero no hay neutralidad posible frente a la discriminación. Al pedirle a una persona LGTBIQ+ que ignore lo que ha sentido, se le está pidiendo que renuncie a una parte esencial de su vivencia y, por tanto, de su identidad.

Siete formas de invisibilización del acoso LGTBIQ+ en espacios cotidianos

Las formas de invisibilización del acoso LGTBIQ+ son muchas y variadas, pero comparten una misma raíz: la negación de la experiencia ajena. Cuando se minimiza, se justifica o se ridiculiza lo que una persona ha vivido, se refuerza una estructura de poder que legitima el maltrato. Y lo más doloroso es que muchas veces esto ocurre en espacios donde debería reinar la confianza: una familia, una escuela, una oficina, un grupo de amistades.

Estas son las siete formas de invisibilización del acoso LGTBIQ+ en espacios cotidianos:

1. “No es para tanto”

Quizá la más repetida y dañina. Esta frase actúa como un muro que impide toda conversación posterior. Da por sentado que el dolor es exagerado, que se está dramatizando o que se trata de una sensibilidad excesiva. Lo que no contempla es que cada persona tiene un umbral distinto, moldeado por sus vivencias, su historia y su contexto.

2. “No te victimices”

Aquí se produce un giro perverso: quien denuncia se convierte en el problema. Esta frase no sólo niega la existencia de una agresión, sino que señala como culpable a quien se atreve a hablar. Se transmite la idea de que cualquier mención al acoso es un intento de manipulación emocional, cuando en realidad es un acto de valentía y verdad.

3. “Yo también tengo amigos gais y nunca se han quejado”

Este tipo de argumento borra la experiencia individual. Comparar situaciones desiguales es una forma de invalidar lo que una persona está compartiendo. Tener amistades del colectivo no convierte a nadie en inmune a reproducir conductas dañinas.

4. “Siempre estáis con lo mismo”

Este comentario transmite cansancio y fastidio ante la repetición de denuncias. Como si el problema no fuera la discriminación, sino el hecho de nombrarla. Se espera que el silencio vuelva a imponerse para no incomodar, reforzando la idea de que las personas LGTBIQ+ deben callar para ser aceptadas.

5. “Pero si era un piropo”

Muchos comentarios sexistas, homo o transfóbicos se disfrazan de halago. Pero un piropo que no ha sido deseado o que cosifica la identidad no es un elogio, sino una forma de control y apropiación. Insistir en que se trataba de una buena intención perpetúa la cultura de la impunidad.

6. “No tienes sentido del humor”

El humor ha sido, históricamente, una excusa para la violencia simbólica. Reírse de una orientación o una identidad de género no es inofensivo. Cuando se responde con esta frase, se obliga a la persona afectada a reírse de sí misma para ser aceptada, ocultando así su malestar.

7. “Hay cosas más graves”

Este argumento jerarquiza el sufrimiento y desautoriza el malestar. Se parte de la idea de que sólo vale la pena denunciar lo extremadamente violento, invisibilizando las agresiones cotidianas. Lo cierto es que lo que se repite con frecuencia, aunque sea leve, también deja heridas profundas.

Las consecuencias psicológicas del acoso normalizado

Cuando el acoso se vuelve cotidiano y se disfraza de normalidad, sus efectos se vuelven más complejos de identificar y tratar. La persona que lo sufre no siempre puede ponerle nombre a lo que siente, y a menudo interioriza la idea de que su malestar es exagerado, improcedente o incluso inexistente. Esto da lugar a una forma de sufrimiento solapado, donde la herida permanece abierta, pero silenciada.

A largo plazo, esta situación puede provocar ansiedad, inseguridad, aislamiento o sentimiento de vergüenza. Muchas mujeres lesbianas y hombres trans, por ejemplo, aprenden a ocultar parte de su identidad en espacios laborales para evitar comentarios “inofensivos” que, sin embargo, les afectan profundamente. Esta ocultación constante supone un esfuerzo emocional que agota y que pasa factura con el tiempo.

Además, la exposición prolongada de una persona LGTBIQ+ a ambientes que invalidan o ridiculizan produce una forma de desgaste que impacta directamente en la autoestima. No se trata solo de lo que se dice, sino del ambiente que se genera: uno en el que se aprende que hay que reírse de lo que duele, callar lo que incomoda y sonreír ante la discriminación para evitar conflictos. Esto no es adaptación, es renuncia.

Como sociedad, estamos llamadas y llamados a construir entornos donde nadie tenga que justificar su dolor ni explicar su existencia. Espacios donde lo diferente no sea motivo de burla ni de corrección. Donde el respeto no dependa de adaptarse a una norma, sino de reconocerse en la humanidad compartida. Porque sólo así podremos empezar a sanar aquello que durante tanto tiempo se quiso hacer pasar por “no tan grave”.

* Ángel Rull, psicólogo.