Tres años de la invasión rusa
El trauma de los niños exiliados de Ucrania, entre el arraigo y la nostalgia
La experiencia de la guerra condiciona la forma en que los menores construyen su identidad y su seguridad
Intentan encontrar un equilibrio entre su país de origen y su nueva vida en el exilio

Kira Bartink y su padre Maksym Bartink en la escuela ucraniana Mriya, en Barcelona. / VICTORIA ROVIRA / EPC


Marc Darriba
Marc DarribaSérgi, refugiado de Mariúpol y estudiante de último curso en la escuela Mriya, describe su llegada a Barcelona como un alivio: ”Al llegar aquí, sentí que el ruido de las bombas y las alarmas había desaparecido. Es un entorno tranquilo que me gusta. A lo largo del tiempo aquí mi nivel de estrés se ha reducido respecto a cómo estaba mientras vivía en Ucrania. Aquí me siento seguro”. Ahora piensa en ser cocinero.
Tres años después del inicio de la guerra en Ucrania, miles de niños y adolescentes refugiados intentan construir una nueva vida en el exilio. Mientras algunos, como Sérgi, han logrado adaptarse a sus nuevas realidades en Catalunya, otros siguen arrastrando el peso de la incertidumbre, el trauma y la separación de sus seres queridos. Su educación, su identidad cultural y su bienestar emocional se han convertido en el centro de las preocupaciones de sus familias y de las instituciones que los acompañan.
La escuela como refugio
En Catalunya, la mayoría de jóvenes refugiados ucranianos asisten a escuelas locales, donde se han enfrentado a la barrera del idioma, la adaptación a un sistema educativo diferente y la nostalgia por su país de origen. “Llegar a la escuela fue lo más difícil para mí. No entendía nada y tenía miedo de hablar. Pero ahora tengo amigos y me lo paso muy bien”, confiesa Kira, de 9 años, que llegó a Barcelona en 2022.
Para muchos de ellos, la escuela ha sido un refugio y un espacio de socialización que les ha permitido reconstruir cierta normalidad. “Nuestro objetivo no es solo que aprendan el idioma o las materias, sino también que se sientan seguros y acogidos”, explica Svitlana Shkolna, directora de la Escuela Mriya, un centro que ofrece clases en ucraniano los fines de semana para mantener vivo el vínculo con su país y garantizar que los jóvenes tengan títulos válidos en Ucrania.
Algunos han perdido la motivación por el aprendizaje porque sienten que su vida está en pausa
Sin embargo, la integración no siempre es fácil. “Muchos niños llegan con un alto nivel de ansiedad, miedo a la separación y dificultad para concentrarse. Algunos han perdido la motivación por el aprendizaje porque sienten que su vida está en pausa”, añade Viktoria Vaskevych, refugiada y psicóloga que colabora con la escuela.
El impacto del trauma
Oleksandr Savchenko, estudiante de la escuela Mriya y excampeón de su categoría de karate en Ucrania, también ha experimentado la tristeza de estar lejos de su hogar. “Desde que llegué, he estado triste, echando de menos a mis amigos y mi entrenador. Cada día hablo con mi familia y mis amigos en Ucrania para no perder el contacto y entreno para poder lograr mi sueño de ser campeón del mundo de artes marciales mixtas”, explica.
Desde que llegué, he estado triste, echando de menos a mis amigos y mi entrenador
Las experiencias vividas durante la guerra han dejado cicatrices invisibles en muchos niños refugiados. “Algunos han sido testigos de bombardeos o han perdido familiares. Esto genera síntomas de estrés postraumático que pueden manifestarse en dificultades de conducta, pesadillas o problemas para relacionarse con sus compañeros”, explica Vaskevych.
Uno de los episodios más traumáticos para Kira es bastante reciente. Ella sufre una cardiopatía y tiene que pasar chequeos y cirugías en Kiev cada seis meses. En julio de 2024 estaba en el hospital infantil Ohmatdyt para someterse a una cirugía cuando fue bombardeado por el ejército ruso. “Recuerdo que sonó la alarma y bajamos al sótano. Cayó un misil en una parte del centro que se derrumbó. Venían personas con la cabeza llena de sangre, estaban llorando. Tuve mucho miedo. Mi madre me ayudó y pude tranquilizarme. Fuimos a casa de mi abuela a Oleksandría mientras esperamos para poder volver a Kiev a que me operaran; me quedé un tiempo más recuperándome y después volvimos”, nos cuenta.
Sonó la alarma y bajamos al sótano. Cayó un misil. Venían personas con la cabeza llena de sangre. Tuve mucho miedo
Los expertos coinciden en que el acompañamiento psicológico es clave para mitigar los efectos del trauma. “No se trata solo de adaptarse a un nuevo país, sino de reconstruir la sensación de seguridad y ayudarles a procesar lo que han vivido”, destaca Vaskevych.
La identidad en tránsito
Para muchos niños y adolescentes refugiados, reconstruir su identidad en un nuevo país implica lidiar con el duelo migratorio y la adaptación simultánea. “Las experiencias traumáticas vividas antes y durante su exilio afectan su manera de integrarse en un entorno nuevo sin perder el vínculo con su país de origen”, comenta Vaskevych.
La situación ahora es mejor, tengo el apoyo de los amigos que he hecho en la escuela y de mi entorno
Muchos de estos jóvenes sienten la necesidad vital de mantener su identidad cultural. “Nosotros no queremos que olviden quiénes son ni de dónde vienen, aunque se integren aquí”, afirma Shkolna. Sasha Maliarova, adolescente estudiante de la escuela Mriya que llegó a Barcelona desde Starobilsk, comparte esta preocupación: “Me gusta que aquí no haya sirenas ni bombas. La situación ahora es mejor porque tengo el apoyo de los amigos que he hecho en la escuela y tengo apoyo emocional de mi entorno. Aun así, me preocupa la educación. Ahora mismo tengo buenas notas, pero quiero hacer el bachillerato artístico y me da miedo que no todo vaya igual de bien”.
Tres años después del inicio de la guerra, la infancia refugiada ucraniana sigue enfrentándose a enormes desafíos emocionales y de integración. Mientras algunos niños han logrado encontrar estabilidad en sus nuevas comunidades, otros aún viven con la incertidumbre de su futuro y el peso del trauma. La educación y el apoyo psicológico juegan un papel fundamental en este proceso, pero la necesidad de crear entornos seguros y acogedores para estos menores sigue siendo un reto pendiente.
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