Psicología

¿Por qué nos seguimos reuniendo en familia si siempre discutimos? Esto es lo que dice la Psicología

La tradición puede encadenarnos a un ciclo de malestar

¿Por qué nos seguimos reuniendo en familia si siempre discutimos?

¿Por qué nos seguimos reuniendo en familia si siempre discutimos? / 123RF

Ángel Rull

Ángel Rull

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Las reuniones familiares, como las navidades, son un pilar fundamental en la vida social y emocional de muchas personas. Desde una perspectiva psicológica, estas reuniones desempeñan un papel crucial en el mantenimiento de los lazos afectivos y en la reafirmación de nuestra identidad. En la familia encontramos una conexión con nuestras raíces, lo que nos permite sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.

Reunirnos en familia también cumple una función de apoyo emocional. Estos encuentros brindan un espacio donde compartir logros, dificultades y experiencias cotidianas, generando sensación de pertenencia y comprensión. Aunque no siempre resulten armoniosas, las reuniones familiares pueden actuar como un refugio ante las adversidades externas.

Por otro lado, estas reuniones tienen un valor simbólico. Eventos como celebraciones de fin de año, cumpleaños o aniversarios representan tradiciones que refuerzan la continuidad y estabilidad familiar. A través de estos rituales, se transmiten valores y costumbres que fortalecen el sentido de comunidad y mantienen vivas las historias familiares. Este valor simbólico también permite a las generaciones más jóvenes conectar con su herencia cultural y emocional.

Además, en muchas culturas, las reuniones familiares son vistas como una obligación social. Esto significa que, incluso cuando hay tensiones, las personas se sienten impulsadas a participar para no romper con lo que se percibe como una tradición sagrada. Este sentido de deber a menudo supera el malestar que pueden generar las discusiones, reforzando la necesidad de estar presentes en estos encuentros.

¿Por qué insistimos en reunirnos si siempre discutimos?

Es paradójico pensar que, a pesar de discutir de forma recurrente, seguimos buscando esos encuentros familiares. Una de las razones principales es el peso de las expectativas sociales y culturales. Desde pequeños, aprendemos que la familia debe ser prioritaria y que reunirnos con nuestros seres queridos es una muestra de afecto y compromiso.

Otra razón es el apego emocional que desarrollamos hacia nuestra familia. Este vínculo profundo, aunque a veces conflictivo, nos lleva a querer mantenernos conectados con las personas que consideramos esenciales en nuestra vida. Incluso cuando las discusiones son frecuentes, la esperanza de vivir momentos agradables o de resolver malentendidos nos motiva a insistir en estas reuniones.

Por último, también existe un factor de inercia psicológica. Las tradiciones familiares suelen estar tan arraigadas que es difícil romper con ellas, incluso si generan tensión. El miedo a decepcionar o a ser percibidos como distantes puede llevarnos a priorizar las reuniones, a pesar de las experiencias negativas que puedan surgir.

En muchos casos, también existe la necesidad de pertenencia. Aunque las reuniones sean tensas, el deseo de sentirse parte de un grupo puede superar el malestar. Este impulso humano por la conexión social está profundamente arraigado y a menudo se refuerza en contextos familiares, donde la identidad personal está entrelazada con la dinámica del grupo.

¿Qué peligros tiene?

Reunirse en familia bajo un ambiente tenso o conflictivo puede tener consecuencias emocionales significativas. Una de las principales es el desgaste emocional. Las discusiones constantes generan estrés y frustración, lo que puede afectar tanto el bienestar individual como la dinámica familiar en general. Estos encuentros pueden convertirse en un factor de ansiedad anticipatoria para quienes los viven como una experiencia negativa.

También existe el riesgo de perpetuar patrones de comunicación disfuncionales. Las discusiones reiteradas, si no se gestionan adecuadamente, refuerzan actitudes como la falta de empatía, la hostilidad o la tendencia a culpar a los demás. Esto no solo afecta la calidad de las relaciones familiares, sino que también puede influir en la forma en que las personas interactúan fuera del ámbito familiar.

Además, las reuniones conflictivas pueden generar distanciamiento emocional. Aunque el objetivo sea reforzar los lazos, las discusiones constantes pueden llevar a algunos miembros de la familia a evitar estos encuentros o a sentirse desconectados emocionalmente. Este alejamiento dificulta la resolución de conflictos y puede afectar la cohesión familiar a largo plazo.

Otro peligro es la normalización del conflicto. Cuando las discusiones se convierten en un elemento habitual de las reuniones, las personas pueden llegar a aceptarlas como algo inevitable. Esta actitud refuerza la idea de que no hay posibilidad de cambio, lo que perpetúa las dinámicas disfuncionales y limita las oportunidades de crecimiento personal y familiar.

¿Por qué no rompemos el ciclo?

Romper el ciclo de reuniones familiares conflictivas no es sencillo debido a varios factores psicológicos y sociales. Uno de ellos es la idealización de la familia. Muchas personas creen que la familia debe permanecer unida a toda costa, lo que dificulta tomar decisiones que podrían ser vistas como rupturistas o egoístas.

Otro motivo es la esperanza de cambio. Aunque las discusiones sean frecuentes, las personas suelen albergar la expectativa de que las cosas mejoren con el tiempo. Esta esperanza puede convertirse en un motor para seguir reuniéndose, a pesar de las experiencias negativas previas. El deseo de reconciliación o de vivir momentos agradables puede ser lo suficientemente fuerte como para ignorar las tensiones pasadas.

Finalmente, el peso de las normas sociales y familiares también juega un papel importante. La presión por cumplir con las tradiciones o por mantener una imagen de "familia unida" puede llevarnos a participar en reuniones que, en el fondo, sabemos que no serán satisfactorias. Romper este ciclo requiere una reflexión profunda y, en muchos casos, un esfuerzo consciente por establecer nuevos límites y dinámicas.

Además, el miedo al rechazo o a las críticas también influye en la dificultad para cambiar estas dinámicas. Las personas pueden temer ser juzgadas por tomar distancia o por establecer límites claros, lo que refuerza la inercia de participar en reuniones familiares, incluso cuando estas son fuente de malestar. Reconocer estos miedos es un paso crucial para abordar el problema.

* Ángel Rull, psicólogo.