Psicología

Cuanto más te enfades menos feliz serás, según un estudio

La felicidad se relaciona de forma directa con otras emociones

El enfado y la alegría se relacionan

El enfado y la alegría se relacionan / 123RF

Ángel Rull

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La felicidad es uno de los temas más explorados por la psicología y muchas de las ciencias sociales. Durante décadas, se han realizado estudios que buscan comprender qué promueve y qué dificulta ser feliz. Un estudio reciente arroja luz sobre un aspecto sorprendente: la relación entre la frecuencia de los enfados y el nivel de felicidad.

¿Qué es ser feliz?

Ser feliz es un estado subjetivo de bienestar que combina emociones positivas, satisfacción con la vida y una percepción de propósito. La felicidad no es simplemente la ausencia de emociones negativas, sino un equilibrio entre cómo interpretamos nuestras experiencias y cómo manejamos los altibajos emocionales. Aunque cada persona define la felicidad de manera única, existen aspectos comunes en los que coinciden la mayoría de las investigaciones.

En psicología, la felicidad suele dividirse en dos categorías: la hedónica y la eudaimónica. La primera se refiere al placer inmediato y la evitación del dolor, mientras que la segunda tiene que ver con el sentido de realización y propósito a largo plazo. Ambos aspectos son importantes y contribuyen a nuestra percepción general de bienestar.

También es crucial entender que la felicidad no implica un estado constante de alegría. Todas las emociones, tanto positivas como negativas, forman parte de la experiencia humana. Sin embargo, lo que caracteriza a una persona feliz es su capacidad para gestionar las emociones negativas de manera constructiva y para cultivar las positivas de forma intencional.

¿Se conecta la alegría con otras emociones?

La alegría, como emoción central en la experiencia de la felicidad, no existe en aislamiento. Está intrínsecamente conectada con otras emociones, tanto positivas como negativas. Por ejemplo, sentimientos como la gratitud, el orgullo o la esperanza refuerzan la alegría, mientras que emociones como el miedo, la tristeza o la rabia pueden limitarla, dependiendo de cómo se gestionen.

Esta interconexión emocional tiene una base biológica. Las emociones son respuestas complejas que involucran el sistema límbico, donde la amígdala desempeña un papel clave. Cuando experimentamos alegría, nuestro cerebro libera dopamina y serotonina, neurotransmisores asociados con el bienestar. Sin embargo, emociones como la rabia activan el sistema de lucha o huida, liberando cortisol, una hormona vinculada al estrés que puede contrarrestar las sensaciones de placer.

Es importante destacar que las emociones no son "malas" o "buenas" en sí mismas. Todas tienen una función adaptativa. Por ejemplo, la tristeza nos invita a reflexionar y buscar apoyo, mientras que la rabia puede ser un motor para defendernos de situaciones injustas. Sin embargo, cuando emociones como la rabia se vuelven predominantes, pueden interferir en nuestra capacidad para experimentar alegría y, por ende, en nuestra felicidad general.

¿Qué es el enfado?

El enfado es una respuesta emocional que surge cuando percibimos una amenaza, un obstáculo o una injusticia. Es una emoción primaria y universal que ha evolucionado para ayudarnos a defender nuestros intereses y límites. Sin embargo, aunque es normal sentir enfado en ciertas circunstancias, la forma en que lo gestionamos determina si tiene un impacto positivo o negativo en nuestra vida.

Fisiológicamente, el enfado activa el sistema nervioso simpático, aumentando el ritmo cardíaco, la presión arterial y la liberación de cortisol. Estas reacciones están diseñadas para prepararnos para actuar, ya sea enfrentando el problema o protegiéndonos de él. Sin embargo, cuando esta respuesta se activa con demasiada frecuencia o se prolonga en el tiempo, puede tener efectos perjudiciales en nuestra salud física y emocional.

Psicológicamente, el enfado está relacionado con pensamientos de frustración, injusticia o impotencia. Si no se maneja de manera adecuada, puede llevar a patrones de conducta dañinos, como la agresividad o el aislamiento. En este sentido, aunque el enfado en sí mismo no es negativo, su mala gestión puede convertirse en un obstáculo para el bienestar y ser feliz.

La relación de la rabia con la falta de felicidad

El estudio de Joaquín Limonero y Joaquín Tomás-Sábado de 2008 revela que las personas que experimentan enfados frecuentes o intensos tienden a reportar niveles más bajos de felicidad. Una de las razones principales es que el enfado crónico activa constantemente el sistema de estrés, lo que dificulta el acceso a emociones positivas como la alegría o la gratitud. Esto genera un círculo vicioso en el que la persona se siente atrapada en un estado de tensión y frustración.

Además, el enfado afecta la calidad de nuestras relaciones interpersonales, que son una fuente clave de felicidad. Cuando se expresan rabias recurrentes de manera inadecuada, se deteriora la confianza y la conexión emocional con las personas cercanas. Esto puede llevar a un aislamiento emocional que, a largo plazo, afecta significativamente nuestra percepción de bienestar.

Por último, el enfado frecuente interfiere con nuestra capacidad de reflexionar y aprender de las experiencias. Las personas que se dejan llevar constantemente por la rabia tienen menos espacio mental para la introspección y la resolución constructiva de problemas. Esto no solo limita su crecimiento personal, sino que también perpetúa un estado emocional negativo que dificulta alcanzar la felicidad.

La relación entre el enfado y ser feliz no puede subestimarse. Aunque el enfado es una emoción normal y adaptativa, su mala gestión puede convertirse en un obstáculo importante para experimentar una vida plena y satisfactoria. Este estudio nos recuerda la importancia de cultivar habilidades que nos permitan manejar nuestras emociones de manera constructiva, fortaleciendo así nuestra capacidad de disfrutar de la alegría y el bienestar. En última instancia, aprender a gestionar la rabia no solo mejora nuestra felicidad, sino también nuestras relaciones y nuestra calidad de vida.

* Ángel Rull, psicólogo.