Psicología

El truco de la mejor universidad del mundo para gestionar una emoción desbordada

Nuestras emociones son el motor de nuestro cerebro

Gestionar las emociones desbordadas

Gestionar las emociones desbordadas / 123RF

Ángel Rull

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Las emociones son respuestas complejas que nuestro organismo genera para ayudarnos a adaptarnos a las circunstancias del entorno. La inteligencia emocional incluye componentes fisiológicos, como el aumento del ritmo cardíaco; cognitivos, como los pensamientos asociados a una emoción; y conductuales, como las acciones que realizamos en consecuencia. Aunque a menudo se consideran "irracionales", cumplen una función esencial en nuestra supervivencia y bienestar.

Desde una perspectiva evolutiva, las emociones han sido clave para nuestra adaptación. Por ejemplo, el miedo nos alerta de peligros, mientras que la alegría nos motiva a buscar experiencias que nos aportan bienestar. Asimismo, emociones como la tristeza nos permiten procesar pérdidas y buscar apoyo social, lo que refuerza los vínculos afectivos con otras personas.

Además, las emociones son fundamentales para la toma de decisiones. Aunque solemos pensar en la lógica como nuestra guía principal, investigaciones en neurociencia han demostrado que las emociones influyen directamente en nuestras elecciones. Son, en esencia, un sistema interno de señales que nos orienta hacia lo que es importante para nosotros, tanto en términos de supervivencia como de satisfacción personal.

¿Por qué se desbordan?

Las emociones se desbordan cuando su intensidad supera nuestra capacidad para procesarlas de manera efectiva. Esto ocurre cuando experimentamos situaciones que percibimos como amenazantes, impredecibles o abrumadoras. En esos momentos, nuestro sistema nervioso entra en un estado de alerta máxima, dificultando la regulación emocional.

Una razón por la cual las emociones se desbordan es la acumulación de estrés. Cuando estamos expuestos a situaciones estresantes de forma constante, nuestro cerebro interpreta pequeños estímulos como amenazas significativas, lo que amplifica la respuesta emocional. Esto puede llevar a reacciones desproporcionadas ante situaciones que, en otro contexto, manejaríamos con mayor calma.

Otra causa común es la falta de recursos emocionales. No siempre aprendemos desde jóvenes cómo identificar, expresar o regular nuestras emociones de manera saludable. Esto puede llevarnos a reprimirlas hasta que se acumulan y estallan, o a reaccionar de manera impulsiva cuando nos sentimos superados por ellas. En ambos casos, el resultado es una experiencia emocional que se siente incontrolable.

¿Por qué nos cuesta tanto gestionarlas?

Gestionar las emociones puede ser complicado porque involucra tanto procesos automáticos como conscientes. Por un lado, nuestro sistema límbico, especialmente la amígdala, responde a estímulos emocionales de manera inmediata, sin pasar por un filtro racional. Esto significa que muchas veces sentimos antes de pensar, lo que dificulta una respuesta controlada en momentos de alta intensidad emocional.

Además, la sociedad influye en cómo percibimos y manejamos nuestras emociones. A menudo, se nos enseña a reprimir ciertas emociones consideradas "negativas", como la tristeza o el miedo, mientras se valora la expresión de otras, como la alegría. Esta falta de aceptación hacia nuestras emociones dificulta su manejo, ya que tendemos a ignorarlas o a luchar contra ellas, en lugar de comprenderlas y aceptarlas.

Finalmente, la gestión emocional requiere habilidades específicas, como la autoconciencia, la regulación emocional y la empatía. Sin embargo, no siempre tenemos acceso a modelos positivos que nos enseñen estas competencias. Sin práctica o guía, es fácil sentirse perdido frente a una emoción intensa, lo que nos lleva a respuestas ineficaces o incluso contraproducentes.

Este es el truco de la mejor universidad del mundo para gestionar una emoción desbordada

Investigadores de la Universidad de Harvard han desarrollado una técnica sencilla pero altamente efectiva para gestionar emociones desbordadas. Esta técnica, conocida como "etiquetado emocional", consiste en identificar y nombrar la emoción que estamos experimentando. Aunque parece algo simple, tiene un impacto profundo en cómo nuestro cerebro procesa las emociones.

El etiquetado emocional se basa en estudios que demuestran que cuando nombramos nuestras emociones, activamos la corteza prefrontal, la parte del cerebro responsable del pensamiento racional y la toma de decisiones. Este proceso reduce la actividad en la amígdala, que es la encargada de generar respuestas emocionales intensas. En otras palabras, nombrar nuestras emociones nos ayuda a recuperar el control sobre ellas.

Por ejemplo, si estás sintiendo una mezcla de ansiedad y frustración, el simple hecho de decirte a ti mismo o a ti misma "esto es ansiedad" o "esto es frustración" puede ayudarte a disminuir la intensidad de la emoción. Este acto de reconocimiento no elimina la emoción, pero sí crea un espacio para procesarla de manera más consciente y constructiva.

Además, el etiquetado emocional promueve una mayor autoconciencia. Al practicarlo regularmente, no solo reducimos la intensidad de las emociones desbordadas, sino que también aprendemos a entendernos mejor. Esto nos permite anticipar nuestras respuestas emocionales en el futuro y desarrollar estrategias más efectivas para manejarlas.

Las emociones son una parte inevitable y esencial de la vida humana. Aunque a veces puedan desbordarnos, su gestión no tiene que ser un proceso complicado ni inalcanzable. El etiquetado emocional, desarrollado por investigadores de una de las universidades más prestigiosas del mundo, nos ofrece una herramienta sencilla pero efectiva para recuperar el control en momentos de alta intensidad emocional. Nombrar nuestras emociones no solo nos ayuda a manejarlas en el presente, sino que también nos prepara para enfrentarlas de manera más efectiva en el futuro. En un mundo cada vez más acelerado y emocionalmente demandante, aprender a gestionar nuestras emociones es una habilidad indispensable para nuestro bienestar personal y nuestras relaciones.

* Ángel Rull, psicólogo.