Salud y derechos humanos
Vivir en un campo de refugiados: "No tienen ni derecho a soñar"
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Fidel Masreal
Fidel MasrealPeriodista
Licenciado en Ciències de la Comunicació por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), curso de periodismo jurídico-político por la UAM - El País, ha ejercido como periodista político en Onda Cero, diari Menorca, Ràdio Barcelona (cadena SER) -donde fue jefe de la sección de Política- y Els Matins de TV3. Desde septiembre del 2008 es redactor en El Periódico, primero como cronista parlamentario en Madrid y en la actualidad especializado política catalana. Autor de "Conviure amb la depressió" (Mina, Eniclopèdia Catalana, 2007), "Game Over: els partits polítics, corrupció i vicis del sistema" (La Mansarda, 2013), "Cuentos Ex" (Magma Editorial, 2019) y "Contes del procés" (Magma, 2019). Colabora como analista en TVE, Catalunya Ràdio, SER Catalunya y RAC-1, entre otros.
Vivir de por vida en un campo de refugiados genera numerosas secuelas psicológicas. Falta de expectativas de futuro, miedo, abusos, falta de necesidades básicas... generan un caldo de cultivo que multiplica el riesgo de sufrir problemas de salud mental.
"Lo que más afecta a la salud mental es la falta de expectativas de futuro, no te dan ni derecho a soñar a largo plazo porque tu vida está muy limitada por las condiciones estructurales y culturales"; describe María Ángeles Plaza, psicóloga del servicio de inclusión de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Esta imposibilidad de pensar en el futuro es especialmente dañino para los jóvenes porque ven que eso va a marcar su vida.
Violencia e incertidumbre
Si además se producen situaciones traumáticas de violencia, se genera otro factor de gran repercusión estresante: el miedo. "Se genera la sensación de no saber cuándo se va a producir la próxima situación, una situación de injusticia, de frustración y sobre todo de falta de control. De incertidumbre. "Nos sentimos libres cuando tenemos autonomía para tomar nuestras propias decisiones, pero ellos no pueden decidir, no pueden decidir estar en otro lugar", destaca Plaza.
El conflicto de las identidades
Otro ingrediente muy presente en estos campos es la añoranza de la identidad de origen en contraste con el lugar sin identidad en el que se encuentran. "Crecen con la identidad que les trasladan sus antecesores, pero que no es la suya porque han nacido en otro espacio, y tienen internet y pueden no sentirse vinculados con esa cultura que se les ha trasladado, aunque tampoco tienen capacidad para romper ese círculo, con lo cual se les generan conflictos internos, porque construyen su identidad de acuerdo a las narrativas de lo que fue".
De madres a hijas
Por si todo eso no fuera poco, existe evidencia científica de que el estrés de las mujeres que viven en estos campos se trasmite al feto cuando están embarazadas, porque su cuerpo ha generado más cortisol. Eso genera cambios genéticos en el feto. "Ya no solo se trata de que los comportamientos de personas traumatizadas puedan influir, sino que existe un trauma transgeneracional", alerta la psicóloga de CEAR. "Es muy difícil romper esa cadena, y hasta el trauma se convierte en parte de su identidad".
"Hasta el trauma se convierte en parte de su identidad"
Psicosis para huir
Los campos de refugiados, y lo saben bien las oenegés, no son precisamente lugares con apoyo mutuo, solidaridad y espíritu colectivo. Más bien se convierten a menudo en espacios peligrosos donde existe riesgo cierto de abusos sexuales y maltrato a las personas más vulnerables: mujeres, niños y personas mayores. Se registra un gran consumo de drogas, muchas veces como sustitutivo de la medicación psiquiátrica. "El consumo para ellos es una forma de sustituir la medicación y de calmarse, pero potencia ideas delirantes, psicosis... porque cuando estás encerrado y la mente no puede asimilarlo más, se va porque no puede con la realidad que está sosteniendo", describe Plaza.
Cuando estás encerrado y la mente no puede más, la mente se va porque no puede con la realidad
Llevar esperanza
El volumen de necesidades psicológicas es tan alto que organizaciones como CEAR claman para conseguir planes de salud basados en la prevención. Prevención en términos de violencia de género, de roles y creencias. Trabajar con el juego y el deporte, con prácticas que fomenten el trabajo colectivo. "Y llevar esperanza, porque la desesperanza es uno de los sentimientos más dolorosos, que generan mucha culpa y vergüenza, y así es muy difícil normalizar la vida", concluye la psicóloga.
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