MATAN UN COLMADO QUE TENÍA 108 AÑOS

Sant Gervasi llora el cierre a traición de Cortacans

Las puertas del carismático colmado Cortacans, de la calle Craywinckel, cerraron para siempre.

Las puertas del carismático colmado Cortacans, de la calle Craywinckel, cerraron para siempre. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Sé que han muerto muchos comercios en los últimos años que usted y yo, y todos los barceloneses, les teníamos, no solo un enorme cariño por sus contenidos sino por sus gentes, por sus dueños, por sus encargados, por todos sus empleados y, sobre todo, porque formaban parte del barrio, de la vecindad y eran los seres más cómplices de la comunidad.

Sé que no sirve de mucho lamentarse e, incluso, que nadie, ni siquiera este ayuntamiento, inquieto, preocupado y acosado por otras cosas que juzga más importantes (y que, posiblemente, lo son, pero no en lo sentimental) podrá solucionar, pero lo cierto es que el cierre repentino, por traición, ocultación, premeditación y alevosía del colmado Cortacans, en la parte alta de la ciudad, sí, lo siento, en la calle Craywinckel, al final del todo de Balmes, ha hecho mucho daño al vecindario y, sobre todo, deja un vacío tremendo en la vida cotidiana.

Allí estuvo la 'Bella Dorita'

“Cortacans era mucho más que un colmado”, me recuerda Joan Manuel Serrat desde Menorca. “Cortacans formaba parte de nuestras vidas aunque yo, personalmente, al haberme cambiado de residencia, ya no iba tanto. Pero, antes, formaba parte de mi vida. ¡Pero si allí había ido a comprar hasta la ‘Bella Dorita’ ¡de qué me hablas’”. Y es que Cortacans fue inaugurado en el año 1911 y, a partir de 1978, Pilar Cambil, el alma, la vida, el corazón y los pulmones de ese establecimiento se convirtió en el colmado, la iglesia, el hospital, el punto de encuentro y, sobre todo, el local más fiable de todo el barrio. Caro, vale, sí, pero ideal.

Cortacans cumplió 100 años en el 2011 y aquello fue una fiesta tremenda. El problema es que, en el 2014, Pilar se jubiló (no había tenido un día de fiesta ¡ni uno!) y acabaron traspasando el local a un grupo de inversores, o vaya usted a saber qué, que ni sabía del negocio, ni sabía de gentes, ni tuvo el tacto de entender lo que significaba aquel comercio para el barrio y, sobre todo, lo que significaban sus empleados para nosotros. En la vieja época, tú tenías un problema y acudías a Cortacans. Y no era, no, para comprar sus deliciosas ‘baguettes’, cuando las ‘baguettes’ eran deliciosas y no las congeladas recalentadas de ahora, o para adquirir un kilo de la mejor nata montada de España, no, era porque tenías un escape y, simplemente, le dejabas las llaves de tu casa a Pilar porque iba a ir el fontanero y ella le abriría tu puerta.

Media vida en Cortacans

En Cortacans no adquirías productos, vivías. En Cortacans no ibas a comprar, ibas a respirar, a compartir, a pedir, a recibir, a ayudar. Cortacans era el sillón del psiquiatra, el sitio donde Pilar siempre te daba el mejor consejo o te ayudaba a resolver tu problema, fuese, insisto, un escape o qué dar de comer a tus invitados. Cortacans no cerraba nunca, ¡jamás!, de ahí que, cuando los nuevos dueños (ni siquiera eso, los ‘enterradores’) decidieron, porque no les salían las cuentas, cerrar al mediodía, el barrio entero empezó a sospechar que un día pasaríamos por su puerta y habrían echado las persianas de por vida. Así lo hicieron el pasado 29 de julio. ¡Qué dolor!

No diré los nombres, aunque los tengo, de semejante asesinato múltiple. No diré quién nos ha arrancado parte de nuestras vidas de golpe. Ni siquiera vale la pena. Los están persiguiendo por falta de pago (incluso del alquiler que le deben a Pilar). Es verdad, ¡claro que es verdad!, que la vida se ha puesto muy dura para todos los comercios. Nadie dijo que esto sería fácil. Es verdad que, en el barrio, han abierto nuevos comercios, que ahí está el kebab de todos los barrios, el Thai Bistro de todos los barrios, el Enrique Tomàs de todos los barrios, el Santa Gloria y McxiPà de todos los barrios, la Granja Armengol de todos los barrios, el bonÀrea de todos los barrios, pero Cortacans tenía lo que no tenía nadie: solera, amistad, cariño, mano izquierda, empleados de toda la vida maravillosos, complicidad. Y eso fue despreciado por los ‘enterradores’, que, ahora, han desaparecido.

Tú no ibas a Cortacans a comprar. O no ibas solo a comprar. Ibas a encontrarte con Serrat que compraba pan y jamón, con el Pep Guardiola de 18 años, con Leopoldo Pomés, con Pasqual Maragall, con La Trinca en pleno ¡en pleno!, con el Tricicle, con Jesús Quintero y, sobre todo, con Manel Vic, el maravilloso y entrañable ‘speaker’ del Camp Nou, que tenía mesita perpetua, la misma en la que, a veces, se tomaba un café ¡hasta Eduardo Mendoza! Allí, en Cortacans, aún esperaban que un día se presentase algún heredero de Rubén Darío a pagar la deuda que había dejado en los primeros diez años de existencia de Cortacans.

Todo eso se han llevando por delante los ‘enterradores’. Sí, repito, ya sé que ha ocurrido demasiado en Barcelona como para que, ahora, el entierro de un colmado más en la ciudad puede sonar a excepcional. Pero, como dice Serrat, no estamos hablando, no, de un establecimiento cualquiera. Por eso lloramos los del barrio. Y, ahora, nos pasamos el día caminando por el barrio, comprando en diez tiendas, aquellas a las que han ido a parar los empleados despreciados por los ‘enterradores’ de Cortacans.

Pero siempre hay almas solidarias: al leer esta información, el propietario de una 'fleca' de Sant Feliu de Llobregat se ha puesto en contacto con este diario para ofrecer trabajo a personal de Cortacans.  

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