PAISAJE CON FIGURAS

Una tarde entre tebeos

Una mezcla de homenaje al primer amor y de regreso al lugar del crimen lleva a muchos al Saló del Cómic cada año

Dos monitoras maquillan a un joven visitante del Saló del Cómic, que se celebra en el recinto ferial de Montjuïc.

Dos monitoras maquillan a un joven visitante del Saló del Cómic, que se celebra en el recinto ferial de Montjuïc.

Ramón de España

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Dice la canción que siempre se regresa al primer amor. Y sostienen los devotos de los acontecimientos luctuosos que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen. Intuyo que es una mezcla de ambos conceptos lo que cada año dirige mis pasos hacia el recinto ferial de la plaza de Espanya de Barcelona para visitar el Saló del Cómic.

Aunque no publico un álbum desde 2012 (La ola perfecta, con dibujos de Sagar Forniés), la organización del evento sigue considerándome un autor en activo, gracias a lo cual me obsequia con una credencial que me permite acceder gratis al recinto, y a mí me encanta llevar colgada del cuello cualquier credencial.

Nada más entrar, me atrapan tres simpáticas adolescentes que están haciendo un trabajo de curso para el colegio y quieren saber qué opina un señor mayor sobre las virtudes pedagógicas de los tebeos. Aunque la diferencia de edad nos obliga a vivir en mundos distintos, respondo a sus preguntas tratando de hacerme entender, pero no estoy muy seguro de conseguirlo. Les cuento que, en mi infancia, uno esperaba el tebeo semanal de El Capitán Trueno como ahora se espera la entrega semanal de Juego de tronos, y añado, didáctico, que el gran Hugo Pratt -que no saben quién es- definía el cómic como «el cine de los pobres». Educadas, sonrientes y encantadoras, me dan las gracias y se despiden mientras yo me quedo convencido de que las van a suspender por culpa de ese viejo imbécil que les ha llenado la cabeza de chorradas vetustas sin responder de manera concreta a ninguna de sus preguntas.

El encuentro

Adoptado ya el tono viejuno, me dirijo a la exposición dedicada a las revistas de los años 80, cuando parecía que el tebeo formaba parte de la cultura contemporánea (luego ya vimos que se trataba de un espejismo), y me planto ante el original de una página de Velvet nights (1985), el álbum que hice con mi amigo Sento y que se publicó por entregas en la revista Cairo. Pienso una vez más que ya no hay revistas, pero abandono rápidamente el tema. Es jueves por la tarde y se puede recorrer el Saló sin apreturas, lo cual permite detenerse en todas las paradas y comprobar que se edita más que nunca.

Abundan las editoriales independientes, que no paran de publicar material excelente que no se vende, salvo excepciones. En el stand de Astiberri me topo con mi viejo compadre Miguel Gallardo, que ha conseguido dedicar un ejemplar de su último libro mientras, a su lado, un guionista norteamericano trufado de tatuajes, bajo la mirada protectora de su esposa, que es como un personaje de Daniel Clowes -me recuerdan a The Handsome Family-, no para de firmar.

Tiempos de internet

Salimos a tomar un café y acabamos hablando del pasado y rememorando a figuras estelares del underground local. Antes de eso, Miguel se hace con el último álbum de Giardino y yo con el nuevo de Kim, que tiene muy buena pinta. Nos pilla la emergente Flavita Banana mientras hablamos del inefable Onliyú, pero no sabe quién es. "Lo mío son las redes sociales", aduce en su defensa. Cuando nos deja, Miguel me informa de que Flavita lo petó en Instagram colgando cada día una viñeta (tiene miles de seguidores), luego autoeditó un álbum que se lo quitaban de las manos y ahora la edita Lumen y publica en El País. ¿Quién necesita revistas en los tiempos de internet?

La principal novedad de este año es un enorme espacio dedicado a los niños (¡hay que pensar en el futuro!), y observo que ha crecido el merchandising. En la parada de una tienda de Amsterdam me hago con una camiseta de Batman y otra de la nave Nostromo de Alien, y no sé por qué. ¡Hasta el año que viene, querido Saló del Comic!