NOVEDAD EDITORIAL

Historia(s) del Fondo, el barrio que desbordó de vida(s) la montaña roja

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Helena López

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No son muchísimos, algo más de una docena, pero llegan juntos y se hacen ver; sonrientes y orgullosos. No todos los días se presenta un libro en el que uno -una, ellas son mayoría- es la protagonista; y menos cuando se viene de los márgenes de los márgenes, como es el caso. No vienen de demasiado lejos, a penas una parada de metro, pero precisamente acortar esa distancia, en otros tiempos un abismo, fue una de sus victorias. Victorias retratadas con rigor y cariño por la periodista Isabel Martínez (Badalona, 1982) en 'El Fondo, cruïlla de cultures. Crònica urbanística d'un barri marcat per la immigració', cuya presentación en Centro Cultural Can Sisteré no se han querido perder.

La autora del estudio, fruto de las becas para trabajos de investigación sobre la historia de Santa Coloma convocadas por el ayuntamiento de la ciudad, empieza la presentación desacomplejadamente emocionada tras comprobar la presencia en la sala de las vecinas a las que dedica el trabajo, "sin las que este no hubiera sido posible". "De niña, los domingos eran el mejor día de la semana. Bajábamos la calle del Rellotge para ir a pasear por el Fondo y, la mejor parte, jugar al parque de Verdaguer; un parque que se había construido poco antes, se inauguró en 1982, en un solar que había sido propiedad privada y que pasó a ser municipal con la recuperación de la democracia. Y fue así, en parte, porqué los vecinos y las vecinas lo habían reivindicado durante años con mucho esfuerzo, voluntad y determinación hasta recuperarlo para el barrio, liberándolo de la voracidad especulativa", abre su intervención la autora. 

Una anécdota que Martínez reivindica por lo emocional -es su primer recuerdo de un barrio que podría ser el suyo- y, sobre todo, por ser ese parque uno de los paradigmas de la lucha por la dignidad del Fondo, el objeto de estudio de una investigación que busca inmortalizar, reivindicar y academizar la memoria colectiva de un barrio a punto de llegar al centenario, a cuyos vecinos les ha tocado siempre luchar. "Sin caer en el buenismo ni obviando la gestión de la diversidad, que es compleja, el compromiso que muchas personas adquirieron con el barrio es admirable. Algunas que pudieron, se marcharon; pero aún queda un buen puñado de vecinos de toda la vida, de activistas del Fondo, que no cambiarían el barrio por nada del mundo. Y ese sentimiento de pertenencia dice mucho de ellas y de la personalidad del barrio", prosigue la autora. Desde las primeras filas, una de esas vecinas da un codazo cómplice su amiga: "Esas, esas somos nosotras".

Marcados por la especulación

El libro, presentado por la alcaldesa Núria Parlon, pone el foco en el urbanismo y el difícil acceso a la vivienda, antes y ahora. "La vivienda, el urbanismo y la inmigración son aspectos indisociables que van de la mano y condicionan la vida de las personas", señala Martínez, "consciente de la complejidad del barrio, donde confluyen dos ingredientes comunes en prácticamente todas las periferias: el urbanismo desordenado y la composición social inequívocamente popular e inmigrante".

La periodista persigue con éxito construir un relato honesto, huyendo tanto de la estigmatización como de la crónica edulcorada de un barrio, el más denso de Santa Coloma, desbordado por la especulación inmobiliaria y la necesidad de vivienda durante el desarrollismo, que afronta el siglo XXI con casi un centenar de nacionalidades y el reto de gestionar la mayor diversidad cultural de su historia. Un barrio, como tantos, donde algunas de esas personas que fueron en su día víctimas de esos abusos los han reproducido con los que ahora son más vulnerables.

"Igual que ahora vemos a un grupo de chinos con las maletas y pensamos que acaban de aterrizar, antes eran andaluces. Los mirabas y decías 'otros que vienen", explica en el volumen Antoni Estellers, hijo del Fondo, barrio en el que la precariedad habitacional ha tomado muchas formas, de casas autoconstruidas de madera y sin lavabo, a refugios en las cuevas que nacían de la tierra roja en la parte alta de la calle del Rellotge, donde la insalubridad y la sobreocupación fueron una constante.  "Al Fondo venían a parar las familias inmigrantes, trabajadoras y humildes. Y cuanto más lo eran, más arriba de la montaña se establecían, porque el precio por metro cuadrado era más económico y la tierra, por cierto, más roja -concluye Martínez-; este legado no es neutro".