Sant Jordi de cine
Lectores al borde de un ataque de nervios: Almodóvar arrasa en su primer Sant Jordi
El cineasta manchego y el director de cine Albert Serra desatan la pasión en su primer Sant Jordi como escritores
Leticia Blanco
Coordinadora de Cultura y Ocio
Periodista de la sección de cultura. He trabajado en El Mundo, donde coordiné durante una década el suplemento de cultura emergente Tendències.
A media mañana, entre las hordas de lectores que se apelotonaban bajo las carpas de la Fnac del Triangle, Pedro Almodóvar apareció y todo el mundo se puso muy nervioso. Este ha sido el primer Sant Jordi del director de cine manchego, que acaba de publicar una recopilación de su relatos, ‘El último sueño’ (Reservoir Books), y la excitación se notaba en el ambiente. El cineasta acudió con un séquito formado por los actores Carlos Cuevas y Laia Manzanares y su asistente (y eficaz escudo personal) Lola García, a quien dedica el libro y quien fue la encargada de guardar en carpetas durante décadas los relatos que iba escribiendo, también de seleccionar los 12 que ahora han visto la luz.
"¿Puedo tocarte?"
Que las películas de Almodóvar generan pasión es algo que todos sabíamos, pero asistir en directo a la hiperventilación generalizada ante su presencia es otra cosa. “¿Puedo tocarte?”, le preguntó un lector a punto de echarse a llorar. “Gracias por haberme cambiado la vida”, le dijo otro. “Esto es lo más cerca que voy a estar de una estrella”, dijo otro. “Gracias por tu cine”, le espetó un grupo de tres amigos con camisetas de Andy Warhol que apretaban el libro recién firmado a su corazón muy fuerte tras hacerse el ‘selfie’ de rigor con él.
Los fans de Almodóvar son además muy completistas y la mayoría acudió a la firma con toda la artillería del coleccionista: el manchego firmó varios pósters de ‘Tacones lejanos’, ejemplares de ‘Patty Diphusa’, del guión de ‘La piel que habito’, un cartel japonés de ‘Julieta’, del libro que Taschen publicó hace unos años… Para el recuerdo, un admirador que se le acercó y le contó que había conocido a su pareja en una página de contactos en la que los dos tenían de avatar el cartel de ‘Todo sobre mi madre’. “Él me preguntó: ¿te gusta Almodóvar? Empezamos a chatear, a hablar sobre tu cine, y quince años después seguimos juntos y tenemos una hija. Así que gracias por todo”.
Albert Serra y los corazones con espinas
Con 20 minutos de retraso y su habitual uniforme de camisa blanca impoluta, gafas de sol, gabardina negra y botines de estrella de rock, Albert Serra empezó su primera Diada como escritor a media mañana en paseo de Gràcia con una nutrida cola de fans que le esperaban en la parada de Laie. El director de ‘Pacifiction’ se estrenaba este año en esto de las firmas con ‘Un brindis per Sant Martirià’ (H&O Editores), el espléndido pregón que dio en las últimas fiestas de su Banyoles natal y que es, en realidad, un ensayo autobiográfico sobre sus raíces donde explica cómo y por qué se convirtió en el director de cine catalán más internacional.
El primero de la cola era Alejandro Martínez, un joven de 17 años fan irredento (su película favorita es ‘La mort de Lluís XIV’) y estudiante de Literatura Comparada igual que Serra, que en el libro cuenta que no iba a clase nunca y que aprobó la carrera de chiripa. La dedicatoria, un garabato de un enorme corazón-cactus lleno de espinas que Serra estampó en todas las firmas, era toda una declaración de intenciones: “El amor pincha. Hoy es el día de los enamorados y es una manera de recordar que, en general, el amor siempre acaba mal”, explicó el cineasta con esa pose afrancesada tan suya distante-lacónica-irónica.
Entre los fans de Serra hubo de todo: Manel, trabajador del Museu Picasso con quien Serra departió brevemente sobre la correspondencia de Dalí, y también la pequeña Gala, un sonriente bebé de tan solo nueve meses a quienes sus padres inmortalizaron en una foto con el de Banyoles. “Me encanta Sant Jordi, es algo que deberían copiarnos fuera. Y es una lástima que hagan el festival de cine [en referencia al BCN Film Fest] justo antes, deberían invitar a todos los directores a vivir esto”, dijo Serra.
A medida que los lectores iban pasando y Serra iba estampando su corazón con cactus en los libros, empezó a dibujar otros garabatos: un enorme miembro viril (a un chico joven, Raimon, visiblemente entusiasmado con la dedicatoria fálica) y una A de anarquía como las que se pintaban en los 90 en los lavabos de instituto y las discotecas de tarde. Todo entrañablemente grunge, muy ‘teen spirit’.
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