Novedad editorial

Los discos que Hitler, Stalin y Franco se llevarían a una isla desierta

Máximo Pradera rastrea y analiza los gustos musicales de algo más de una veintena de personajes célebres en el libro 'Están tocando nuestra canción'

Hitler, Stalin y Franco

Hitler, Stalin y Franco / ARCHIVO

Rafael Tapounet

Rafael Tapounet

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

‘Desert Island Discs’ es un programa de radio semanal de la BBC que lleva 80 años en antena (la primera emisión data del 29 de enero de 1942) y en el que un invitado de renombre habla durante unos tres cuartos de hora sobre las ocho piezas musicales que querría tener consigo en una isla desierta en caso de sobrevivir a un naufragio. Tomando como referencia ese legendario programa por cuyos micrófonos han pasado personajes tan variopintos como Alfred Hitchcock, Roald Dahl, Lauren Bacall, Desmond Tutu, Tom Hanks, David Beckham y la princesa Margarita (y muchísimos más; la lista supera los 3.000), el periodista, escritor y divulgador musical Máximo Pradera (Madrid, 1958) ha rastreado los gustos musicales de una veintena de celebridades y los comenta, con una encomiable mezcla de erudición y gracejo, en ‘Están tocando nuestra canción’ (Libros del Kultrum), un volumen que él mismo, en jocosa paráfrasis de Sadam Husein, califica como “la madre de todas las playlists”.

En el libro, Pradera utiliza las preferencias de algunas figuras destacadas de muy variada época y condición como un pretexto para explayarse a gusto sobre un puñado de piezas musicales “que sobresalen por su calidad artística o por su importancia social”. Sin distinción de géneros ni orígenes: aquí la ópera alemana convive con el rock and roll y la música barroca, con la copla. “Pretende ser un libro motivador -aclara el autor-, para animar al lector a escuchar música como a mí me gusta escucharla. Además, me interesa mucho la manera en que los famosos reflexionan sobre la música. La segunda cosa que más me gusta después de escuchar música es oír a otra gente hablar sobre música”.

Máximo Pradera.

Máximo Pradera. / EPC

De Springsteen a Napoleón

Algunos de los personajes elegidos por Pradera (Paul McCartney, Marlene Dietrich, Deborah Kerr, Bruce Springsteen, Joan Baez, Louis Armstrong, Patricia Highsmith, Sophia Loren…) desfilaron en algún momento por ‘Desert Island Discs’, lo cual simplifica mucho el trabajo de investigación. Más enjundioso ha sido buscar las canciones favoritas de Napoleón Bonaparte, de Lenin, de la reina inglesa Isabel II o del antes mencionado Sadam Husein, un tipo a quien, al parecer, le chiflaba la rotunda diva del hip-hop-soul Mary J. Blige.

El implacable dictador iraquí no es el único sátrapa que aparece en las páginas de ‘Están tocando nuestra canción’. También hay capítulos dedicados a Adolf Hitler, Iósif Stalin y Francisco Franco, otros tres tiranos célebres que, por una buena razón, nunca fueron invitados al programa ‘Desert Island Discs’. “Me gusta esa contradicción de que a gente indeseable le pueda gustar una música excelsa -señala Pradera-. Como Hannibal Lecter, un psicópata caníbal que sabe tocar las ‘Variaciones Goldberg’. Ese tipo de cosas crea un cortocircuito mental que es positivo, porque nos obliga a reconsiderar la manera en que pensamos sobre estos asuntos. Me apetecía hurgar en esa contradicción y hacer que el lector se sintiera un poco incómodo”.

Un genocida de opereta

Para conocer qué música escuchaba Hitler en la intimidad, Máximo Pradera toma como fuente la fascinante historia de un capitán de la inteligencia militar soviética que, tras la caída de Berlín, se pasó con un par de camaradas por la Cancillería del Reich para ver qué podía rapiñar; allí encontró unas cajas con los discos de pasta privados del Führer y se los llevó a su dacha cerca de Moscú, donde permanecieron ocultos en un desván durante casi 50 años, hasta que la hija del capitán los descubrió por casualidad. Gracias a ese hallazgo, sabemos que Hitler se deleitaba escuchando en privado obras de compositores rusos como Chaikovski, Rachmaninov y Borodín (¡el enemigo!), las previsibles óperas de su idolatrado Richard Wagner (‘Lohengrin’ fue la primera que le cautivó, con solo 12 años) y música de Beethoven, en particular las Sonatas para piano números 24 y 27. 

La derrota de la Wehrmatch en Stalingrado no solo cambió el signo de la segunda guerra mundial, sino también los gustos musicales de Hitler, que, a partir de ese momento, según revelaron miembros del personal de servicio de la Cancillería, solo quería templar su apesadumbrado ánimo con las operetas del austrohúngaro Franz Lehár. Y entre ellas, su predilecta era ‘La viuda alegre’, que relata los desvelos de un grupo de nobles de un pequeño principado llamado Pontevedro para evitar que la viuda más rica del país se case con un extranjero.

El dictador y la pianista

En el proceso de recogida de información para el libro, Pradera reconoce haber contraído una deuda con el pavoroso Stalin. “Gracias a él he conocido la canción ‘Suliko’, que era su preferida y es muy bonita”. ‘Suliko’ es una composición que nació de un poema escrito por un aristócrata georgiano (el conde Akaki Tsereteli) y que acabó formando parte del repertorio del coro del Ejército Rojo. Tal vez eso nos diga algo sobre la capacidad de la música para trascender estamentos e ideologías.

Es también conocida la debilidad que Stalin sentía por el ‘Concierto para piano número 23’ de Mozart, aunque en este caso es dudoso que la fascinación hubiera sido la misma si el dictador no hubiera descubierto la pieza en una interpretación de la pianista Mariya Yúdina, a la que veneraba sin reservas. Mucho más retorcida, de naturaleza casi sadomasoquista, era la relación que el tirano mantenía con el compositor petersburgués Dmitri Shostakóvich, autor de algunas de sus piezas favoritas (‘La canción del contraplán’, la sinfonía ‘Leningrado’, ‘La canción de los bosques’) pero a quien hizo caer en desgracia una y otra vez al condenar el “formalismo contrarrevolucionario” de obras como la ópera ‘Lady Macbeth de Mtsensk’ y la Novena Sinfonía.

Sumisión en La Granja

“Los gustos musicales de Franco son absolutamente previsibles”, subraya Pradera. A juzgar por lo que refiere en el libro, hay que darle la razón: zarzuela, copla y poco más. El generalísimo se solazaba escuchando pasajes de ‘Marina’, una ópera de origen zarzuelero que transcurre en Lloret de Mar y cuyo autor, Emilio Arrieta, compuso también la música del popular himno ‘¡Abajo los Borbones!’, y el repertorio de Juanita Reina, la emperatriz de la copla, una presencia indispensable en las galas artísticas con las que Franco agasajaba a los miembros del cuerpo diplomático en el Palacio de la Granja cada 18 de julio.

“Lo que más me gusta del pasaje de Franco son esas recepciones en La Granja y la relación de explotación que tenía con los artistas, de obligarles a ir año tras año para que le hicieran quedar bien delante del cuerpo diplomático sin pagarles un duro -comenta el autor-. Y la tensión que se creaba: si te llamaban, mal, y si no te llamaban, peor”. Por supuesto, nadie se atrevía a declinar la invitación del dictador. La única que se atrevió a desairar al Caudillo fue Concha Piquer, quien, después de actuar ante Franco en una cacería, fue requerida para volver al escenario a cantar ‘Ojos verdes’, una pieza cuya versión original aludía a un amorío homosexual y que al generalísimo le gustaba más que pescar salmones. La Piquer se negó alegando que en ese momento estaba merendando y emplazó a Franco a ir al teatro si quería verla cantar. Nunca más fue invitada a La Granja.

Suscríbete para seguir leyendo