El libro menos vendido

Al negocio dicen que le sienta bien esta suerte de Roca Village de la literatura que es Sant Jordi, pero tal vez...

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Carles Cols

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Qué bien queda contar que el centro de Barcelona se llenó ayer de gente que compraba libros y qué cierto es a la par que cada vez hay menos librerías en el centro de la ciudad, algunas por defunción (Canuda, Tartessos, Castells, Catalònia, la Francesa...) y otras porque han tenido que emigrar a calles de alquileres más económicos (Documenta, Jaimes...). Barcelona es la reoca, más o menos como la propia fiesta de Sant Jordi, que dicen que año tras año salva la cuentas de las editoriales y de los libreros, pero siempre queda la duda de si realmente fomenta la lectura el resto del año.

En la calle de Milà i Fontanals hay un buen lugar donde ir a buscar una respuesta. Es la librería que Pere Fernández y Consuelo Gallego abrieron en mayo del 2011. Sí, no es un error, levantaron la persiana en mayo, pocos días después de un Sant Jordi, lo cual resume muy bien el espíritu empresarial de ese par de decenas de microlibrerías que se han abierto estos últimos años bien lejos del centro, como Nollegiu, «el probador de libros de Poblenou» (así la presentan sus dueños) y Calders, en Sant Antoni, «librería especializada en libros» (esta definición, también de los dueños, es menos absurda de lo que parece si uno se para a pensar en ella). La de Fernández y Gallego está en Gràcia y le pusieron de nombre Pequod, que como todos los grandes barcos de la literatura yace en el fondo del mar, pues este es el que capitaneaba Ahab en busca de la temible ballena blanca.

Fernández confiesa que en su primer Sant Jordi pecó. Tuvo en el escaparate Ambiciones y reflexiones, de Belén Esteban. En el siglo XV, Hieronimo Squarciafico, padre junto a Aldo Manucio de una de las primeras y más notables imprentas de la historia, ya avisó del peligro de que aquel invento «cayera en manos de los hombres iletrados» y, peor aún, que «la abundancia de libros hiciese al hombre menos estudioso». Menuda clarividencia.

El caso es que a bordo del Pequod, Fernández hizo propósito de enmienda. Sin llegar a las cotas de José Batlló, el peculiar dueño de la librería Taifa de la calle Verdi (otra vez Gràcia), que en el Sant Jordi del 2014 echó de la tienda a un hombre que quería comprar ahí un libro de Pilar Rahola y parece que quiso pasar por la quilla a otro que pretendía uno de Paulo Coelho, el capitán de Pequod hizo una especie de juramento hipocrático literario y desde entonces se dedica solo a prescribir libros a sus clientes como si fueran recetas. Nada de placebos. Solo buena literatura. «Vendemos más en diciembre, cara a las fiestas de Navidad, que en Sant Jordi». Ahí está la respuesta que andaba buscando. El libro más vendido en Sant Jordi no es nunca el mejor libro que se puede regalar. Es más, puede que el libro menos vendido sea en verdad el mejor.

El mejor elogio del mundo

William Faulkner dijo una vez que Moby Dick era la obra que le hubiera gustado escribir. Menudo elogio. Es un libro con el que casi nació un género, el de la enciclopedia novelada. Es el Quijote de la literatura estadounidense. Una obra maestra. Fernández tiene un pequeño altar en la tienda con ediciones variadas. A lo mejor suya es estos últimos cuatro años la plusmarca barcelonesa de venta de esa obra cumbre de Herman Melville, pues siempre hay a quien le place más comprarla en una librería que se llame Pequod, cuestión de vicios y filias, pero ayer, Sant Jordi, probablemente las ventas de Moby Dick fueron inapreciables en mitad de esa suerte de la Roca Village de la literatura en la que ha degenerado el centro de la ciudad durante esta fiesta.

Es cierto que esa lista de los injustamente menos vendidos podría incluir unos cuantos centenares más de títulos, libros que abren el apetito de leer más, pero parece que la Diada no va de eso. Es como si por Sant Jordi mandara la Reina Roja de Alicia en el país de las maravillas, que sea necesario cada año correr más y más deprisa para seguir estando en el mismo sitio. Un error.