ADELANTO EDITORIAL

25 de febrero de 2020, el día en que el covid entró en el Clínic

El próximo martes, el Clínic presenta el libro 'Covid-19. Crónicas de una pandemia', escrito por diversos periodistas de Barcelona. Los ingresos por la venta de este libro se destinarán a la investigación del coronavirus. Este es un extracto del primer capítulo, que narra los frenéticos y desconcertantes primeros meses vividos en uno de los mejores hospitales públicos de Europa.

Emilio Pérez de Rozas

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“Os pido un favor, no volváis a decir que esto es lo más parecido que habéis visto a un campo de refugiados. No lo volváis a decir. ¡No sabéis lo que es un campo de refugiados, no os lo podéis ni imaginar!”.

Ernest Bragulat, jefe de sección de Urgencias del Hospital Clínic de Barcelona, recuerda aquel encuentro con enorme precisión. Bueno, como todo lo suyo. Como todo lo de ellos. Como todo lo de todos. Hay épocas inolvidables y más para los sanitarios españoles. Del mundo.

Varios médicos de urgencias del Clínic se habían desplazado, durante algunas semanas, para echar una mano en el campo de refugiados que existe en la localidad griega de Idomeni. Allí habían convivido, intensamente, también sin horario y con cierta desesperación, el día a día de sus habitantes.

Eran los tiempos iniciales de la pandemia del covid-19 en todo el mundo y, muy especialmente, en el Clínic, en Barcelona, en Catalunya, en toda España. Era una época en la que, a veces, sin mala intención, ¡por Dios!, simplemente por hartazgo o sin una manera mejor de definir la situación, entre los doctores y el personal sanitario del lugar donde se vivía el tuétano de semejante plaga se hablaba de que era “lo más parecido a un campo de refugiados”.

La frase más repetida en el Clínic en esos meses fue la del film 'Blade Runner': "Yo he visto cosas que vosotros no creeríais"

Y, claro, cuando los doctores regresaron de Idomeni e instruyeron, informaron, a sus colegas de cuál había sido su cometido en aquel lugar, lo primero que les pidieron fue que no volvieran (“volviéramos”, pues ellos se incluían, claro) a hacer aquella comparación. “Aquello sí es una situación desesperada”, dijo uno de los viajeros. “Nosotros, al fin y al cabo, somos un centro de referencia, podemos defendernos, tenemos 700 camas y más de un centenar de UCI. Cierto, hemos hecho lo que hemos podido y sabido, la ola del covid-19 nos pasó por encima, pero no digamos que esto parece un campo de refugiados, no lo digamos, no”.

Desesperación, sorpresa, inquietud

Y no volvieron a comentarlo nunca más. También hubo, ¡claro que sí!, en esos primeros meses de desesperación, sorpresa, inquietud, incertidumbre, desconocimiento y desconcierto (febrero, marzo, abril del 2020) quien empleó, en las reuniones matinales del Gabinete de Crisis y, posteriormente, en las citas parciales con cada uno de los departamentos para planear el día a día, la palabra ‘guerra’. “Yo, afortunadamente, no he vivido una guerra, pero ha de ser muy parecido a esto”, comentó más de un doctor, más de un sanitario, más de un camillero, más de un miembro de las ‘batas blancas’ que salvaron nuestras vidas y lamentaron el dolor y las muertes que ha producido, que está produciendo, el covid-19.

"¡Dios, no nos puede estar pasando esto! ¡Esto no es verdad! Desperté y todo fue a peor, sí, nos estaba pasando a nosotros"

— Doctor Toni Trilla

(…) Esos primeros días, esas primeras semanas, esos primeros meses fueron un sinvivir. En toda España, en todo el mundo, en el Clínic y en todos los centros hospitalarios. “Hubo un día, a finales de marzo -relata el doctor Toni Trilla, jefe de Medicina Preventiva y Epidemiología y, además, Decano de la Facultad de Medicina del Clínic- que, después de decenas de horas de trabajo, de guardia, de tensión, de desesperación, no mía, de todos, me fui a casa a dormir, si podía, seis o siete horas. Esa noche, apagué la luz de mi mesita de noche pensando: ‘¡Dios, no nos puede estar pasando esto a nosotros! ¡Esto no es verdad! ¡No está sucediendo!’ Y lo verbalicé, soñando, deseando, hasta intuyendo que, al día siguiente, al despertarme, iría al hospital y todo habría vuelto a la normalidad, porque se trataba de un sueño. Pero no, volví y todo fue a peor”.

"Cosas que no creeríais"

Fue tan a peor que una de las frases favoritas de aquellas semanas, de aquel caos, de aquella desesperación e impotencia, fue la legendaria sentencia del film ‘Blade Runner’, aquel en el que uno de los protagonistas dice: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais”. Eran días, como relata Trilla, con la sabiduría de un profesor de universidad, de un experto en la materia, en los que los médicos y todos, todos los sanitarios del Clínic, de Barcelona, de Catalunya, de España, del mundo entero, “llegábamos a nuestro hospital cuando Dios mandaba y nos íbamos cuando Dios quería”. Era, sí, un sinvivir. Es más, ellos no tenían vida. El mundo estaba confinado, pero ellos no eran el resto del mundo.

Algunos médicos, que eran referentes en el Clínic, pasaron a segundo plano y emergieron sanitarios, enfermeras, camilleros que ocuparon su lugar y tiraron del carro

 Fue en ese instante, en esos momentos complicados, cuando al doctor Trilla se le cayó el mundo, el alma, a los pies. A Trilla no le duelen prendas ni pretende esconder la realidad al reconocer que “algunos compañeros (muy pocos, sí, pero los hubo) que hasta aquel momento eran tenidos por referentes en la institución, pasaron a un segundo plano”. La metáfora que emplea Trilla resume perfectamente la situación: "Cuando hay mar en calma, todos los capitanes parecen buenos. Los verdaderos capitanes son los que saben navegar con tormenta".

 Pero ¿qué ocurrió?, se pregunta Trilla. “Pues que aparecieron otros compañeros”, señala el prestigioso doctor. “Eso suele ocurrir ¿verdad? en todos los órdenes de la vida, en todos los trabajos, en todas las empresas y oficinas. Cuando crees que algunos van a convertirse en los líderes que nos ayudarán a todos a sobrellevar el peso de lo desconocido, de la crisis, algunos, repito: muy pocos, se inhiben o se bloquean por la situación. Pero, de pronto, aquel camillero que tú creías modesto, trabajador pero discreto, casi oculto, se convierte en el amo de la planta; aquella enfermera tranquila y sosegada, se dispara y se atreve a todo y da, no uno, sino 10, 100 pasos al frente y acaba liderando la situación. Muchos de estos profesionales sanitarios acabaron convirtiéndose en personas vitales en el día a día de sus zonas de trabajo. La pandemia nos ha proporcionado una lección de trabajo en equipo y liderazgo”.

(…) El doctor Jordi Vila, jefe del servicio de Microbiología y responsable del laboratorio del Clínic (el ‘señor de las PCR’, o casi), se niega a hablar de ‘bomba biológica’ -él y, por supuesto, todos sus colegas- cuando se le plantea si el sida, el ébola, que aún pululan, y los diversos covid (el 19 no fue el primero, no), son un castigo y/o consecuencia de nuestro tipo de vida. “Yo solo sé una cosa, si esto se produce hace 50 o 60 años, habría sido horrible, una debacle, una hecatombe. El covid-19 ha sido tan dañino, tan desconcertante, tan inesperado, tan difícil e imposible de afrontar, de parar, de curar, que ni siquiera un grupo terrorista hubiese podido imaginar un mal tan dañino, tan devastador, que hiciese sufrir y asustase tanto a la población”.

"Si esto ocurre hace 50 o 60 años, hubiese sido una auténtica debacle, una gran hecatombe"

— Doctor Jordi Vila

(…) Y es aquí donde, sin pelos en la lengua y, sobre todo, sin querer convertirse en portavoz de nadie, ni mucho menos, el doctor Vila se atreve a decir, a criticar, a explicar, a plantear lo que muy pocos se han atrevido a comentar. “Yo lo siento, o no, pero alguien debería de exigir a todos los países y, muy especialmente, a la poderosa China, una buena medicina veterinaria y un control veterinario exhaustivo sobre sus animales. No tiene sentido lo que ha ocurrido y no hay duda de que este Covid-19 es fruto de una gran negligencia”, señala convencido Vila. El doctor afirma que, en otras ocasiones, cuando se ha producido un caso similar, los países implicados han controlado el virus y han conseguido, gracias a ese control veterinario y a las medidas de precaución oportunas, que el problema no llegase a la población. “China carece de ese rigor veterinario, carece de controles en los mercados de venta y matanza de animales. En ese sentido, la posibilidad de que un virus se propague es muchísimo más fácil que en otros países de su nivel”.

El médico que atendió el primer caso

José Muñoz, jefe del servicio de Salud Internacional del Clínic, fue el primero que vio Covid-19 en el hospital barcelonés, en la persona de una mujer italiana, residente en Catalunya, que viajó al norte de Italia, zona de conflicto, punto de aterrizaje de la pandemia, vía, dicen, China-Irán. Eso ocurrió el 25 de febrero. Desde aquel día hasta hoy, nadie ha visto más Covid-19 que Muñoz. (…) Muñoz considera que, pese a haber cometido muchos errores, no solo por desconocimiento de la enfermedad y su comportamiento, sino también por falta de medios (materiales, especialmente) y la dificultad de hacer frente al virus, la sanidad española ha vuelto a ser modélica en su comportamiento, pues no ha dejado de atender, de tratar y de pelear por cuantos pacientes fueron a sus hospitales, atendiéndolos a todos en la medida de lo posible.

La profesión médica culpa a China de la propagación del virus por carecer de rigor veterinario y controles en la matanza y venta de carne animal

(…) “Seguimos en la pelea, aún no hemos salido de esta y, aunque intuimos que ya se ve la luz al final del túnel, el covid-19 se quedará entre nosotros”, comenta Muñoz. “Y es ahora cuando, de vez en cuando, nos vemos y repasamos las fotos de las primeras semanas del 2020 que tenemos en nuestros móviles, cuando todos llegamos a la misma conclusión: han sido, están siendo, dos años que cuentan como diez. En nuestro físico, en nuestras canas, en nuestros ojos, en nuestras cabezas... Sobre todo en nuestras cabezas por culpa del tremendo estrés que sufrimos y la impotencia de, a veces, no poder evitar la muerte de algunos (muchos, siempre son demasiados) de nuestros pacientes. Muchos han necesitado ayuda para intentar reponerse de esto”.

La piel de gallina

Y es aquí, al igual que han hecho Bragulat, Trilla y Vila, cuando Muñoz, que acaba de llegar de Kenia y tiene totalmente parado un trabajo de investigación, varios, en distintos puntos del planeta por culpa de esta pandemia, acepta hablar de dos aspectos de la misma y sus primeros meses catastróficos, caóticos, que le ponen la piel de gallina, entrecortan su voz y, pese a haber visto lo que ha visto y que nosotros nunca creeríamos, humedecen sus ojos: la falta de contacto con las familias y la responsabilidad, a veces, de decidir si, en determinados pacientes, valía o no valía la pena seguir peleando por su recuperación, por su vida. Es lo que el Comité de Ética del Clínic y el resto de hospitales catalanes conocen como Protocolo de Techo Terapéutico.

Planta Covid del Hospital Clínic.

Planta Covid del Hospital Clínic. / MANU MITRU.

 Ni que decir tiene que los profesionales buscaron a menudo alternativas a los protocolos y directrices respecto a la imposibilidad que las familias pudiesen despedirse de sus seres queridos cuando era más evidente que iban a fallecer. No resultó nada fácil.

 No pudieron facilitar esa posibilidad a todo el mundo, pero sí reconocen haber creado pequeñas habitaciones, rincones del Clínic, donde poder atender a las familias de los que iban a fallecer. “Nosotros estamos aquí para curar -señala Trilla- pero también, también, para acompañar y consolar”. “Nuestra sociedad, la manera cómo hemos sido educados, casi nos obliga, lo necesitamos, a estar sentados a los pies de la cama de nuestro ser querido que está sufriendo”, indica Bragulat.

"El sector público ha trabajado, codo con codo, con la sanidad privada y eso ha sido hermosísimo, además de muy gratificante. Todos hemos salido reforzados de esta pandemia"

— Doctor Ernest Bragulat

“Cuando tú tienes, como médico, que dar una mala noticia a la familia, eres el primero que está roto, destrozado”, cuenta Muñoz. “Y, por desgracia, durante estos dos años y aquellos primeros meses sufrimos esa sensación demasiadas veces, muchas. Y te tiemblan las piernas, se te entrecorta la voz, por más preparada que esté la familia. Y no hacerlo en directo, en vivo, cara a cara, es dolorosísimo, yo diría que casi imposible. Esas cosas no se pueden decir por teléfono y, por desgracia, no siempre pudimos saltarnos esa orden. ¿Por qué explico esto? Porque el 70% de nuestra comunicación, no de médico a paciente, no de médico a familiares, no de familiares a paciente, no, en la vida cotidiana, entre nosotros, es comunicación no verbal. Es tu tono de voz, son tus gestos, son tus ojos, tus emociones, la manera de decirlo que tienes, que utilizas. Y eso no existió. O existió poco, escasamente. Y eso lo llevaremos siempre en nuestra mochila. Nos dañó mucho. Demasiado”.

(…) “No nos engañemos y menos ahora, dos años después de la explosión de esta horrible pandemia”, señala Trilla. “A todos nos sorprendió que apareciera este nuevo coronavirus. Al inicio, por nuestros referentes, por nuestra experiencia, por nuestro marco mental, estábamos convencidos de que podía tratarse de un coronavirus más. Sí, nos pusimos en guardia, pero el primer error que cometimos -todos, porque ya había ocurrido en otros casos- fue pensar que no saldría de China, que los chinos lo acotarían, lo controlarían. O que, si llegaba, podríamos actuar como actuamos con el ébola: detectar los casos, controlarlos, aislarlos y listos”. Pero de China saltó rápidamente, dicen, a Irán y, de pronto, surgió en el norte de Italia, donde el impacto fue demoledor, catastrófico, impensable. “Fue en esos momentos cuando nos dimos cuenta de que el virus ya estaba aquí”.

Planta Covid del Hospital Clínic.

Planta Covid del Hospital Clínic. / MANU MITRU.

(…)“La situación es tan caótica, tan desconocida para todos nosotros, tan imprevisible, que solo podemos salvarnos, salvar a la gente y salir adelante unidos, juntos, siendo tremendamente solidarios, apoyándonos unos a otros”, recuerdan al unísono Trilla y Bragulat. “La decisión es aguantar lo que sea, pero nadie sabía, en aquellos días, qué significaba ‘lo que sea’, aunque lo averiguamos enseguida: hasta que nuestro cuerpo aguantase, es decir, hasta el agotamiento físico, que fue lo que ocurrió. La factura la pagaremos tarde o temprano; bueno, ya la estamos pagando. Todos. Pero juntos, que es lo mejor de esta pandemia, que hemos salido reforzados todos, especialmente el sector público que ha trabajado codo con codo con la sanidad privada y eso ha sido hermosísimo, además de muy gratificante”.

El 25 de febrero del 2020, una italiana, residente en Barcelona, viajó a Italia, zona de conflicto donde llegó, procedente de China e Irán, el virus, e ingresó en el Clínic como primer paciente Covid-19

(…) Eran instantes, días, semanas, de improvisación. De que alguien, por ejemplo, el hotel de la Plaza Espanya, se pusiese a disposición del Clínic y hacia allí que enviaban a cientos de pacientes. Se perforaron sus paredes, se instaló, en la calle, un tanque de oxígeno y se salvaron un montón de vidas. Y no solo eso, no. Ante la desesperación, Trilla, Bragulat, Vila, Muñoz, todos, decidieron instalar tuberías de cobre, con agujeritos, a lo largo de ¡¡¡los pasillos de todo el Clínic!!! por si había la necesidad de colocar a los pacientes en esos corredores y suministrarles oxígeno. Y no solo eso, no. Trilla, como decano de la Facultad de Medicina del hospital, pidió que estudiasen (cosa que al final no fue necesaria) cuántas camas “o lo que fuese” cabían en las aulas de la facultad.

(…) Los enfermos que no tenían covid dejaron de ir al hospital. Dejaron de hacerse operaciones. Dejaron de visitarse del resto de especialidades. Todos, todos, todos los médicos, doctores, especialistas, genios, gurús de otros servicios, se pusieron manos a la obra y se convirtieron en soldados del covid-19. Bueno, todos no, los hubo, pocos, sí, que desaparecieron, aquellos médicos de referencia que Trilla no olvidará en la vida, sustituidos por los nuevos y últimos gladiadores de los pasillos del Clínic, que aparecieron como setas, como champiñones, como héroes.

“La pandemia ha transformado nuestras vidas y, desde luego, ha zarandeado de una forma inimaginable y positiva a la familia sanitaria”, reflexiona Muñoz, que sueña con poder recuperar cuanto antes su proyecto de investigación y análisis sobre parásitos intestinales en África. “Es evidente que, si te dedicas a esto, es lo que toca, ¿no? Pero, ciertamente, el covid-19 fue un tremendo golpe de realidad para todos nosotros”.

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