ALERTA SANITARIA

La doble soledad de los sordos por el coronavirus

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Carlos Márquez Daniel

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Sergio vive delante del mercado de Trinitat Nova, en uno de los barrios más castigados de Barcelona, en un lugar cuya renta familiar es siete veces inferior a la de Pedralbes, vecindario con el que comparten la Ronda de Dalt y poco más. En estos días de incertidumbre, como hace todo el mundo, intenta estar al tanto de las noticias, del avance de la pandemia, de la evolución del confinamiento. Sergio vive solo y es sordo desde los siete años. Soporta un aislamiento dentro del aislamiento, pues aunque trabaja y es una persona autónoma, las carencias de la sociedad hacia las personas con discapacidad suelen hacerse más evidentes en momentos de crisis global. "Me siento como un pájaro encerrado en la jaula, sin poder comunicarme ni distraerme con otra persona". 

Le arrolló una motocicleta y sufrió un traumatismo craneoencefálico. Una infancia truncada que le obligó, a él y a su familia, a adaptarse a una situación nueva, y en un momento en el que la formación para el colectivo de personas con discapacidad auditiva no era ni mucho menos aceptable. Él ya tenía una base, "pero hay muchas personas de la época del franquismo y la transición que tuvieron una educación muy deficiente y hoy tienen conocimientos mínimos de lectura y escritura". 

Miedo a descubrir la boca

Sergio sabe leer los labios, lo que le permite tener un interlocutor delante y poder mantener una conversación. Estos días de coronavirus le han complicado mucho la comunicación. "La mayoría de personas usan mascarilla. Los que me conocen del barrio, en los comercios, se la quitan, pero mucha gente no lo hace por miedo al contagio", con lo que pierde cualquier opción de interactuar. Sale lo justo. A comprar alimentos, prensa y tabaco. Todo el día lo pasa en casa, intentando aplicar rutinas que, admite, empiezan a no ser suficientes para sobrellevar la situación. Una especie de silencio ensordecedor.

Se acuerda de las personas mayores con discapacidad auditiva, compañeros del Casal de Sords de Barcelona que viven solos, porque han enviudado, o por la razón que sea, y apenas saben leer o escribir, ni leer los labios. Tienen la televisión, sí, pero las cadenas privadas, cuenta, no hacen prácticamente nada por ellos, y en la pública solo hay lengua de signos cuando comparece alguien importante. Tienen, eso sí, tres informativos al día en el 3/24. Pero no, no se sacude de encima la sensación de vivir un confinamiento de doble cristal. 

Ley sin recursos

Ana Martínez, portavoz de la Federación de Sordos de Catalunya (Fesoca) recuerda que la lengua de signos fue reconocida por el Parlament en el 2010 a través de una ley. Pero como sucede con tantas otros asuntos que toca la cosa pública, la normativa "no se acompañó de presupuesto" que permitiera desplegarla en condiciones. "No puede ser que estemos supeditados a la buena voluntad política", se queja. Las carencias se notan en el día a día, pero son aún más sangrantes cuando se producen situaciones excepcionales, como es el caso. Sucedió con la explosión de la petroquímica de Tarragona, en enero. "No se enteraron absolutamente de nada...". Se repitió con el temporal Gloria, "cuando una vez más quedaron excluidos de la información". Ahora parece que se ha hecho un esfuerzo y pueden seguir las ruedas de prensa de 'consellers' del Govern para actualizar datos sobre la situación del confinamiento. Se quejan, no obstante, de que la ventana con el intérprete es demasiado pequeña.

¿Y no pueden leer los labios a través de la tele? No resulta nada fácil, coinciden Sergio y Ana. Porque se estila poco el tipo de político que tiene el discurso en la cabeza, que no necesita papeles y es capaz de articular una comparecencia en base a dos o tres ideas, mirando a cámara, vocalizando. La mayoría bajan la cabeza constantemente "y eso hace que pierdas el hilo de la frase". "Buch es un experto en mirar los papeles", apunta la portavoz de Fesoca. Otras hablan muy deprisa, y tampoco los subtítulos solucionan el problema, ya que, como señala Ana, muchas personas sordas mayores de 60 años "no son capaces de leerlos", entre otras cosas, porque en su momento se le enseñó en castellano. Ana admite que hay inquietud entre las personas del colectivo. Disponen de una página web en la que tienen información adaptada sobre la pandemia, pero no pueden evitar cierta sensación de ninguneo. Como la que siente Sergio cuando alguien no se quita la máscara para que él pueda ver su boca.