ALERTA SANITARIA

"Nuestro padre murió por coronavirus y no nos han hecho la prueba"

Robert Quiñoa, fallecido por coronavirus en Igualada, junto a sus hijo y nietos

Robert Quiñoa, fallecido por coronavirus en Igualada, junto a sus hijo y nietos / periodico

Carlos Márquez Daniel

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Sonia entró en la habitación junto a su madre Dolors. Bata blanca, gafas protectoras, mascarilla, gorro y plásticos desechables en los pies. En la cama yacía su padre, Robert Quiñoa, de 85 años, que parecía que mejoraba pero de golpe empeoró. Había fallecido horas antes, solo, en la tercera planta del Hospital de Igualada, junto a otro paciente del que le separaba una cortina y que no fue consciente de nada; un hombre que no paraba de pedir que quería ver a su hijo. Sucedió la mañana del miércoles 11 de marzo, y horas más tarde, a las ocho de la noche, la familia recibía la noticia de que Robert había dado positivo por coronavirus. "Casi no hemos llorado porque no somos muy conscientes de qué es lo que ha pasado". Al duelo y al trastorno, al hecho de no poder celebrar un funeral, se le une el no saber si ellos son portadores del COVID-19, porque a pesar de ser un grupo de riesgo evidente y de haber tenido algunos de los síntomas, a pesar de que les prometieron que la pasarían, nadie les ha hecho la prueba de control

Robert había trabajado toda la vida en la fábrica Nissan, en Barcelona. Dolors se dedicaba a sus labores, que con tres hijos -dos chicas y un chico- seguro que serían muchas. Se jubilaron en la Pobla de Claramunt, muy cerca de Igualada. Un retiro pleno y tranquilo a pesar de los problemas respiratorios que, con los años, fueran achicando la fortaleza del 'avi'. El 27 de febrero ingresó con una neumonía. Dos días antes se había diagnosticado el primer positivo por el virus en la Península. "El viernes 6 de marzo parecía que iban a darle el alta porque había mejorado mucho, pero tenía décimas y se lo quedaron. Le hicieron el test tres veces y dio negativo. El martes mi madre me llamó al trabajo y me dijo que algo raro estaba pasando porque las enfermeras no habían entrado en la habitación para repartir la merienda. Era todo bastante caótico. Cuando llegué, lo habían trasladado a un lugar aislado de la misma planta pero habían dejado todas sus cosas en el armario". Al día siguiente, la mañana en la que Robert fallecía, el Govern hacía público el foco de infección de Igualada que derivaría, un par de días después, en el confinamiento de la ciudad y otros tres municipios cercanos. En total, más de 60.000 personas. 

Siete llamadas, cero servicio

Robert fue una de las primeras víctimas mortales por coronavirus en la capital del Anoia. Cuando les confirmaron el positivo, iniciaron el protocolo para someterse al test. Y no solo por el contacto con el marido, el padre o el abuelo al que ya echaban de menos, sino por haber hecho vida durante tantos días en el epicentro de la infección en Igualada. A Sonia le vienen a la cabeza los besos y abrazos que les dio la médica que durante años había atendido a su padre. Todo con la mejor de las intenciones, pero... "Nos dijeron que vendrían con una ambulancia inmediatamente a hacernos las pruebas, pero nada de nada. Desde ese miércoles por la noche he hablado con seis o siete personas distintas, todas muy amables. Y en cada caso me ha tocado empezar de cero, abrir un nuevo expediente, volver a contarlo todo otra vez para terminar igual, sin que venga nadie". Sonia ha tenido fiebre. Tambien su marido y sus hijos. Dolors, por suerte, no ha presentado síntomas. El domingo, cinco días después del fallecimiento de Robert, les dijeron que solo les harán el test si tienen problemas respiratorios. "La verdad es que ya me da igual si tengo o no coronavirus, nos quedaremos en casa y que pase todo cuanto antes". 

El cuerpo de Robert lo fueron a buscar al hospital responsables del tanatorio. No han podido verlo más porque su deseo era ser incinerado y ya se ha procedido a la cremación del cuerpo. No han podido despedirle y están valorando celebrar un funeral íntimo y familiar cuando puedan salir de casa. "Será duro ir a buscar las cenizas", comparte Sonia. Cuenta que los nietos lo sufren entre la incomprensión y el dolor, la incapacidad de llorar y el no saber. "El mayor dice que es mentira, que el 'avi' no ha muerto. Y el pequeño ha llorado mucho y lo vive con una sensación muy extraña". La abuela, sola en casa pero con un elevado grado de autonomía, está "colapsada". "No entiende que hayan pasado tanto de nosotros y que a los políticos sí les hagan las pruebas a pesar de no ser grupos de riesgo". "En el trabajo nos han ayudado mucho, también los vecinos. Los médicos y las enfermeras se han portado de maravilla desde el primer momento, pero la Administración ha pasado de nosotros. Ha pasado de nosotros...". 

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