"Cuando me corté se acabó el agobio"

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

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La tercera vez que Julia [nombre ficticio], de 15 años, decidió cortarse en el cuerpo, el pasado febrero, escogió la parte superior de ambas piernas. Con esa intención se encerró en el lavabo de casa, junto a la ducha, provista de la diminuta hoja afilada de un sacapuntas desmontado. Aguantando en silencio un dolor que en otras circunstancias le hubiera resultado insufrible, fue rasgando sus muslos en trazos de unos 10 centímetros de longitud, atenta y concentrada, sin otro pensamiento. Dos semanas antes, lo había hecho en el antebrazo, dejando igualmente a la familia en estado de estupefacción ante la demoledora presencia de su hija desangrándose. ¿¡Corre, corre, que la cría se ha cortado las venas!¿, despertaron al instante a su padre, que descansaba de su turno laboral vespertino en una habitación contigua. ¿Ver a tu hija sangrando es lo peor. Yo no sabía qué hacer¿, relata el hombre, muy preocupado.

Al igual que las veces anteriores, Julia se había sentido angustiada por algo sucedido en la escuela. Dos compañeras de clase que, según relata, le amargan la vida desde hace semanas, la habían estado molestando en el patio, en la hora del bocadillo. ¿Vine 'rayada', agobiada. Me sentía bloqueada. Llevo mal los malestares¿, relata Julia, estudiante de tercero de ESO y vecina de Cerdanyola. ¿Cuando me corté se acabóa el agobio, aunque la calma duró muy poco¿. 

SU PADRE LA CURÓ

El padre llamó a una ambulancia pero antes de que llegara fue en busca de yodo y gasas. ¿La curé yo mismo, apretando bien sobre los cortes. Ella no se quejó¿, recuerda. Desde entonces, toda la familia está pendiente de Julia. La angustia se ha extendido y afecta especialmente a la madre. Julia apenas se comunica con ellos. Mantiene una actitud cabizbaja y de abatimiento que solo desaparece en las sesiones de terapia psicológica a las que acude en el Hospital del Parc Taulí, de Sabadell. "Allí reaparece una Julia distinta, con recursos para salir adelante", explica Joaquim Puntí, su psicólogo.

El padre ha establecido en casa unas medidas de contención con las que intenta evitar que la secuencia de los cortes se repita. Nada de estar en la habitación con la puerta cerrada. Acompaña a su hija a sesiones de terapia. No sabe qué más hacer. Su objetivo es protegerla. Está visiblemente preocupado. La familia intenta un cambio de escuela para Julia.

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El psicólogo Puntí se ha propuesto que Julia desarrolle una vena creativa ¿asegura que la tiene- que la aleje de las otras venas, esas que ella cita cuando recuerda su primer episodio de cortes autolesivos. ¿Casi llego a la vena. No me hubiera importado demasiado¿, dice la chica en el tono vital más bajo que se le conoce, con la mirada en el suelo. ¿Cómo que no te hubiera importado?, le preguntan. ¿Mi amiga aún lo hizo más rápido. Se tiró por un puente. No murió¿, responde, un punto enrabiada.

A diferencia de otras adolescentes sin un incentivo vital a que agarrarse, Julia ha llegado varias veces a la sesión psicológica con media docena de folios escritos, que entrega a Puntí. Algunos, son terribles ¿¿son las 10 de la mañana y ya me he cortado cinco veces las piernas¿¿ dijo en uno de ellos-, pero sin duda son válidos para encauzar el malestar y llevarlo al ámbito del relato epistolar, una salvación que el psicólogo pretende desarrollar. Julia no da valor a ese recurso, pero sí admite que escribir letras de rap empieza a ser su refugio favorito. ¿Son muy buenas¿, certifican.

NIEGAN EL SUFRIMIENTO

Si en el caso de Julia, el desencadenante de los cortes fue el choque escolar, en otras chicas de su edad la autolesión puede surgir de cualquier negativa que les suponga una contrariedad. La negativa de los padres a autorizar un 'piercing', una discusión con el novio. "No saben integrar una frustración -asegura Puntí-. Viven sobreprotegidos". Él se ha propuesto que sus adolescentes en terapia entiendan que ¿lo normal¿ en la vida no es sentir siempre sensaciones agradables.

¿Hay una generación de adolescentes y jóvenes que han crecido pensando que la norma en la vida es el placer y el bienestar. Se niegan a pensar que existe el sufrimiento y no se esfuerzan por nada ¿relata Puntí-. Intentamos que acepten que lo normal es todo lo contario: lo habitual en la vida es tener problemas y que hay que aprender a sobreponerse a ellos¿.