NOROESTE FRANCÉS

Marcar la ruta a pinceladas

La ciudad de Quimper y sus alrededores motivan un apasionante viaje por Bretaña en busca de la magia atlántica que inspiró a tantos grandes pintores

Quimper, con su catedral al fondo

Quimper, con su catedral al fondo

ALBERTO GONZÁLEZ / Barcelona

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Bretaña ha sido una fuente de inspiración para los artistas a partir del siglo XIX. Numerosos pintores hallaron allí una tierra alejada de los cambios económicos que acaecían en otras latitudes. Los megalitos, las leyendas, sus pueblos con casas de entramados que recuerdan a la edad media o las numerosas capillas y calvarios sedujeron a muchos creadores que, con pasión, se propusieron retratar esta tierra antes de que desapareciera toda su autenticidad.

Quimper

Quimper ostenta el sello de 'Ciudad de Arte e Historia' por la espectacularidad de su patrimonio arquitectónico. Sobre todo la catedral de San Corentin, en la plaza con el mismo nombre, que se encuentra en el corazón de la ciudad amurallada. Fue en 1239 cuando el obispo Reynaud decidió construir este impresionante templo sobre los cimientos de una antigua iglesia románica.

Adjunto a la catedral, el Palacio del Obispo –el diseño actual fue realizado a finales del siglo XIX por el arquitecto Joseph Bigot– alberga el Museo Provincial Bretón de Bellas Artes. En su interior, este museo alberga una buena representación de obras de la escuela Pont Aven (1886-1894), una página esencial en la historia de la pintura moderna. Se expone lo más destacado de Sérusier, Bernard, Maufra, De Haan, Gauguin... También la pintura de los Nabis (Lacombe, Valloton, Denis, etcétera) y los simbolistas (Lista o Harrison).

Del 21 de junio al 29 de septiembre este museo dedicará una amplia exposición a los pintores impresionistas. 'Les derniers impressionnistes, le temps de l’intimité' se centrar en la Nueva Sociedad de Pintores y Escultores, la cofradía de artistas más famosa de uno de los períodos más ricos del arte francés y europeo. Cada uno de ellos tenía su propio estilo, perfectamente identificable, pero todos compartiendo una visión sentimental de la naturaleza.

La herencia artística de Quimper también está presente a través del arte de la porcelana, en el que la ciudad ha desarrollado un estilo propio: sus colores variados y sus diseños a mano reflejan además la cultura de la región de Bretaña. Unas piezas, que, según los expertos, fueron desarrolladas por primera vez por Jean-Baptiste Bousquet a partir de 1690. Con los años –y tras varias fusiones de las primeras familias alfareras– se fueron constituyendo las que han sido las dos casas principales: Jules Henriot y Hubaudiere-Bousquet.

Además de por la pintura y la loza, Quimper también tiene renombre hoy día por su famoso festival de Cornuaille, que se celebra durante una semana cada verano (en esta ocasión, del 23 al 28 de julio) y donde se congregan alrededor de 250.000 personas. Desde 1923, esta gran fiesta no ha decepcionado jamás, con su oferta de conciertos (este año son 180), animaciones, concursos musicales y un gran desfile en el que todo el mundo viste un traje tradicional. De esta forma, Cornuaille se convierte en el festival más importante dedicado a la cultura bretona.

Otra expresión cultural es el diseño de moda, que en Quimper tiene grandes embajadores, como los diseñadores de Armor-Lux, cuya colección de 'prêt-à-porter' inspirada en el mar está de rabiosa actualidad. Desde 1970, sus creaciones se dirigen a una clientela que vive en la ciudad en búsqueda de un estilo urbano 'trendy', así como una población en busca ropa náutica atemporal. Armor-Lux ha adquirido gran fama en toda Francia por la calidad de sus tejidos y el estilo de unas prendas que recuerdan directamente a Bretaña, como la clásica camiseta de rayas o el cortaviento marinero.

Para acabar, una estancia en Quimper también puede servir como punto de partida para hacer una escapada a la cercana Locronan, que ha entrado en el exclusivo club de los 'Pequeños Pueblos con Carácter' y 'Los Pueblos más Bonitos de Francia' con argumentos contundentes. Elegantes casas con refinados tragaluces esculpidos rodean la plaza. Tambiéni destacan la iglesia de Saint-Ronan y la capilla anexa de Pénity, que forman una fachada única, aunque con dos tipos de gárgolas distintas. Las calles circundantes también están bordeadas de edificios realmente elegantes. Para conservar la autenticidad del centro histórico, se ha prohibido la circulación de coches y los carteles de las tiendas son tradicionales. Entre ellas, destacan las panaderías que preparan deliciosos pasteles kouing-Amann.

Concarneau

Desde 1870 hasta 1950, dos generaciones de artistas de todo el mundo se enamoraron de CornuaiIle. Alrededor de la ciudad medieval amurallada se dieron todos los ingredientes para complacer a los artistas en busca de escenas constumbristas: un magnífico patrimonio arquitectónico, una población activa de marineros, trabajadores y campesinos con trajes tradicionales y una importante flota de barcos: a principios del siglo XX, el puerto a veces albergaba más de 2.000 embarcaciones en temporada de pesca (de junio a octubre) y hasta 650 barcos atuneros.

Este colorido espectáculo, de sonido y luces captaba poderosamente la atención. De ahí que naturalistas, realistas, neo y postimpresionistas llegaran por docenas. Entre ellos se encontraban Sydney Lough Thomson, Signac, Théophile Deyrolle o Arlfred Guillou (estos dos últimos fundaron la llamada Escuela de Concarneau). En conjunto, nos dejaron como legado preciosas estampas, testimonio de los grandes momentos de la vida al pie de las fortificaciones de la cuarta fortificación de Bretaña.

Algunas de las galerías de la ciudad donde pueden verse sus obras son La Galerie Gloux (abierta desde 1973), el Studio Le Merdy Collection (estudio fotográfico), Costiou-Quai 28 (cuyos temas predilectos son el deporte, la danza, la música y el circo) o Valerie Le Roux’s Workshop (que además de ser sala de exposición, organiza talleres de arte para niños).

Pont-Aven

La apertura de la línea de ferrocarril de París a Quimper en 1862 animó a los artistas parisinos a escapar de la ciudad y disfrutar de un paisaje tranquilo y colorido de Bretaña. Muchos escritores famosos, como Victor Hugo, Chateaubriand y Gustave Flaubert, encontraron su refugio de tranquilidad en Pont-Aven, una pequeña ciudad de no más de 1.500 habitantes.

En 1886, Paul Gauguin, pintor francés y líder del grupo conocido como Impresionistas, también llegó a esta pequeña ciudad. Muy rápidamente, bajo su influencia, Pont-Aven se convertiría en uno de los centros artísticos más famosos de Francia, y un grupo de jóvenes artistas como Paul Sérusier, Maurice Denis, Émile Bernard también encontraron allí su inspiración. Este grupo de creadores recibieron el nombre de la Escuela de Pont-Aven.

Uno de los cuadros más famosos que recogen la belleza del lugar es 'Bois d’Amour' (Maurice Denis y Gauguin), una pequeña tablilla que actualmente se encuentra en el Musée d’Orsay, en París. A primera vista, es posible que el espectador no distinga más que una serie de manchas de color que salpican la madera. Pero, observada con mayor atención, aparece frente a sus ojos ese río que llena casi todo el cuadro y, en cuyas aguas, se reflejan el antiguo molino azul y los árboles amarillentos. Es toda una explosión de color.

Aún hoy, Pont-Aven es un lugar donde muchos artistas y pintores siguen viniendo y donde se pueden encontrar muchas galerías de arte y museos. Seguramente el más destacado es el Musée des Beaux-Arts de Pont-Aven (creado en 1985), el primero dedicado y centrado exclusivamente en la Escuela de Pont-Aven. Un verdadero paraíso para los amantes del arte.

Donde también dejó constancia de su estilo Gauguin fue en la capilla de Trémalo, situada en la zona alta de Pont-Aven. Una construcción del siglo XVI (período gótico temprano) que contiene una exposición del artista y una obra bien curiosa: el Cristo amarillo (madera policromada).

Belle-Île

Belle-île, la mayor de las islas bretonas, no fue muy visitada por los artistas y los escritores del siglo XIX. Pero en 1886 entró en la historia de la pintura porque Claude Monet permaneció allí durante 74 días. Él, que pretendía enfrentarse a paisajes diferentes, a otras atmósferas, se mostró primero desconcertado por una naturaleza poco fácil de amaestrar, un tiempo constantemente cambiante y las dificultades de acceso de las zonas que le interesaban. Pero los acantilados verticales y los precipicios vertiginosos no asustaban al artista, que colocaba su caballete al borde del vacío y se quedaba delante de los motivos elegidos, con obstinación.

Realizó finalmente 39 obras allí (muchas de ellas en serie): pintó Kervilahouen, en la Costa Salvaje; la roca del león en Port Coton (tres estudios); las pirámides o agujas del mismo lugar (seis trabajos); ocho cuadros de la roca perforada cerca de Port-Domois (llamada Roche Guibel); la cueva de Port Domois y la entrada del fiordo de Port-Goulphar (cuatro pinturas).

Asimismo, se enamoró también de las islas de Port-Domois, de las que realizó cinco cuadros, incluido el famoso 'Les rochers de Belle-Ile, la Côte sauvage' (Las rocas de Belle-Ile, la Costa salvaje). Es el único en un formato a lo ancho, que le permite dar mayor amplitud al choque, a la batalla a la que se entregan las rocas y el mar. El espacio está sugerido por escalonamiento de las rocas. El horizonte, colocado muy alto, deja poco espacio al cielo, siguiendo los procesos de la estampa japonesa tan afines a la estética impresionista. La extraordinaria vibración atmosférica marina se traduce mediante colores intensos: azules, verdes, lilas, recorren un mar bordeado de blanco, con pinceladas planas y anchas o verticales, redondeadas, con acentos circunflejos, en comas, agitadas pero dominadas. Mirando el cuadro, prácticamente podemos sentir el latigazo de las olas contra los pedruscos.

Después de Monet, otros muchos pintores llegarían aquí: desde Charles Cottet, a Gustave Loiseau, pasando por Emile Dezaunay, Jean Puy, Constantin Kousnetzoffm Jean-Francis Auburtin, Ellsworth Kelly, Victor Vasarely, Jean Hélion, André Marchand, Marcel Gromaire o Pierre Alechinsky.

Algo tendrá este lugar –y el resto de municipios mencionados– para tocar tantas almas sensibles. Será su luz, sus paisajes, sus gentes, sus tradiciones o su efervescencia cultural. Pero solo hay una forma de descubrirlo: viviendo Bretaña en primera persona.

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