Largas colas en Sant Jordi
La floristería más antigua de España arrasa en Sabadell: "Busco la tradición"
Carlota Segalà es la quinta de una generación familiar en un comercio que plantó su semilla en 1868, un caso de éxito en un contexto de cierres de negocios locales
CONTEXTO | Colas de una hora para comprar rosas en una floristería del centro de Sabadell

La propietaria de la floristería Carlota Segalà Fotografía / Ferran Nadeu


Clàudia Mas
Clàudia MasPeriodista
Periodista especializada en el Vallès. He trabajado en medios como VilaWeb, iSabadell, Diari de Sabadell y Bellaterra Diari. Codirigí el documental Els Residus del Mercuri (septiembre de 2023).
El 23 de abril, en el centro de Sabadell (Vallès Occidental), es habitual ver colas por la Diada de Sant Jordi. Lo que no es tan habitual es que estas colas duren más de 45 minutos para comprar una rosa. A las puertas de la floristería Carlota Segalà, la más antigua del sector en España —con 157 años de historia familiar—, la espera no desalienta ni a adolescentes que compran su primera flor ni a clientas de más de 90 que repiten el gesto cada año.
“La compro aquí desde hace 30 años. Mis hijas ya la esperan. No me lo puedo saltar”, explica Rosa Sants, de 68 años, mientras aguarda en la cola con calma. Su historia se repite decenas de veces a lo largo de la jornada: familias enteras que mantienen la tradición en una tienda que ha resistido generaciones y crisis.
Carlota Segalà, actual propietaria y quinta generación al frente del negocio, asegura que han mantenido los precios congelados durante más de 15 años. “Queremos llegar a todo el mundo. Incluso un niño con cinco euros tiene que poder regalar una flor”, afirma. Ese enfoque, unido a un trato próximo, calidad en el producto y un punto de innovación, ha sido clave para consolidar su éxito, dice. De hecho, en 2018, la Generalitat les otorgó el Premi al Comerç Centenari.

Generaciones de la floristería Carlota Segalà / Ferran Nadeu
Desde su humilde local en la calle Travessía de la Borriana, la floristería se transforma cada Sant Jordi en una pequeña industria. Este año, han reforzado el equipo para poder despachar miles de unidades: pedidos online, por teléfono y también en tienda. La mayoría de las rosas siguen siendo rojas —“el 99%”, admite Segalà—, pero crece la demanda de variedades rústicas, ecológicas y de autor.
“El mercado ha cambiado, y nosotros también. El 60% de nuestra clientela tiene menos de 30 años”, afirma Segalà. Un dato que explica, en parte, por la renovación del local y una mayor presencia en redes sociales. La tienda también ofrece rosas plantables, con hoja roja natural y envoltorios personalizados.

Roser, una de las trabajadores de la floristería Carlota Segalà / Ferran Nadeu
Tres generaciones en la misma cola
Víctor Ruiz, de 42 años, acude con su hija pequeña. Es la primera vez que la niña compra una rosa por su cuenta. “Me ha dicho: ‘Papá, quiero regalarle una a mamá’. Y aquí estamos. Para mí es importante que entienda lo que significa Sant Jordi más allá de los libros”, comenta.
En la misma cola, Marc Estrada, de 22, sostiene una flor con una etiqueta escrita a mano. “Es para mi abuela. Ella venía cada año, pero ya no puede. Me encarga que no falle, ella siempre busca la tradición". Finalmente, Joan y Teresa de unos 60 años esperan pacientemente para comprar una rosa de autor: "Siempre venimos y les compramos a nuestros nietos".
Sant Jordi, sin improvisación
Nada se deja al azar. Las flores se encargan con antelación, se prepara la parada con precisión y se vigila el cielo con inquietud. “El único contratiempo que no controlamos es la lluvia. Por lo demás, todo se planifica”, explica Segalà.

Carlota Segalà es la quinta generación de un negocio familiar / Ferran Nadeu
A sus espaldas, Carlota arrastra noches de trabajo, esfuerzo físico y mucha emoción. Ha elaborado más de 6.000 ramos de novia, ha formado a varias generaciones y no contempla cerrar, aunque la sexta —sus hijos de 20 y 24 años— no quieran tomar el relevo: “Mientras haya un Segalà dispuesto, la floristería seguirá abierta”. Ella asegura que el suyo es un caso de éxito y dice, con una sonrisa en la boca, que harán todo lo posible por continuarlo siendo, en un contexto donde predominan el cierre de los comercios locales.
La floristería no solo sobrevive: lidera. Es símbolo de cómo un negocio local puede adaptarse. Y, en Sant Jordi lo vuelve a demostrar con colas, rosas y una ciudad que reconoce su valor.
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