LA LUCHA POR SUBSISTIR

La segunda vida de la comunidad de Sabadell que se formó para dar segundas vidas

La tienda de productos de segunda mano de la comunidad de Emaús en Sabadell.

La tienda de productos de segunda mano de la comunidad de Emaús en Sabadell. / ÀLEX REBOLLO

Àlex Rebollo

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Tras el muro gris de una discreta casa inglesa en la calle Quevedo de Sabadell (Vallès Occidental), justo enfrente de la antigua fábrica Artèxtil –ahora medio derruida-, se encuentra la comunidad de ‘drapaires’ Emaús, un colectivo de acogida para personas con problemas de adaptación social. Al igual que la fábrica, los cimientos de la comunidad han sufrido daños ocasionados por el paso del tiempo y, ahora, busca reconstruirse para no caer.

Un olor a estofado invade todas las estancias de la casa. Su autora, Rosa Casamartina, de ojos cristalinos y pelo cano, es una de las fundadoras de la comunidad de Emaús en Sabadell. Se creó en 1980 y, desde entonces, ha acogido a más de 100 personas a lo largo de sus casi 40 años.

Ahora cohabitan seis miembros, aunque tiempo atrás llegaron a convivir 20 personas a la vez. El pasado sábado 6 de abril les dejó un séptimo componente, Felipe, quien, con 68 años, falleció tras no poder superar un cáncer.

La acogida

“Conocí Emaús a través de unos campamentos para jóvenes a los que asistí en Francia”, explica Rosa. Durante los años 70, junto con otros jóvenes, empezó a organizar campamentos alrededor de España, imitando el modelo francés, donde los participantes realizaban recogidas de residuos y trastos viejos y revendían lo aprovechable para financiar proyectos de ayuda locales.

En 1980, Rosa ofreció la casa de sus abuelos, vacía, para establecer una comunidad a la que pudieran acudir los más necesitados. En seguida se comprometió con el proyecto y dejó su trabajo como auxiliar de enfermería. Para su sorpresa, la primera persona que le pidió ayuda fue Luis, un joven portugués con el que había convivido en los campamentos. Luis se había quedado sin ofertas para trabajar de jornalero y pasó tres meses en Emaús, hasta que se recuperó.

A los ocho años, la comunidad compró una casa porque la primera era muy pequeña, aunque en poco tiempo también se les quedó corta. En 2002, unas monjas les cedieron una antigua residencia estudiantil que estaba abandonada para que se trasladaran y pudieran atender a más gente. En Sant Joan del 2018, se mudaron a la que es su actual residencia, anexada a un antiguo monasterio abandonado que aún están reformando para que puedan hospedarse más inquilinos.

El cierre de los programas de ayuda

Durante los casi 40 años que los ‘drapaires’ de Sabadell llevan en activo, han promovido más de una decena de proyectos sociales locales e internacionales. De algunos se desvincularon, como el ‘Rebost Solidari’ –centro de distribución social de alimentos en Sabadell- o un programa de ayuda para seropositivos y enfermos de SIDA, aunque ambos siguen en activo.

"Hemos hecho muchas cosas, por eso estamos tan cansados", lamenta Rosa

“También iniciamos un programa de acogida para migrantes. Los dos primeros años los financió la Fundació Jaume Bofill y luego recibimos ayudas del Ayuntamiento, pero en 2011 se terminaron. No podíamos afrontar los costes, así que lo cerramos”, añade Casamartina. Lo mismo ocurrió con los proyectos internacionales. El año pasado tuvieron que cerrar una línea de cooperación con Perú y se han quedado solo con la ayuda a Nicaragua.

“Los últimos años se han complicado. Podríamos haber cerrado la comunidad y yo tendría la vida resuelta, aún tengo la casa de mis abuelos, pero no es el caso de todos los miembros. Romà, por ejemplo, que tiene 87 años, no tendría a donde ir”, lamenta Rosa. “Hemos hecho muchas cosas, por eso estamos tan cansados”.

Reciclaje y reventa

Al margen de la reinserción social, el proyecto principal de Emaús Sabadell ha sido la recogida selectiva. Desde la fundación de la comunidad se han financiado recogiendo residuos, ropa y trastos, clasificándolos y poniéndolos a la venta en “el rastro” –si son objetos en buen estado- y reciclándolos en caso contrario.

“Cuando empezamos no había este tipo recolección en la ciudad, fuimos pioneros”, comenta Rosa. Según el Consorci per la Gestió de Residus del Vallès, la recogida selectiva supone en la comarca solo el 32% del total, lejos del 40% de media en Catalunya. Eso supone, aproximadamente, que solo se reciclan debidamente uno de cada tres residuos. Hace 20 años, la selección de residuos solo llegaba al 15%, según los datos del Consorci.

'El rastro' o ‘Encants’ abrió en enero del año 1981, en la misma tienda donde está ahora, un espacio cedido por el obispado que estaba sin utilizarse. Los años habían hecho mella en el edificio, que presentaba un agujero en el techo, lo que provocaba que se empapase todo cada vez que llovía.

El agujero lo arregló un hombre que se alojó en la comunidad cuando necesitaba amparo, era paleta de profesión, así que les devolvió la ayuda. Es un espacio de unos cuarenta metros de largo por veinte de ancho, repleto de ropa, juguetes, orfebrería, lámparas, CDs, DVDs y libros. Todo sin registro alguno. Vecinos cargados con bolsas de trastos que ya no quieren se acercan y alimentan el stock de la tienda a diario.

Inserción laboral inesperada

Aunque ahora solo tienen una tienda, hasta finales del año pasado tenían cuatro: tres en Sabadell y una en Vic. Esta última cerró en febrero de 2019, cuando Dulantzi, hija de Rosa y encargada de la tienda, se desvinculó al salirle trabajo como educadora social.

Tras quedarse sin pareja y trabajo, la comunidad de Emaús ayudó a Roser a volver a empezar

Una de las tiendas de Sabadell no cerró del todo, sigue funcionando, ahora a cargo de Roser Tobau, quién está vinculada a Emaús Sabadell desde hace 28 años. En ese tiempo, una asistenta social le informó de que la comunidad buscaba alguien que trabajase en la tienda de segunda mano. Empezó a laborar y luego pasó a formar parte del colectivo, donde residió durante 16 años.

“Hace siete años marché a vivir a Llinars del Vallés con mi pareja y ahí estuve trabajando en un centro de mujeres maltratadas, cuidando a una persona mayor y en un piso de acogida de adolescentes”, explica Roser. Roser Tobau se separó y pensó en volver a Sabadell, donde vive su familia. En esa misma época, contactaron con ella desde Emaús porque coincidió que necesitaban, de nuevo, una dependienta. Al encontrarse sin trabajo, Roser no dudó en aprovechar la oferta de inserción laboral.

A finales de 2018, la comunidad determinó que no tenía liquidación para mantener la tienda y Roser se aventuró, adquirió el local y, con ayuda de la comunidad y asesoramiento del Ayuntamiento, en febrero abrió su propia tienda de ropa de segunda mano, llamada ‘Per què no?’.

Reinventarse o morir

Excepto Toni, que tiene 50 años, los demás miembros de la comunidad, con edades que bailan entre los 65 y los 93 años, están jubilados, por lo que no pueden trabajar. “Nos hemos hecho mayores, ya no podemos realizar muchas de las tareas que hacíamos hasta ahora y no podemos mantener todo lo que teníamos”, lamenta Rosa Casamartina.

Además, la comunidad ha invertido todo lo que tenía ahorrado en reformar la casa que, entre otros elementos, requiere de puertas y baños adaptados y un ascensor para los más mayores, que ya no pueden subir escaleras, como Romà, de 87 años, o Artur, de 93.

En mayo de 2019 termina el contrato público que los ‘drapaires’ Emaús tienen con el Gobierno municipal para la recogida y venta de ropa. Rosa asume que no podrán renovarlo, lo que genera mayor incertidumbre respecto al futuro de la comunidad, que puede perder la que es su mayor fuente de ingresos en la actualidad y, con ello, cerrar la empresa de inserción laboral.

“Es una época de decrecimiento, de volvernos pequeños otra vez. Tendremos que reformular ideas para no desaparecer”, concluye Rosa.

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