Tabú (6): El sintagma

El sonido odioso de la palabra 'nigger' la separa del resto del léxico norteamericano, donde sigue resonando el eco de 400 años de opresión. Sin embargo, se dijo Bill en la cama la noche del escándalo, no siempre se usó de forma peyorativa

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foto para relato Juan Soto Ivars Tabú / periodico

Juan Soto Ivars

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El tabú que encierra la palabra nigger en su interior es antiguo y poderoso en Norteamérica. Lo levantaron los brazos de diez millones de esclavos muertos. Con esa palabra se dirigían los amos blancos a sus sirvientes negros, y era lo último que oía un chico cuando la turba linchadora había logrado apresarlo. Su sonido odioso la separa del resto del léxico norteamericano, donde sigue resonando el eco de 400 años de opresión. Sin embargo, se dijo Bill en la cama la noche del escándalo, no siempre se usó de forma peyorativa.

A nadie podía caberle en la cabeza, que él fuera una persona racista

Seguía pensando, incapaz de dormir. Elisa lo había recibido con un triste abrazo. Bill le pidió perdón por no atenderla al teléfono, pero ella cubrió su boca con un beso. “Ya está”, le dijo, y se fue a la cama. Pero no, se repetía Bill, no podía estar. El problema no podía ser tan grande. A nadie podía caberle en la cabeza que él fuera una persona racista. De hecho, Larkin no le había despedido. Le había dicho que la empresa esperaría sin tomar decisiones ni lanzar comunicados a que el escándalo se atenuase. Pero Bill, dando vueltas en la cama, preparaba su defensa como si a la mañana siguiente lo hubieran citado para declarar ante el juez.

Recordó que Earl Long, el gobernador de Louisiana que luchó por el derecho al voto de los negros en los 60, usaba la palabra nigger para proponer sus reformas antirracistas. Recordó también la canción de Patti Smith Rock N Roll Nigger: durante su juventud, Patti la había cantado ante miles de progresistas sin que nadie se lo hubiera tomado tan a la tremenda. ¡Incluso Marilyn Manson la había cantado en pleno 2000, mientras su carrera despegaba! Los tiempos, se dijo, eran hoy demasiado tensos, demasiado neuróticos. La novela de Joseph Conrad The Nigger of the Narcissus se había publicado en el 2009 en WorldBridge Publishing como The N-Word of the Narcissus. Y eso fue antes de la victoria de Trump.

Marchas de estudiantes negros cruzaron por su imaginación, pero iban ataviados como paletos de un pueblo de Iowa dispuestos a ensartarlo en una estaca. Si Larkin no estaba exagerando bajo los efectos del alcohol, cosa que todavía dudaba, no tenía más que levantarse de la cama y conectarse a internet para comprobarlo. Pero ¿qué sacaría en claro? Muchas veces ocurría que alguno de sus chistes más mordaces enfurecía a miles de indocumentados que desaparecían como una nube de moscas al sonar otro pedo en cualquier parte. ¿Qué importancia podían tener? Dedicaría el próximo programa a mofarse de los supremacistas blancos de Missouri y lo perdonarían. Esas fueron sus palabras cuando le llamé a la mañana siguiente.

Aquella noche estaba, como medio país, viendo la televisión. El senador Harrison era un personaje sin el menor interés para mí: tiendo a restar importancia a las salidas de tono de los imbéciles. Seguía las bromas de mi amigo Bill con aburrimiento. Me parecía todo previsible, típico de su deriva conformista de los últimos años: material para la eterna batalla de los cómicos norteamericanos contra Donald Trump. Estaba a punto de apagar la tele y agarrar un libro cuando la palabra N sonó en mi salón como un cristal roto por una piedra. Me quedé estupefacto: descubrí ese pájaro metálico cruzando delante de los ojos de Bill, y lo vi, como os he contado, intentando sobreponerse. Mi experiencia me permitía suponer que no había vuelta de hoja. Me propuse llamarlo a la mañana siguiente. Para entonces, aquello ya era mucho más que un escándalo en internet.

Los telediarios de la mañana de todas las cadenas progresistas se dedicaron a inflar el escándalo

Para entender cómo creció esta hoguera hay que tener muy presente este hecho: las televisiones afines al Partido Demócrata compiten por el horario de máxima audiencia, y Bill era un adversario muy difícil de batir. Los telediarios de la mañana de todas las cadenas progresistas se dedicaron a inflar el escándalo. Trajeron a comentaristas negros para que expresaran su profunda ofensa, y se produjeron insólitos debates donde nadie parecía tener nada diferente que decir. A media mañana, varios cómicos de segunda y tercera categoría se habían sumado al escuadrón, y para entonces las firmas contra el programa superaban el medio millón.

Cuando hablé con Bill se mostró esquivo y estupefacto. Le parecía inconcebible que el país entero hubiera decidido que era racista por haber usado una palabra para burlarse de un senador. Le hice notar que eso era una muestra admirable de pensamiento racional y sentido común. Sospecho que al oír estas palabras Bill tuvo claro por primera vez que no encontraría ningún modo de restituir su reputación.