Historias de P. (4): El pez y la pecera

Tras conocerse en una funeraria, Fabià Cugat y Enric Picart continúan su conversación en un bar, alrededor de las teorías de Galileo Galilei y de otras cuestiones que no deben entenderse como una metáfora.

Historias de P., relato de verano de Josep Maria Fonalleras

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Josep Maria Fonalleras

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"¿Lo quemaron, no es cierto? ¿Verdad que sí? Seguro que lo quemaron -dijo Enric Picart-; ¡Dímelo, que tú lo sabes!". Le tuve que decir que no, que técnicamente no lo quemaron. Bueno, de hecho ni técnicamente ni nada. Eso sí, le hicieron abjurar de sus teorías, pobre Galileo, aunque después él dijo que la Tierra se continuaba moviendo alrededor del Sol. Y así se lo hice saber, en aquel bar de tapas de otro siglo o de otra galaxia: que no se movían ni nada y que estaban allí, por los siglos de los siglos, esperando a que alguien se atreviera a comerse aquella playa de grasa que era, vista desde la mesa donde nos sentábamos, como uno de los anillos de Saturno. "¿No lo quemaron, entonces?", dijo Enric Picart, "de acuerdo, pero sí que demostró que si no hubiera aire, que si no existiera la resistencia del aire, tú ya me entiendes, quiero decir que si el aire no fuera como una especie de red o de telaraña, como una telaraña, sí, o como una pasta como la de estas tapas que tienen en tu bar, ya me entiendes, quiero decir que entonces una bala de cañón que fuera de plomo y una pluma que fuera, ¿cómo te lo diría?, que fuera de pluma, sí, pues que entonces ambas bajarían a la misma velocidad y acabarían llegando a tierra al mismo tiempo". La desazón.

Le dije que no estaba seguro de que Galileo lo hubiera demostrado, entre otras cosas porque entonces, cuando Galileo argumentaba, no es seguro que se pudiera vivir en una atmósfera sin aire y ni siquiera que alguien se lo planteara. "¿Pero es cierto o no", dijo Enric Picart, "que, si lanzas una bala de plomo y una pluma, llega antes al suelo la bala que la pluma?". Y dije que me parecía que sí, vamos, seguro que sí, esto es de sentido común. "Te equivocas", dijo Enric Picart, "porque el sentido común no es el de los científicos, que ahora sí que han demostrado, porque ahora sí que se puede, que sin resistencia resulta que llegan ambas al mismo tiempo. Búscalo, va, búscamelo, seguro que lo encuentras".

Es precioso ver cómo ambas bajan a la vez y parece que la pluma sea más consistente y densa y que la bala sea más esponjosa y etérea

Lo miré en el móvil y, efectivamente, era cierto y le dije: "Es precioso ver cómo, sin atmósfera, ambas bajan a la vez y parece que la pluma sea más consistente y densa y que la bala sea más esponjosa y etérea, como si el aire ahora fuera de algodón y las meciera a ambas, amorosamente". Enric Picart se quitó las gafas y se frotó los ojos y me pareció, por un momento, como si llorara. Pensé entonces que quizás sí que se trataba de una metáfora, aunque aquel bar no las admitía, como eso que escribió un poeta japonés que ahora no sé quién era: que las corrientes del tiempo nunca son iguales para dos personas, ni tan siquiera si son amantes, que cada uno va a lo suyo y que los hay que están hechos de cosas antiguas y los hay que viven para ir adelante con cosas nuevas y que los de las cosas antiguas tratan de recuperarlas sin saber que son una losa que los aplasta y que los de las cosas nuevas las viven quizá sin saber que un día también serán antiguas. Descienden al mismo tiempo, el plomo y la pluma, y se hermanan en la bajada aunque es irreal que no haya aire. En la puta vida real, la pluma y el plomo tienen velocidades diferentes, por el peso específico o por la gravedad o por lo que narices sea, y por eso se dice que parecía una pluma cuando bailaba o que has caído a plomo.

Pero lo del pez me inquietó y fue cuando pensé en el pez que tengo en la pecera de casa, que no es exactamente una pecera 

No le comenté nada de esto a Enric Picart, porque son cosas mías y porque él ya estaba en otro planeta, sin resistencia al aire. Dijo: "La verdad es que me ahogo. Si pudiera, volvería al limpio recipiente del acuario y me sentiría protegido por cristales gruesos, pero ahora soy como un pez que ha sido escupido en la playa y abre la boca para tratar de respirar mientras espera la mano de alguien que se lo llevará a casa para freírlo en la sartén". Hasta ese momento, nunca me había dicho cosas así. La verdad es que me desconcertaba y me daba la risa y, poco a poco, con aquella palabrería se me iba haciendo imprescindible, el tipo de persona a la que prácticamente no conoces y a quien serías capaz de explicarle tu vida, quizás porque no la conoces bastante. Pero lo del pez me inquietó y fue cuando pensé en el pez que tuve una vez en la pecera de casa, que no era exactamente una pecera sino un bote de plástico donde quizás una vez hubo galletas o bizcochos, transparente pero no del todo, porque es sucio, con aquella suciedad del plástico que nunca se va, y con unas rayitas verdes alrededor, cortado con tijeras por la parte de arriba, para que el pez pueda respirar.

"¿Vives por aquí?", me preguntó Enric Picart. "Sí", respondí, "en uno de estos bloques".