Europa: o todo o nada

ELI DIMITRY ZETRENNE

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Las elecciones europeas están a la vuelta de la esquina, pero bien poca resonancia parecen tener entre gran parte de la ciudadanía que las relega a un segundo plano como si en absolutamente nada la concerniesen. La desafección política está consumada; es un hecho. La impasibilidad de que dan muestra los ciudadanos frente a las próximas elecciones parece encontrar su explicación en la creencia de que son prácticamente incapaces de cambiar el rumbo de la atestada nave en la que viajan millones de europeos. Los protagonistas indiscutibles de las elecciones europeas son los políticos, que se nos presentan como los únicos que realmente tienen algo que ganar. La indiferencia de gran número de ciudadanos es una clara manifestación de este sentimiento. Ante esta realidad, se impone una pregunta urgente: ¿hacia dónde vamos? O mejor dicho: ¿hacia dónde queremos ir?

La elevadísima tasa de paro en España, que afecta sustancialmente a los jóvenes, sigue dando escalofríos, y la inmediatez de las perspectivas de mejora no está a la altura de las necesidades de la mayoría de los ciudadanos. ¿De qué ha servido Europa en esta situación de crisis que con tanta dureza golpea a ciertos países de la Unión, entre ellos España? El deber de solidaridad se ha esfumado y ha dejado lugar a intereses nacionales encubiertos en aras de un interés colectivo cada día más desbaratado. Las políticas de austeridad supuestamente aplicadas por y para Europa están empujando a los ciudadanos al borde del peligroso abismo del peor de los desamparos. La solución —dicen— pasa por no gastar, y ello implica recortar gastos a cualquier precio. Sí, a cualquier precio. Y la moral de los ciudadanos se desmorona ante las acuciantes e insostenibles medidas impuestas, que los dejan al margen de las decisiones adoptadas y los someten a las soluciones más drásticas, habida cuenta de las consecuencias sociales que llevan aparejadas.

Muestra de esta falta de solidaridad son las recientes propuestas del Gobierno de Angela Merkel consistentes en expulsar de Alemania a todos los ciudadanos comunitarios que no encuentren trabajo en un plazo de seis meses, que resultan indignantes, o cuando menos preocupantes, por cuanto vulneran los principios fundamentales de la Unión Europea. Restringir estos derechos a los inmigrantes comunitarios, que no buscan sino mejorar sus condiciones de vida, es un claro síntoma de que, a estas alturas, la solidaridad en la Unión no es más que una ficción al servicio de unos pocos según les conviene. Al fin y al cabo, ¿quiénes dirigen desde Europa?, y ¿para quiénes? Por todo ello, permanecer impasible ante las próximas elecciones es un error. Es necesario apostar por aquellas opciones que velan de verdad por la mejora de la situación de los ciudadanos y, si no las hay, crear la alternativa necesaria.

Por otra parte, el riesgo de desmantelamiento de la Unión Europea desde dentro, de resultas del resurgimiento de ciertos partidos políticos claramente antieuropeístas, debe llevar a la ciudadanía a participar en las elecciones para ceder el timón a los que creen en un proyecto común para Europa, pero sobre todo a quienes dan prioridad a los ciudadanos, no solo antes de las elecciones sino también después; un trabajo que, pese a requerir tiempo, es perfectamente factible además de altamente aconsejable. ¿Quiénes están dispuestos a pelear por los derechos de la ciudadanía, a fomentar y, en su caso, a exigir solidaridad y reciprocidad dentro de la Unión? ¿Quiénes no toleran que los ciudadanos, las principales víctimas, sean los que realmente paguen el precio de la crisis? ¿Quiénes son capaces de luchar por una verdadera justicia social en Europa? Los ciudadanos deben exigir mecanismos de control más efectivos, que consisten en poder intervenir en las decisiones o, en su caso, en supervisar la gestión de los dirigentes con mayor frecuencia, tanto en los ámbitos nacionales como en el comunitario.

Así pues, los representantes de la Unión Europea deben asumir ciertos sacrificios en beneficio de la solidaridad y entender que los intereses colectivos europeos tienen que prevalecer sobre los suyos propios, porque esta Europa a varias velocidades solo es dignamente viable si está compensada por una buena dosis de fraternidad. Y es que la instrumentalización de la Unión Europea para enmascarar los verdaderos intereses de unos cuantos en detrimento de los colectivos es inadmisible. En este sentido, los ciudadanos europeos tienen en las elecciones una oportunidad única de hacer oír sus voces y de marcar el paso hacia la Europa que quieren; de lo contrario, corren el riesgo de seguir siendo víctimas de tantas y tan graves contradicciones como la que irónicamente aventura el periodista Iñaki Gabilondo: "terminarán obligándonos a fumar".

Europa: o todo o nada. La regla es sencilla, y tiene que ser esta.