El cuento de nunca acabar

PAOLA LLORET

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Dicen que hemos salido de la recesión. Nuestros políticos se muestran prudentes ante el dato, lo mencionan con la boca pequeña. Quizá porque el aumento del producto interior bruto es tan reducido que no quieren arriesgarse a celebrarlo por si se produce una recaída. Quizá porque algo de vergüenza sí les queda y en el fondo saben que airearlo como una victoria sería, para muchos a los que la crisis ha dejado sin casa o sin trabajo, una broma de mal gusto.

La falta de entusiasmo por dicha salida de la recesión es patente también entre los ciudadanos, ¿cómo no iba a serlo? Paralelamente a las buenas noticias del Instituto Nacional de Estadística y del Banco de España se publican otras que nos informan de las crecientes desigualdades sociales. La oenegé Intermón Oxfam publicó recientemente un demoledor informe en el que alerta sobre la concentración de la riqueza en unas pocas manos. Incluso el señor Trias, alcalde de Barcelona, reconoció el viernes 31 de enero la "fractura social" que diferencia los barrios ricos de los pobres de esta ciudad, que se ha frenado en el último año pero que sigue siendo alarmante. Claro que no es un dato nuevo. Ya en 2012 pudimos leer que la esperanza de vida de un vecino del barrio del Raval podía ser hasta ocho años menor que la de uno de Pedralbes.

La crisis nos ha tocado, pero todavía no estamos hundidos. Por suerte, la solidaridad ciudadana ha aumentado: se han creado bancos de alimentos en los barrios; en los edificios se buscan soluciones prácticas para aquellas familias que no pueden afrontar los gastos de comunidad; proliferan las cooperativas de alimentos, los huertos urbanos, los grupos y las páginas en las redes sociales para ayudarse mutuamente en la búsqueda de empleo, y los bancos de tiempo son ya una noción asentada. La cruda realidad nos ha vuelto más empáticos. A finales de 2013, la Taula del Tercer Sector de Catalunya publicó su anuario y, con él, nos demostró a todos que la voluntad es clave en la eficiencia del sistema: con menos trabajadores y menos entidades, y con el mismo presupuesto que en 2007, el tercer sector catalán atendió al 25 % más de personas que cuatro años antes.

El Fondo Monetario Internacional ha reconocido que las medidas de austeridad no han dado los resultados que esperaban. Aquí, estamos viendo menguar nuestros derechos en favor de la recuperación económica que no acaba de llegar y que, cuando lo haga, no nos hará olvidar lo sufrido ni nos garantizará la devolución automática de los beneficios que hemos perdido. Debemos reclamar a la clase política que tome ejemplo de los ciudadanos, que arrime el hombro y que no incurra en la reducción del gasto en políticas públicas y prestaciones sociales que dificulta la ya de por sí vulnerable situación de los menos favorecidos. Que desoigan los cantos de sirena de quienes tienen los bolsillos llenos. Un error grave de los dirigentes es olvidar cómo han llegado a su posición y por qué disponen de poder. Necesitamos humildad y buena voluntad en la política. Solo así será posible remontar esta maldita crisis y hacer, al fin, borrón y cuenta nueva.

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