¿Aborto para todas?

DIMITRY ZETRENNE

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Como otros muchos temas, tales como la prostitución y la eutanasia, el aborto genera un debate constante y una polémica incendiaria cada vez que se intenta tomar cartas en el asunto. Frente a la delicadeza y, sobre todo, la importancia de dicho tema, la tarea de consultar a cada uno de los ciudadanos de forma previa antes de la adopción de cualquier decisión al respecto resulta de suma importancia. No se puede, de ninguna manera, imponer la opinión, siempre condicionada por una gama importante de factores, de unos cuantos sobre una sociedad entera, en principio, libre.

El aborto, como todas las demás cuestiones, debe ser tratado desde un punto de vista responsable, crítico, sin impregnarlo de ningún tipo de demagogia. ¿Puede una mujer abortar en cualquier momento?, ¿desde el primer mes hasta el noveno o el octavo? Una criatura ya formada ¿merece ser protegida aun sin haber nacido todavía? ¿A partir de cuándo se considera formada? Si no la protege la mujer, ¿puede y debe hacerlo el Estado?

Al grito de que "la mujer es quien decide sobre su propio cuerpo", hay quienes hasta cierto punto legitiman el aborto en cualquier circunstancia; otros abordan el problema con matizaciones y rodeos, y finalmente los hay que de forma simple y contundente se posicionan en contra. El trabajo del Estado en este caso no es otro que encontrar el equilibrio, pero siempre de forma razonable. El debate debe ser mantenido con calma y sentido común, porque al fin y al cabo adoptar una decisión al respecto se impone por la propia magnitud del problema, su alcance y la sensibilidad que merece.

La hipocresía y la demagogia siempre han sido, son y seguirán siendo una constante en estos debates, en los cuales las opiniones en general públicas son diferentes de las mantenidas en privado. Debemos ser consecuentes si queremos que en la gestión de este asunto no impere ni una dictadura ni un descontrol. En este sentido, la razón debería ser el pilar del debate sobre el aborto, que no habría de plantearse de forma tan dicotómica --sí o no al aborto--, porque tal planteamiento corre el riesgo de ser demasiado simplista y no poder aportar ninguna solución realmente proporcional a la complejidad del problema. Los límites son consustanciales a todo derecho, pero quiénes deben fijarlos y cómo han de hacerlo se constituye, de repente, en el propio problema por resolver.

¿Y la polémica? A este ritmo, sin lugar a dudas, tenemos para rato.

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