Conde del asalto
Dónde esquivar la ola de calor en Barcelona
Las están convirtiendo en refugios climáticos: de aquí sales más fresco y también más sabio
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Miqui Otero
Miqui OteroEscritor
Las presentaciones de libros no suelen ser una fiesta. Cierto día, yo presentaba la novela de una amiga. Mis críos habían venido y, desde el escenario, pude ver a lo lejos cómo gruesos lagrimones caían por las mejillas de mi hijo mayor.
- ¿Te puso triste lo que decía? -le dije al acabar.
- No, es que estaba tan aburrido -me contestó.
Y, sin embargo, pese a que uno puede llorar de puro aburrimiento en una presentación, el otro día en La Taifa, la meca libresca de Gràcia, nadie parecía querer irse.
Me tocaba presentar 'Moreno paleta' (Plasson & Bartleboom), de Sergio V. Jodar, una novela veraniega, sobre los ritos vacacionales del paso a la edad adulta, que es un sorbete literario: fresca y ácida (divertidísima y también triste).
No culpo a los asistentes: yo también estaba muy a gusto en La Taifa. Entramos todos empapados, con esa humedad de malaria que regala Barcelona cuando el termómetro supera la crisis de los 30. Dentro, un refugio climático ideal. La Taifa, más allá de la temperatura, es una de esas librerías donde el tópico de sentirse en casa deja de ser un tópico. Roberto (uno de los libreros) es tan buen anfitrión que dejaría al primer Jay Gatsby en un aficionado. No es solo que sea agradable visitarlo en su casa, la librería, sino que tiene tan buena conversación que te lo llevarías a la tuya para seguir hablando. Es de los que abre la nevera de la trastienda para ofrecerte una lata y de los que preguntan en todo momento qué tal andas: tras estar un rato allí, sales más sabio de lo que entras (esta vez me recomendó un libro de viajes de Espinàs por la zona de Galicia en la que ambos tenemos raíces).
Pero no nos desviemos: la cuestión es que las lágrimas, ese día, no eran de aburrimiento, sino de alivio, acaso de felicidad. Se estaba la mar de fresco y yo amenacé con que, si no quitaban el aire y los ventiladores, podríamos celebrar la presentación más larga de la historia. Podríamos, por ejemplo, tal y como se hace con el Quijote el Día del libro, leer la novela en voz alta durante horas.
- ¡Pero es muy corta! -dijo alguien del público, que no criticaba el libro, sino que simplemente deseaba pasar más tiempo en ese oasis.
- ¡Pues la leemos tres veces! -contesté yo.
Punto de encuentro
La Taifa no solo vende muchas historias (techos altos y paredes alicatadas de libros muy bien escogidos), sino que tiene mucha historia. Lleva abierta desde 1993 y es de esas librerías que son más que una librería (y no porque venda 'cupcakes', sino porque es punto de encuentro).
Allí, mientras libaba de la lata y decía que 'Moreno paleta' me parecía una novela de iniciación preciosa, pensaba que quizá el cambio climático podría tener efectos positivos en nuestros índices de lectura. Sueño con la idea de peña pisando la flor de panot del suelo de La Taifa, o la madera con solera de La Central, o el cemento pulido de La Calders, o tantas otras, para buscar refugio: no solo el refugio de la vida que son los libros, sino el refugio del calor que podrían ser las librerías. Siempre se dice que se lee más en países nórdicos y en estaciones gélidas, pero el caso es que tal y como está la calle, las librerías se pueden convertir en ese lugar donde encontrarnos a salvo.
Acerquen ese libro a su cara, presionen la primera página con el pulgar, dejen caer el peso del resto: los libros son muchas cosas, incluso ventiladores portátiles.
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