Conde del asalto

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'Homenaje a Barcelona', de Colm Tóibín.

'Homenaje a Barcelona', de Colm Tóibín.

Miqui Otero

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Ya sea un extraterrestre o un rumbero argentino o un autor irlandés, algunas de las visiones más lúcidas sobre Barcelona las han tenido personajes que han llegado de fuera.

Pocas veces se ha contado mejor el delirio preolímpico que desde la mirada perpleja del alienígena Gurb ni se ha bebido mejor el sabor de barrio (tesoro antiguo) que en las canciones del Gato Pérez. Pocos retratos más luminosos que el que hizo Orwell de la Barcelona colectivizada y popular de finales del 36, esa en la que había pegatinas anarquistas en las cajas de los limpiabotas y en las que se había abolido las palabras don o señor (solo se escuchaba camarada). Esa crónica aparece en su 'Homenaje a Cataluña', pero ahora vengo a hablar de otro tributo, titulado 'Homenaje a Barcelona', que se publica por primera vez en castellano gracias a Now Boooks y al Ayuntamiento de Barcelona.   

Lo escribió Colm Tóibín, uno de esos autores sofisticados, pero conocedores de las pulsiones más humanas, en la onda de Henry James. El autor irlandés llegó a Barcelona con una copa debajo del brazo: entró aquí dos semanas antes de que palmara Franco, con nuestra ciudad inmersa en esa fiesta de disfraces y desnudos que fueron los años de la contracultura. Se quedó hasta el 78 (tiene una novela, autobiográfica, sobre esa época) y regresó una década después, cuando nos preparábamos para Barcelona 92.

 Su homenaje desliza algunas memorias personales, pero tiende al ensayo más didáctico. Por momentos está más cerca de una historia de la ciudad para dummys (o, en realidad, para extranjeros) que de 'Diario de un ladrón', de Genet, aunque su calidad aguanta la vocación con la que seguramente nació el libro (tiene pinta de encargo) para imponerse como una visión a ratos solvente, pero en otros personal. Tanto recuerda al dueño de un bar de la Plaça del Pi que imprimía su rostro bigotudo en los sobres de los azucarillos como nos cuenta la anécdota de la ensaimada que le llevó Miró a Picasso.

Conclusiones cómicas

Barcelona tuvo en el siglo XIX su renacimiento, donde se intentó rescatar artística y simbólicamente el esplendor medieval de la ciudad. Y si en el siglo XIX se recordaba el siglo XIV, la Barcelona preolímpica recordaba el frenesí a vapor del XIX.

El libro es magnífico para repasar nuestra historia reciente. Y es divertido leerlo bolígrafo en ristre para comentar la jugada con el autor. Porque Tóibín, además de un gran escritor, no es un mero turista, pero algunas de sus conclusiones nos llegan algo sesgadas y suenan hasta cómicas. Cuando leo: “A los barceloneses no les interesa demasiado el alcohol, rara vez toman más de una copa en un bar y, a menudo, pueden pasar toda la noche con una sola Coca-Cola”, tengo que apuntarle en el margen: “Colm, amic, tuviste mala suerte. Fuiste con ese tipo de barceloneses que te dejan tirado en un 365 antes del TN, pero créeme que no somos tan tranquilitos”. Y cuando dice del Palau de la Música que es “Un edificio de ensueño que parece financiado por un rey loco y diseñado por un arquitecto con más imaginación que sentido común. De algún modo, no parece algo serio”, no puedo evitar pensar en Millet y decirle a pie de página: “¡Si tú supieras!”. Es gracioso cómo detecta a trepas de nuestra fauna cultural y cómo, con algunas graciosas distorsiones, atrapa nuestro carácter. Barcelona es más ella cuando la mira un escritor como él.

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