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Vista aérea del Eixample.

Vista aérea del Eixample. / XAVIER JUBIERRE / Bcn

Miqui Otero

Miqui Otero

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Hay novelas de Barcelona que parecen escritas por técnicos del departamento de urbanismo, o por guardias urbanos, o por notarios, o por una IA a encargo del departamento de marketing de una marca. Y luego hay otras que llevan la firma de un vecino: es decir, de un barcelonés que vive; o sea, de una persona que mira.

Quiero sumar un nuevo título, recién editado, a las últimas. 'Empujar el sol', de Dioni Porta (Pepitas de Calabaza), es una historia a escala humana que se asoma a la intimidad de un piso del Eixample, esa retícula donde uno diría que no pasa nada. Y retrata la vida de esa gente que te cruzas (en el ascensor, en la pista de petanca, en un 'fornet' asediado por 365) a cualquier hora del día y que a la pregunta de qué te pasa respondería: nada.

Porta se cuela en uno de esos pisos convencionales, pero donde vive un trío atípico. Estanis, un jubilado endeudado que cada mañana saluda al sol con una postura de un taichí con trazas de bricolaje místico, comparte techo con su esposa, Cloti, aquejada de alzheimer y obsesionada por la belleza de las contraseñas de sus dispositivos, y con su insoportable cuñada, Elvira, ambas condenadas a vivir en silla de ruedas.

Decía un matemático del siglo XVII que todo lo malo nos pasa por salir de casa. Bien, Estanis no opina lo mismo. Las dos mujeres lo retienen dentro, pero él desea salir fuera. Tampoco es que sueñe con travesías transoceánicas: su anhelo se limita a expediciones a la farmacia y a escapadas al Bar Danubio, en la misma manzana donde vive.

Su mesilla de noche lo define: ahí tiene un calcetín granate desparejado que no se decide a tirar a la basura por si reaparece su antigua pareja y una mandarina liofilizada, souvenir del gran error de su vida: cuando se arruinó por una mala inversión (casi una estafa) y por, en fin, su mala suerte.

Secretos peliagudos

Estanis nos cuenta sus miserias (cuidar de dos personas dependientes) y sus pequeñas alegrías (ver 'Saber y ganar', fumar a tres bocas para matar tiempo y hacer piña). Parece un anciano venerable, con un excedente enternecedor de energía, pero se nos va revelando como un narrador poco fiable, que quizá esconde secretos peliagudos.

Es 'Empujar al sol' una novela de risa triste, una casa de muñecas poco aparatosa pero perfecta en sus dimensiones. Nos habla de la vejez, que es (sobre todo la urbana) casi un disfraz de anonimato. Pensamos, desde la soberbia idiota de la mediana edad, que todos los adolescentes y todos los ancianos son iguales. Y, sin embargo, son los únicos que, liberados de las presiones laborales, tienen tiempo para reflexionar sobre lo importante. Al fin y al cabo, cuenta Zweig que en la Viena de entreguerras estaba de moda ser viejo: los estudiantes fingían miopía y caminaban con bastones de pega. E Hidrogenesse cantaban que “los viejos son el futuro”.

Porta habla aquí de la calle, en una novela que casi no puede pasear. Y retrata el macramé de sofocos y deseos de una comunidad que, muy a menudo, ni siquiera sabe que lo es. Todo ello en una gran ironía dramática, porque a esas vidas se acerca la pandemia: el lector lo sabe, pero ellos no. Así que se entretiene Eslanis con sus saludos al sol, sus timbas de póker y con reflexiones preciosas, como esta: “La pasión no es la euforia, que es un cubo agujereado; la pasión es la paciencia profunda que le regalamos a una convicción”. Algo así es esta novela barcelonesa.

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