Conde del asalto

El mirador de Barcelona donde solo caben dos personas

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El mirador más íntimo de Barcelona: solo tiene capacidad para dos personas.

El mirador más íntimo de Barcelona: solo tiene capacidad para dos personas. / M.O.

Miqui Otero

Miqui Otero

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Si el lector es de los que, cuando está agobiado, encuentra consuelo en ir a un sitio elevado para ver todo, incluso los problemas, más pequeños, existe un sitio ideal para hacerlo.

Un lugar desde el que la Sagrada Família tiene apenas el tamaño (y el color y, bueno, la forma) de un castillo de arena húmeda que un niño levanta en la playa, los coches son de Scalextric, los contenedores del puerto logístico son piezas de Tetris y la torre Agbar guarda las proporciones exactas de un, en fin, consolador.

No hablaré hoy de un lugar recóndito, ni de uno de esos spots secretos (secretos a voces en portales de tips para turistas y expats), sino de uno de los sitios más visibles de la ciudad. Cualquier película apocalíptica lo elegiría para ilustrar que Barcelona ha caído en desgracia. Está ahí, desde siempre, muy a la vista, pero precisamente por eso, porque es la imagen más conocida e icónica, nadie la ve, tal y como tarda en aparecer 'La carta robada', la del relato de Edgar Allan Poe.

La persona más alta de Barcelona

Seguramente a estas alturas sigue el lector sin adivinarlo, así que daré una pista: es la persona más alta de Barcelona. No, no es Roberto Dueñas ni Pau Gasol (ni Albiol, que está en Badalona). Mide siete metros, pero eso no es lo importante. Lo memorable es su dedo: 50 centímetros.

¿Pero qué señala el dedo? Bien, el dedo debería señalar a América pero señala al mar. Así que se puede decir que es como uno de esos borrachos que bajan las Ramblas señalando al azar cualquier tienda de souvenirs exclamando, sin tener ni idea: seguidme, conozco el camino. Porque señala hacia el mar, pero no señala a América. América queda hacia el otro lado, así que para señalarla debería apuntar hacia el lugar por donde baja el borracho: es decir, hacia las Ramblas.

Quizá nuestro personaje, al que subir cuando uno tiene problemas y quiere relativizarlos, vaya también borracho. O, peor aún, fumado. Decorando el fuste de la columna sobre la que se posa, una columna de hierro de estilo corintio que alza al personaje a unos 57 metros de altura, hay (esto sí que pocos lo saben) diez hojas de cannabis. Se puede decir que el tipo más alto de la ciudad inventó los porros, porque trajo el tabaco del lugar al que viajó, pero ya en el camino de ida iba cargado de cáñamo. No digo que se lo fumara: lo empleaba para las velas y cuerdas de fibra de cáñamo y para calafatear los huecos del casco del barco, para mantenerlo impermeable.

Dentro de esa columna hay un ascensor, que fue el primero (en un inicio, hidráulico) de la ciudad. Cuando lo estrenaron, a finales del XIX, el alcalde se quedó encerrado un buen rato. Ahora es seguro. Yo me subí en él hace unos días, después de toda una vida viendo el monumento desde fuera. Encontré la puerta entre los leones, bajé unos peldaños hacia el sótano y compré el ticket para meterme en el elevador, con una capacidad para dos personas y el ascensorista. Llegué a esa semiesfera acristalada que ofrece unas vistas panorámicas de la ciudad impresionantes, solo un poco veladas por los motivos vegetales de hierro que la adornan.

Sin colas

No hice cola ni tuve que esperar. Llevaba décadas pensando en entrar. Recuerdo que un amigo mío incluso llevaba allí a veces a sus ligues adolescentes (me decía que como no caben más de dos personas en el estrechísimo mirador, allí encontraba la intimidad con vistas; quizá mentía).

El otro día, en fin, subí al mirador de la estatua de Cristóbal Colón

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