Conde del asalto

Modgi con Séneca (el cruce donde más se ríe de toda Barcelona)

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El cruce donde más se ríe de la ciudad.

El cruce donde más se ríe de la ciudad. / M.O.

Miqui Otero

Miqui Otero

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Cuando aún no he entrado en el teatro, una hora antes de la primera risa, ya sé que ir a ver el monólogo del tipo más gracioso de Catalunya, Magí Garcia (Modgi), es un acierto. La pista me la da, a solo unos metros de la puerta, el dueño de uno de mis bares favoritos. “Cuando actúa Modgi, hasta la gente que viene al bar es más divertida”, me dice Fernando, detrás de la barra del Soto’s, al lado del póster gigante de Héctor Lavoe y de esos cuatros fuets de diferentes tamaños que juntos parecen una marimba.

La segunda pista la descubro al lado de la marquesina del Teatre Jove Regina. Ahí, la placa de la calle: Séneca, como ese filósofo del que he leído títulos tan luminosos como 'Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad'. Ah, la felicidad de la vida (aunque es cierto que luego intentó suicidarse con un chupito de cicuta -y también que, bueno, no funcionó, así que tuvo que ir a un baño caliente, donde finalmente el vapor lo asfixió, gracias al asma que padecía-).

Guasa con sustancia

No es por compararme con Séneca, pero yo tenía asma en el pasado. Y en el magnífico Regina, del tamaño idóneo para un monólogo, amplio pero recogido, lo tengo muy presente, porque hay ácaros como para montar una Via a la Independència en 2013.

Ningún problema: durante el show encadeno los ojos llorosos por la alergia con los ojos encharcados por la carcajada. Modgi da (y dará: seguirá con sus monólogos allí durante tiempo) un recital de comedia triste, de risa congelada, de guasa con sustancia. De la crisis de la mediana edad (“La peor de las Edades Medias”, decía Byron) a la paternidad no tan idílica, con énfasis en las personas demasiado dinámicas como encarnación del diablo. Chistes desternillantes sobre la diferencia entre nen y nan y sobre tipos que se saludan con el tercer ojo (la traslación al humor de esa tribu walibri, de Papúa Nueva Guinea, que se saluda agarrando el pene del saludado). También duelos de miradas con ancianas mefistofélicas y desprecio por el propio cuerpo. “Estar contento con tu cuerpo es muy fácil: solo tienes que aceptar que es asqueroso y seguir con tu vida”, decía Louis CK en uno de sus stand-up.

La crisis de los 40

El monólogo de Modgi, 'Quanta dignitat', va de muchas cosas, sí, pero la melodía dominante es la crisis de los 40: esa edad en la que se te pone cara de Bisolgrip Forte, le das la vuelta al jamón para descubrir la parte más seca y, sobre todo, te empiezan a ofrecer productos financieros mortuorios en el banco, rozando la retórica mafiosa (dios no lo quiera, pero si tienes un accidente…). Primero quieren que trabajes y luego que pongas tu dinero a trabajar. De un vendedor, de esos que mueven mucho las manitas y huelen a colonia con nombre de Youtuber, piloto o actor, Modgi llega a decir: “Bajaré por el Passeig de Gràcia inundado y tu fémur será mi remo”.

El público de Modgi, en parte el de La Sotana, es más joven, pero para mí escucharlo es como mirarte a un espejo (uno de esos del Tibidabo) y que el tipo que ves cuente lo que sientes, de forma lúcida y deformante, mucho mejor que tú. Y que encima te rías. Mucho. ¿Demasiado? Supongo que está relacionado, pero a esta edad, cuando ya empiezas a mear en morse, aguantar todo un espectáculo se puede complicar si has tomado cerveza antes. Fue el caso. La doble retención de orina por la risa y por la edad fue mágica. Aguanté, claro, sin prisa. Escribió Séneca (¿o fue Modgi?): “No hay que correr. Cuanto más rápido te diriges hacia la felicidad, más se aleja si vas por la vía equivocada”. 

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