Morros y balones de fútbol en la mejor terraza de Gràcia

Dice Esther L. Calderón en 'Pipas', su primera novela, que algo se pierde para siempre la primera vez que te llega una pelota de fútbol botando, con la que hace unos segundos jugaban unos niños, y tú no sientes la necesidad imperiosa de chutarla.

Bien, no es mi caso. Camino por un pasillo del estadio del Club Esportiu Europa, al trote por las ganas de aliviarme en el baño, mientras un balón de los estrenos sale del césped y dibuja un arco para quedarse botando a dos metros de mis zapatos Clarks. Aunque las ganas de orinar son urgentes, corrijo mi trayectoria, piso el balón, lo levanto con un movimiento que le vi a algún lateral del Barça en su presentación y, pam, lo devuelvo al terreno de juego.

Lo confieso: un poco más y le doy de pleno a la coronilla de uno de los chavales que están entrenando. El resto se ríen. ¿Quizá de mí? Aun así, llego feliz al retrete: en la cisterna, dos pegatinas. Un logo de The Elements, con dos puños entrechocados, y otro de una skinhead girl con un stick de hockey sobre el lema: Defensem els colors, defensem la ciutat.

Fundador de la Liga

La marquesina de la terraza del bar de este ilustre club de barrio, fundador de la Liga en 1929, también está llena de pegatinas de grupos que apoyan al equipo. En las mesas rojas, cañas y cafés de padres, madres y abuelos que pasan la vida mientras sus retoños golean. Alguno de ellos, de espaldas y con la mirada en el césped, parece una versión, imaginada por Nick Hornby, del cuadro aquel romántico del 'Caminante sobre el mar de nubes'. Porque hoy llueve y Barcelona es más Manchester, o Belfast, que Barcelona. Y esta terraza, más que a un simple bar, recuerda al set de rodaje de una de esas hermosas, y orgullosamente conscientes de su clase, películas de Ken Loach o Stephen Graham.

Cuando llego a mi mesa, donde me esperan Marc y Jordi, las cañas ya están mediadas y el plato de generosos morros, especialidad de la casa, severamente diezmado. Charlamos sobre discos, sobre logística familiar con críos, sobre el último derbi entre el Europa y el Sant Andreu y sobre el próximo, este domingo. La rivalidad entre los dos equipos es máxima, últimamente, algo difícil para mí, que simpatizo con ambos (mis suegros viven a tiro de piedra del Narcís Sala, donde el bar, como los cánticos y los ideales, es muy parecido a este). Cuando arrecia el pelete y la lluvia, Marc y yo nos metemos en el bar.

El bar, por cierto, es tan cercano que tiene nombre de persona: La Chus. Ella lleva tres décadas al frente, sirviendo charla, callos y peus de porc. Hay gente que es más hooligan de La Chus que del delantero centro, y no me extraña. En las paredes, de gotelé, cuelgan orlas de equipos de infantiles, pero también instantáneas históricas, como esa de europeístas marchando un 11 de septiembre de 1936 (el equipo pasó a control revolucionario y hasta 18 jugadores fueron al frente). También hay un recorte de diario, titulado: “Messi jugaba en el Europa… de pequeño”, porque un alevín hizo del 10 infantil en un anuncio de Adidas hace unos años.

Quizá abajo esté entrenando el niño que hará de doble de Lamine, o incluso el nuevo Messi. Pero eso, la verdad, no es tan importante. Sí lo es que en estas mesas de formica hace un rato estaba el entrenador del primer equipo. Sí lo es que brinden abuelos en anorak por el gol de su nieto. Sí lo es que los morros sigan estando tan buenos y las conversaciones, y las ganas de patear pelotas distraídas, tan vivas. 

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