Conde del asalto

El secreto de las sevillanas de Barcelona

Se llama a la puerta tirando de un cordel. Por este local de Barcelona han pasado Lola Flores, Camarón y Jean Paul Gaultier

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Los juaneles, clases sevillanas

Los juaneles, clases sevillanas / ANA C. BAIG

Miqui Otero

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Ahí está la pared, que separa tu vida y la mía, dice la canción. Pero, un momento, porque además de la pared, y de la puerta de entrada de madera y vidrio marrón esmerilado, hay un cordel blanco muy fino.

Hay sitios a los que se entra pulsando un interruptor, diciendo una palabra clave o introduciendo un código numérico secreto, pero jamás había visto un finísimo cordel en una entrada. Lleva unas cuatro décadas en el número 4 de la calle Aldana y lo que esconde es tan asombroso (y audaz y popular) como el propio cordel. Imposible no tirar de él, oír el “meec” y descubrir el secreto mejor guardado.

Mesitas con tablao al fondo en Los Juanele.

Mesitas con tablao al fondo en Los Juanele. / M.O.

Si decidís pasaros por allí y hacer ese gesto, viviréis un doble viaje: sea el mes que sea, apareceréis en abril, pero es que además viajaréis a Sevilla. Una sorpresa pese a que la entrada ya da pistas: el cordel está al lado de unas persianas alicantinas de color verde donde se promete rebujito, croquetas de jamón ibérico y tortitas de camarón, y debajo del cartel del local, llamado Los Juanele.

Así que peregrinos, cogedme de la mano, porque dentro se ofrece un tablao, que es como una parada de feria, que es como un lugar impermeable a modas y años. El techo, de farolillos verdes y blancos, los mismos colores del mobiliario. Vírgenes del Rocío y cuadros de bailaores. Manteles a cuadros y taburetes de madera y rafia trenzada.

Verbena andaluza

Recuerdo unas navidades que tomé un vuelo con destino a Santiago. Cuando aterrizamos, miré por la ventana y, en lugar de la típica lluvia, vi un sol rabioso que me pareció, como poco, contradictorio. El caso es que no nos dejaban salir y fue cuajando cierto nerviosismo entre los pasajeros. Pasó una azafata y se le oyó decir: “Yo este marrón no me lo como”. El piloto, al cabo de un rato, no tuvo más remedio que reconocerlo: “Queridos pasajeros, estamos en Sevilla”. Luego explicó que las siglas de los dos aeropuertos se parecían (¿solo porque empiezan por S?). La anécdota, que pueden encontrar en las hemerotecas, no es más chocante que la sensación de viaje y atajo al entrar en Los Juanele. Hace un momento, bebíamos en un bar chino y, tras pasar por neobodegas de diseño y restaurantes de fusión, estamos en una verbena andaluza.

Pedimos cañas y un plato de jamón y siento la tentación de empezar a sesear. Los camareros son amabilísimos (otra prueba de que, a pesar de estar en Barcelona, y en concreto en Sant Antoni, no estamos del todo en Barcelona) y la gente, de todas las edades, desde ese tipo de dandy andaluz que parece que haya nacido con la camisa planchada al grupo de treintañeras jovial, charla tranquila.

De repente, como en un musical, a media croqueta o a media frase, se arrancan a bailar sevillanas. Al fondo, hay una parte de suelo acolchado donde dan giros y mueven la muñeca. Voy con Álvaro, que nos ha descubierto el sitio, y Abel, cuya familia es de Granada. Nuestro andaluz tiene ganas de ir a mear, pero para alcanzar el baño tiene que cruzar el baile y le da vergüenza que lo, por así decirlo, inviten a la sombra de los pinos.

Un secreto cerca del Paral.lel, cuyo faranduleo siempre se ha derramado más allá de la avenida de espectáculo popular, ya fuera en las varietés improvisadas y hardcore de O Barquiño o en las mesas del Rincón del Artista. Luego me entero de que por Los Juanele han pasado Lola Flores, Camarón y Jean Paul Gaultier, entre otros. Ya dijo Nanni Moretti que ver bailar (sobre todo a no profesionales) da ganas de bailar, pero también de vivir y de beber y de volver

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