Conde del asalto

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EL PERIÓDICO

Miqui Otero

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Antes de hundirse, las cosas y las casas (también las personas) tiemblan. Pero nadie prestó atención a la tiritera del Carmel, y de algunos de sus vecinos, hasta que se abrió un agujero de 35 por 20 metros en el barrio.

Accidente en el Carmel. Un socavón gigante. Vete a cubrirlo”, me dijo el jefe hace ahora 20 años. No pretendía que cubriera de tierra el boquete, sino que fuera a informar de lo sucedido: yo en ese momento era becario en un periódico.

Lo primero que hice fue buscar en el diccionario la palabra socavón: “Hundimiento del suelo por haberse producido una oquedad subterránea”. Cuando llegué ya habían desalojado a 1.200 vecinos. Entre ellos, una niña de nueve años, que en el futuro escribiría una novela preciosa y precisa, muy dura, sobre aquel momento.

Obras en la zona cero en agosto del 2005.

Obras en la zona cero en agosto del 2005. / GUILLERMO MOLINER / EPC

Durante semanas, subí cada día al monte. Me regalaban empanadillas en un colmado gallego, visitaba a los realojados en hoteles y hasta tenía un confidente que encabezaba sus SMS con una frase que hasta la fecha solo me habían dicho novias de adolescencia: “Tenemos que hablar”.

El momento más triste, pero también gracioso, el que más se acerca a la novela que escribiría esa niña, llegó cuando fletaron minibuses para que los vecinos recuperaran objetos personales. Llegamos a un descampado donde habían volcado dunas de cascotes y runa: los habitantes del Carmelo tenían que pescar sus recuerdos entre los escombros. Apunté: “Una muñeca tuerta, unas cartas de la mili de hace cuarenta años, un casete de Olé Olé o un ejemplar de La Caixa de Un mundo feliz. ‘Sí, la hostia de feliz’, ironiza Montse Miró, una vecina”.

Una historia de descuidos

Se sucedieron escenas tragicómicas hasta que un vecino estalló: “Esto no nos lo pondrían así, lleno de mierda y ratas, si la casa se hubiera caído en Sarrià”. El agujero abierto por las obras de ampliación de la Línea 5 llegó un mes después al Parlament. En el pleno, Maragall soltó un porcentaje: 3%. Al final, no se hundió Sarrià, pero la derecha catalana vio cómo se aireaban casos de corrupción por el cobro de comisiones en la concesión de obra pública.

En realidad, quizá no había sido tanto un accidente como la culminación de una historia de descuidos; más que un socavón, un abismo. Así lo veía esa niña, Maria Roig, que hoy acaba de publicar 'Ama de casa' (Lumen) donde cuenta el socavón mucho más allá de la definición de la RAE, la crónica periodística y la política institucional. Cuando ella esperaba su primera comunión, el concurso de cuentos de Coca-Cola y también el metro que conectaría su barrio con El Corte Inglés de Plaça Catalunya, mientras se agrietaban tanto el gotelé de las paredes como la salud mental de su madre, del matrimonio infeliz a la economía precaria. El temblor de su párpado, de sus piernas y de sus palabras es como el del agua en el vaso de 'Jurassic Park'.

La Biblioteca Joan Marsé fue un búnker para Roig, ahora convertida en la escritora de ese barrio como lo fue el novelista que le da nombre. Él hablaba de “la lucha cotidiana contra la miseria y el olvido”. Y eso hace ahora esa niña que se aferraba primero a la fe católica y luego a una vocación que emergió del hundimiento, eyectada como el balón que quieres esconder en el mar. La vocación de actriz y de escritora, para articular el pasado, interpretar el presente y tirar adelante con la promesa de otra vida más allá de la que te ha tocado. Del Carmelo al cielo.

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