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Lidia Anaut y Eduardo J. Montoya, en La Crema.

Lidia Anaut y Eduardo J. Montoya, en La Crema. / M.O.

Miqui Otero

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La escena arranca con un adolescente que entra en una tienda de discos. Se llama Pau y en realidad no entra, porque la tienda es un quiosco, en plena calle, en uno de los chaflanes de Borrell con Campo Sagrado. Quizá con la cabeza aún en el último examen, y con la mochila llena de deberes, mira el despliegue de color de todos los vinilos expuestos. Pinza uno que tiene, exactamente, el doble de años que él: '(What’s the Story), Morning Glory?', de Oasis. El disco, de 1995, quizá fue fundamental en la adolescencia de la pareja que ha abierto hace solo unos meses este comercio. El chico mira esa portada mítica, en la que dos tipos con camisa Oxford se cruzan por Berwick Street, en el Soho londinense. Hasta que lo gira y ve el precio. El disco es tan mítico como caro. Quizá no le alcance la semanada. “¿Me lo podríais guardar y ya vendré a comprarlo?”, dice. Eduardo J. Montoya contesta que sí, aunque no confía en que vuelva. Pero lo hace.

A partir de ese momento, cuando acaban las clases, Pau se deja caer por La Crema, ese quiosco de prensa (aquí compraba el diario el novelista Francisco Casavella, que vivía a 20 metros), que ahora vende vinilos, láminas de ilustradores locales, cómics y libros. Charlan de música. Tanto la pareja como el adolescente son muy fans de los Arctic Monkeys. A veces los escuchan ahí, en el quiosco. “Nunca pensé que podría ser amigo de los dueños de una tienda de discos”, le dice un día Pau. “Para mí también es raro, pero muy guay”, me dice Edu.

Es raro y es guay porque antes Edu, además de hijo del primer bajista de La Banda Trapera del Río (cuyo perro se llamaba Trapera), era diseñador y Lidia Anaut se dedicaba al márketing. Ambos habían tenido grupos, incluso uno juntos, Tú no existes, en honor a Astrud (si la tienda se llama La Crema es en parte por una canción de Sidonie). Vivían en Malta cuando les asaltó una idea: un quiosco de helados en el que se vendía música. Salvo por los helados (sí venden refrescos), su sueño se ha cumplido. Edu, de hecho, lleva mitones, la prenda de escritores victorianos y dueños de quiosco, porque deja los dedos hábiles para trabajar pero protege del frío de la calle.

El quiosco es, desde siempre, el templo de la cultura popular, porque democratiza el acceso a todo, en su día tebeos de Bruguera o colecciones ilustradas de novelas de aventuras, o en este caso, cómics underground y discazos. Lo es aún más en un barrio como Sant Antoni, donde cada domingo se celebra el mercado de libros de lance más grande de Europa y donde hay tiendas de discos usados como las de las Galerías Olimpia.

Aquí hay de todo, novedades y clásicos, que son novedades para quien los descubre, como Pau. Está el 'Motomami' de Rosalía o el 'Circles' de Mac Miller, pero también el 'No sé pué aguantar' de Peret o el de la Orquesta Platería donde suena la mejor versión de Pedro Navaja jamás grabada. “No vendemos nada que no nos guste a nosotros. Todo tiene que ser crema”, dice Lidia.

Pau piensa lo mismo. Tiempo después de conocerse, llevó a su madre al quiosco para presentarle a esos amigos. Parece que hay aprobación materna. Los de La Crema hasta le han hecho un regalazo de cumple al chaval. El 1 de marzo, para celebrar que Pau cumple 16 años, lo llevarán a La Nau a ver a un grupo de versiones de los Arctic Monkeys. Esto sale en una novela de Nick Hornby y no te lo crees, pero la vida a veces es aún más fotogénica que las novelas. Y todo puede pasar en una tienda de discos, sobre todo si está en plena calle.

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