Rutas insólitas
Barcelona Singular: El Putxet, el barrio rompepiernas más fascinante
Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, te invita a fortalecer gemelos por este sorprendente barrio. Descubre tesoros con vistas
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Vistas desde el parque del Turó del Putxet. / Marc Piquer


Marc Piquer
Marc PiquerPeriodista
Soy periodista desde 3º de EGB, vecino de Can Macians, en les Corts y visitante habitual del resto de barrios de Barcelona, unos 150 según mis cálculos. Me gustan todos, y me gusta casi todo. Quizás un día me veis desayunando un plato de cuchara en el Carmel o en Sarrià, y al siguiente, zampándome unos 'pancakes' en el Raval o la Vila de Gràcia. Ando mucho y, a veces, descubro cosas. No sé guardar secretos. Si quieres que te hable de mis hallazgos, sígueme y te los cuento.
Basta con situarse en cualquier calle que se encarame hasta lo más alto del barrio para titubear sobre si merece la pena el esfuerzo. Son 100 metros de desnivel, pero ya que estamos, subamos, que fortaleceremos los gemelos mientras nos adentramos en el tupido paisaje de coníferas y de rarezas arbustivas que es hoy el parque del Turó del Putxet, pulmón verde de este vecindario rompepiernas. Colinda con el Bosque Bertrán, un paraíso privado infranqueable. Otros tesoros, en cambio, sí son expugnables y te invito a conocerlos de camino al mirador de esta pequeña montaña para hacer incluso placentero el palizón.
1. Un museo en casa
La Fundació Cultural Privada Rocamora

Casa Rocamora. / Montse García
Una de las fincas damnificadas por la construcción del cinturón de ronda fue la increíble Casa Tosquella, pero hubo otras, sin ir más lejos su vecina, propiedad de Manuel Rocamora: le arrancaron parte del patio. “Y eso que con el alcalde Porcioles mantenía una amistad”, me cuenta Bel Vallès, cofundadora de Cases Singulars. Aquel despropósito se ha visto de alguna manera compensado con la tarea que lleva a cabo la Fundació Cultural Privada Rocamora (Ballester, 12), creada para garantizar la conservación y divulgación del patrimonio que el edificio atesora.

Casa Rocamora. / Montse García

Uno de los abanicos de la Casa Rocamora. / Montse García
Fue por imitación de sus progenitores -una familia burguesa que se enriqueció fabricando jabones y bujías en América- que Manuel Rocamora Vidal (1892-1976) se aficionó a coleccionar todo tipo de cosas. Empezó reuniendo cerámicas de Alcora, siguió con los vestidos de su madre, y ya no paró: reclamos publicitarios, un móvil de la taberna Quatre Gats hecho por Picasso, un prototipo en bronce del monumento a Colón, binoculares del Liceo, abanicos, unos ochenta autómatas, muñecas, zapatos, pinturas, barajas… y ¡mascarones de proa!

Casa Rocamora. / Montse García
Su interés por los globos aerostáticos está a su vez muy presente, tanto en recipientes y relojes como en la biblioteca, especializada en aeronáutica. Las visitas de Cases Singulars finalizan en el jardín romántico. O mejor dicho, en lo queda de él. Me pareció entender que Porcioles no fue el único culpable. La venta de una parcela habría permitido a los herederos sufragar unas obras en este palacete isabelino, cuyos suelos habían sido invadidos por las termitas.
2. Vidas de cuento
Villa Matilde, los jardines de Portolà y la casa de muñecas
La falda nordeste de la colina del Putxet era, hace 150 años, una ladera cubierta de viñedos. Fue Rosa de Portolà, viuda del terrateniente Casimir de Gomis, quien hacia el fin de su vida mandó urbanizar este sector, lo que dio pie a la construcción de torres de veraneo con sus respectivos jardines. Entre ellas, la de Àngela Ferreres (Portolà, 13), aunque apenas se distingue, oculto tras un muro, la valla de brezo y los árboles, su coronamiento en forma de cono.

Casa Àngela Ferreres. / Marc Piquer
Parece ser que durante la Segunda República residió aquí la Bella Dorita. No hace falta subir tanto para llegar hasta Villa Matilde (Portolà, 6), otra maravilla modernista que acogió el Col·legi Major Montserrat -actualmente alberga el centro de educación especial L’Alba-, y cuya parte trasera goza de un bello patio romántico en pendiente abierto a la ciudadanía.

Villa Matilde. / Marc Piquer

Los jardines de Portolà. / Marc Piquer
El casoplón de Delfí Guinovart y Núria Coma (Ferran Puig, 82) corrió peor suerte, y se derribó a finales de los sesenta para poder levantar grises bloques de viviendas. Por fortuna, se salvó una impresionante casita de muñecas hecha a escala infantil (Costa, 81), que reproduce fielmente en miniatura cada una de las diferentes estancias: el salón, el dormitorio, un baño completo y una cocina con dos fregaderos.

Casita de muñecas en Costa, 81. / Marc Piquer

Detalle de la casa de muñecas. / Marc Piquer
Continuas acciones vandálicas obligaron a tapiar puerta y ventanas, por lo que solo es posible ver el entramado cerámico exterior, tanto del tejado de 'trencadís' como de tres de las paredes que quedan a la vista, revestidas con baldosas troceadas o formando dibujos, y asimismo adornadas con máscaras de terracota.
3. Otro cine que perdió la batalla
El Edificio Jaume I

Edificio Jaume I. / Marc Piquer
El Putxet también tuvo su cine de barrio, el Jaime I, inaugurado en 1967. Su promotor, Juan Reverter, había adquirido tiempo atrás el Lido, el primero de la ciudad en incorporar pantallas panorámicas de 18 metros. Sin embargo, aquí la operación urbanística constaba de varias piezas: la sala de proyecciones; encima, un bloque de viviendas de seis plantas; y unas galerías comerciales con acceso tanto por República Argentina como por el passeig de Sant Gervasi. Para ello contrató al arquitecto Josep González Lloveras, cuyo anterior trabajo había sido construir otro cine, el Waldorf.
La aventura del Jaime I como local de reestrenos -”dotado con los más recientes adelantos de la técnica”- comenzó con el doblete en Technicolor 'Flirt, agente secreto' y 'Regalo para soltero'; y aunque en 1977 pasó a exhibir filmes en 'première' (debutó con 'Pinocho'), la pronta llegada de los videoclubes aceleró su decadencia. En su último periodo, programaba películas clasificadas 'S', y su andadura terminó en 1981 con 'Los embarazados', no precisamente una obra maestra.

Uno de los detalles históricos del edificio. / Marc Piquer
Más de cuatro décadas después, aquel cine y las tiendas anexas son un supermercado Consum y un párquing privado (av. República Argentina, 267-269). Pero existen trazas que todavía remiten al soberano que conquistó Valencia: un letrero en catalán con su nombre, dos bustos en alto relieve (uno en cada entrada) y varios apliques en la fachada que parecen sacados de un castillo.

La imponente escalera del edificio. / Marc Piquer
No hace tanto, en el vestíbulo de la finca había incluso un tapiz con una estampa de estilo medieval -“la presidenta no la quería y la quitó”, me confiesa una vecina-, y la barandilla de la imponente escalera estaba chapada en color dorado.
4. Menús explosivos
Granja Dolça Estona
En esta zona pudiente, verás gente adinerada almorzando en una terraza y disfrutando de los placeres de la sobremesa con el café, la copa y el puro. Por suerte para el granadino Ángel Ramírez, en el Putxet también hay paletas, pintores, oficinistas o porteros, que buscan diariamente dónde nutrirse sin que les cueste un riñón.

Cocina casera en la Granja Dolça Estona. / Marc Piquer
En la Granja Dolça Estona (Hurtado, 33) conseguirán su propósito, además de comer casero. A finales del pasado siglo, el dueño de La Conca d’Allà -antiguo bar de la calle Craywinckel en el que Ramírez había sido camarero- se quedó también este local muy cercano, y lo arrendó sin cambiarle el nombre para que lo administraran tres socios, entre ellos Ángel. “Nos estrenábamos un día de San Juan de 1997 pero ocurrió lo del Chupinazo”. Este potente petardo de fricción resultó defectuoso y causó graves lesiones a numerosas víctimas. A él le amputaron dos falanges distales. “Pensé que no volvería a trabajar”, relata. No solo pudo reincorporarse al trabajo sino que ha acabado asumiendo en solitario el mando del negocio.

Ángel Ramírez y Manuela Rodríguez. / Marc Piquer
Le ayuda su mujer, la cordobesa Manuela Rodríguez; y tiene un cocinero, Ramon Piqué, que hace los mejores callos de Barcelona (“eso me aseguran algunos”), listos ya para el desayuno. Aparte de menús, preparan por encargo espaldas de cabrito, y en Navidad, no lo dudes: llévate a casa su cochinillo.
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