Conde del asalto

El caso de la batería koala (y los hijos del rocanrol)

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Concierto de Me and the Bees con el hijo de la batería en el escenario.

Concierto de Me and the Bees con el hijo de la batería en el escenario. / M.O.

Miqui Otero

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Ya esperan en el escenario Esther, Carloto y Eli con sus instrumentos colgados como si fueran medallas, pero aún no ha subido la batería. ¿Está en la barra o en el baño o vendiendo las camisetas del grupo o pidiendo un piti o cualquiera de las opciones por las que un músico tarda en aparecer? No lo adivinaríais, pero hoy va a pasar lo nunca visto.

Este mediodía de frío sin nubes tocan Me and the Bees, uno de esos grupos radiantes que componen canciones como soles y que llevan varios discos, aunque últimamente han estado algo parados por la misma razón por la que sus fans nos encontramos de forma demasiado intermitente.

El concierto forma parte de Brindies!, un ciclo que durante cuatro domingos consecutivos programará bolos en sesión vermú en el Diobar, el sótano de un restaurante griego en Marquès de l’Argentera. La sala está llena, por el tirón de la banda, sí, aunque también ha ayudado ese Niñxs bienvenidxs del cartel. Hay un 20% de espectadores con dientes de leche, acaso fans de El Pot Petit, sentados en el suelo como apaches y esperando el primer redoble.

Dos niñas en primera fila.

Dos niñas en primera fila. / M.O.

Quien lo impedía hasta ahora era otro bebé. En concreto, el de la batería. Es la primera vez que verá a su madre en la oficina. O a los tambores. Se niega a abandonarla y a quedarse en manos de toda esa tropa de tiets que se encontraban hasta hace poquisímo a altas horas de la noche. Hemos visto a diputadas en el congreso y a activistas en una manifestación, pero jamás a una batería de rocanrol con su retoño convertido en mochila.

Como no subían, Esther le ha pedido a Joan Colomo que entretuviera al personal. Este ha mirado al público y lo ha deleitado con la canción que inspira la sintonía de Ladybug, la serie de dibujos de la superheroína. El grupo se le ha sumado en los coros. Gran aplauso mientras Vero subía al escenario con su hijo a hombros.

Bombo y latido

 Una vez arriba, lo gira en su regazo, de tal modo que el niño, que en la mano lleva un coche de Chase, el perrete más espabilado (pese a ser poli) de La Patrulla Canina, ha posado su oreja izquierda en el corazón de su madre. Que el bombo de una batería y el corazón de alguien a quien quieres suenan exactamente igual lo sabemos todos. Con esa postura, de grupo escultórico, da el 1, 2, 3, 4. Y poco después ya están bordando Scene. Ahí, tambor y corazón, bombo y latido, boom-boom.

En las biografías de grupos de la ciudad se suele hablar de cuando la actividad se interrumpía porque uno tenía que hacer la mili. En esas épocas solo tocaban tíos, por lo que si tenían hijos debemos asumir que un elfo (o, en realidad, la madre) se hacía cargo. Las cosas han cambiado, al menos en mi entorno.

Por eso, la idea de admitir a niños en estos conciertos es brillante para los adultos (mil encuentros) y para los mocosos (no se van a pasar toda la vida cantando El lleó vergonyós). Por eso, también, es tan bonito que Me and the Bees no escatimaran distorsión y velocidad, que estrenaran sus nuevas canciones que van sobre echar de menos a los colegas, que Vero tocara con su hijo a cuestas (fuentes bien informadas me dicen que el bolo le chifló hasta a Chase). Al día siguiente, Sarai, amiga del grupo, que yo conocí como dependienta de Discos Revólver y que ahora publica cómics musicales, manda el dibujo de una koala aporreando una batería con su cría al cuello. Esto, y no destrozar habitaciones de hotel, sí es rocanrol.

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