Rutas insólitas
Barcelona Singular: la asombrosa calle Rogent
Por esta rambla del Camp de l’Arpa se suceden las sorpresas. Marc Piquer, el tuitero explorador de @Bcnsingular, descubre los pequeños tesoros que la hacen inimitable
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Marc Piquer
Marc PiquerPeriodista
Soy periodista desde 3º de EGB, vecino de Can Macians, en les Corts y visitante habitual del resto de barrios de Barcelona, unos 150 según mis cálculos. Me gustan todos, y me gusta casi todo. Quizás un día me veis desayunando un plato de cuchara en el Carmel o en Sarrià, y al siguiente, zampándome unos 'pancakes' en el Raval o la Vila de Gràcia. Ando mucho y, a veces, descubro cosas. No sé guardar secretos. Si quieres que te hable de mis hallazgos, sígueme y te los cuento.
Es la arteria más comercial y genuina de entre todas las que nacen en la Meridiana, una rambla muy animada desde que fue peatonalizada a finales de los 90. En Rogent -donde terminan su trayecto las calles de Rosselló y Provença- se desvaneció el sueño de Cerdà de seguir expandiendo su ensanche hasta no dejar rastro alguno del barrio de Muntanya de Sant Martí de Provençals, que abarcaba tanto el Camp de l’Arpa como el Guinardó. A lo largo de sus cuatro tramos, se suceden las sorpresas; pequeños tesoros que hacen de este paseo un lugar inimitable.
1. Panes honestos
Forn Elias
Habrá tiempo de recorrer la calle entera de bajada, y de hartarse de ver panaderías -¡hay 11!- pero es esta la que reúne todos los ingredientes para que te encandile. El Forn Elias (Freser, 90) nació en 1917 fruto del amor entre una lavandera y el hijo de un fabricante de ladrillos. En la carretera de Horta donde coincidieron y se enamoraron, cogieron un horno en traspaso y se instalaron en la vivienda de arriba. Aquí empieza una historia de pasión por el oficio que ha perdurado generación tras generación. Y de resiliencia, puesto que Anna Elias -la nieta- tuvo ya muy joven que ponerse a currar como una leona. “Me siento responsable del legado familiar”, me explica. “Y también de su futuro”. A su hijo, Enric, le abrió las puertas para que aprendiera de los mejores, y el chico no defraudó: con 25 años fue subcampeón en el Mondial du Pain de 2021.
Sin dejar de ser un comercio de barrio, honesto y que hace vecindad, el Forn Elias asume con frecuencia nuevos retos. “No me da miedo probar y equivocarme”, admite Enric. “Al inicio los 'panettone' no salían como quería. Ahora hago de cuatro clases durante meses”. Y es que, si bien los panes especiales y los del día a día -algunos tan tradicionales como el inencontrable 'llonguet'-, siguen siendo su máxima prioridad, es imposible no quedar prendado de cualquiera de las propuestas dulces. Mis preferidas: las cocas -a partir de una receta prestada por Joan Baltà-, las madalenas de zanahoria -a la venta los lunes- y los 'pains au chocolat'.
2. Capricho manchego
Mural de Don Quijote
Fueron los setenta unos años arquitectónicamente cuestionables. Al menos en Barcelona, donde la fiebre constructora liquidó de un plumazo centenares de moradas para alzar bloques infames. En Rogent, algunas resisten, como la retahíla de casas populares entre los números 82 y 90, que coexisten con un buen puñado de edificaciones impersonales. El del 114 lo parece, sin duda, hasta que uno se asoma al cristal de la entrada y descubre lo inimaginable.
Me cuenta Luis Tapia, un vecino, que el impresionante mural cerámico del vestíbulo, dedicado a Cervantes y a su obra célebre 'Don Quijote de la Mancha', lo encargó en 1977 el promotor del inmueble, cuyos orígenes eran, como no, manchegos. El hombre residió con su familia en el 4º piso, y se reencontraba con su tierra natal cada vez que salía a la calle o volvía de ella. El autor de este peculiar capricho fue Joan Nieto i Gras, 'el mago Gargot', un artista polifacético badalonés poco reconocido aun cuando trabajó para el mismísimo sha de Persia.
3. Modernistas con oficio
Institut Caterina Albert
Se trata del edificio más reputado de toda Rogent (número 51) , obra de 1911 de Antoni de Falguera y Pere Falqués, que al terminarlo ya sabían que no sería el asilo de mujeres sin hogar para cuyos fines se había concebido. Las epidemias estaban a la orden del día -en breve llegaría la de tifus- y la gente de allí se mostró temerosa de que las pobres desdichadas les contagiaran alguna enfermedad. Se decidió entonces trasladar aquí la Escuela Municipal de Artes y Oficios, que había ido cambiando varias veces de sede. En ella se daba formación técnica para ejercer de obreros rasos o capataces, fundamentalmente, en alguna de las fábricas textiles que abundaban en aquella zona. Hoy, este conjunto modernista alberga el Institut Caterina Albert (antes, Juan Manuel Zafra) de ESO y Bachillerato, y aunque destaca sobre todo por su fachada de piedra y ladrillo visto, con elementos decorativos cerámicos -como el escudo y el rótulo de mayólica-, tiene otra que da al patio de la calle Provença, y que pasa desapercibida. Dentro del centro escolar, se conservan vigas de hierro que refuerzan su carácter industrial, baldosas hidráulicas en aulas y pasillos, y unos bellos vitrales en lo que fue la biblioteca.
4. Una oca con pico de pato
La font de l’Ànec
Cuando Frederic Marès ya lo había dado todo y encaraba con orgullo la vejez, no tuvo reparos en aceptar un encargo del Banco Central para llenar de cabras, ciervos, gamos, lobos, jabalís y osos los jardines de Jaume Vicens Vives, entonces un recinto privado de la Diagonal promovido por la entidad financiera. Esculpir animales no era para él nada nuevo, ya que 40 años atrás nos había regalado un gallo y un pato, esculturas destinadas a embellecer dos fuentes públicas instaladas en el Eixample. Las dos aves de corral tuvieron suerte similar, pues mientras una migró del paseo de Sant Joan al cruce de la avenida Roma y la calle Aragón (actual plaza del Gall), un vecindario desagradecido hizo que la obra saliera por patas de la plaza Comas -que era su segundo destino- para acabar aterrizando en 1958 donde muere la calle Enamorats. En estos lares el pato ha encontrado por fin el cariño merecido. Tanto es así que esta explanada que se abre a Rogent desde hace poco se denomina oficialmente como toda la vida lleva llamándolo por error la concurrencia: placita… de l’Oca.
5. El toque latino
Colombia Viva
La comunidad colombiana es el colectivo extranjero que más ha crecido en los últimos años en Barcelona, y después de la italiana, es ya la más numerosa. La mayoría reside en la Sagrada Família, y por extensión, barrios cercanos cuentan a menudo con su presencia. Los primos Marino Alberto e Iván López, ambos de Medellín, no dudaron en abrir hace medio lustro lo que quizás le faltaba a la calle Rogent: un local de ambiente latino donde degustar desayunos y meriendas típicas del país cafetero: papas rellenas, 'pandebono', tortas... y alguna que otra invención suya, como los deditos de queso, que en realidad son gigantescos.
Pero no solo eso: en Colombia Viva (Rogent, 8) también cocinan huevos pericos, tamales tolimenses y 'vallunos' e incluso 'lechona', un cerdo relleno que se asa al horno ocho horas. Piensa que luego un zumo recién exprimido te ayudará a bajarlo todo: prueba el de lúcuma peruana, con propiedades muy beneficiosas. Te irás de allí rodando pero complacido.
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