Toma pan y moja
Los eternos bocatas de barrio de Barcelona
Aquí te sentirás en la vieja Barcelona. Reivindicamos el viejo bocata de siempre
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Planchados del bar Sanz. / Instagram

Son tiempos de bocadillos pijos. Pan de brioche, elaboraciones de alta cocina, ingredientes exóticos, 10 euros la pieza, la monda. Quizás por eso, apetece más que nunca reivindicar el viejo bocata de siempre, con pan de barra untado en tomate, carencia absoluta de ego y costes racionales. El eterno bocata de barrio que encontrarás, por ejemplo, en el bar Cervantes (Cervantes, 7), una de los pocos parapetos de autenticidad que le quedan al Gòtic. En este negocio de tradición familiar con mesas de mármol, uno se siente todavía en la vieja Barcelona. Su menú del día (cocina catalana de mercado) es uno de sus bienes más preciados, pero cuidado con los bocadillos de la casa. A mí me vuelven majara todos los de tortilla, especialmente el bocata de tortilla con queso. La pieza entera, hecha con pan de barra, of course, cuesta 6,50 €. Es un trabuco abundante, amarillento y rebosante de queso, que recomiendo consumir antes de jornadas estajanovistas: mil veces mejor (y más sano) que un cubo de taurina.
En el Born, otra área en peligro de gentrificación, también hay bocatas de barrio, vaya que sí. Y si no, que se lo pregunten a la clientela fiel del bar Sanz (General Alvarez de Castro 5), templo de los planchados a la española que no toma prisioneros desde 1973. Los bocadillos especiales llevan nombres curiosos y cargan con calorías de calidad. Me quedo con el Calefactor, que ya estamos en otoño. Es una bestia parda con chistorra, bacon, jamón York, y queso. 4,50 medio, 6,90 el misil entero. Jugoso, rico, gocho y sin tonterías: una de las mejores planchas de Ciutat Vella.
Y cuando toca darle amor al clásico de clásicos, es decir, el bocadillo de jamón ibérico, mi radar siempre marca el mismo punto: Lauria 2 (Roger de Llúria, 2), con el incombustible señor Hilario al mando. El bar parece una foto de otra época y se ha ganado el respeto del pueblo merced a sus torreznos de Soria y su bocadillo de jamón ibérico (y vaya jamón). Lo pone en un pan de flauta infinito, crujiente y ligero, para que la generosa ración de jamón (cortado al momento) acapare los flases en mi boca. Don Hilario acompaña el bocadillo con cachos de torrezno y patatas fritas de boniato, para que no me aburra. El maestro juega en otra liga, en otros tiempos. Como sus bocadillos.
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