Así torturaba y espiaba la policía secreta de Franco

A la represión en las calles le siguió una larga historia de palizas en los calabozos que nunca se ha contado

Tenían licencia para pinchar teléfonos sin orden judicial, llenaron las fábricas y las universidades de chivatos y torturaron hasta la muerte a opositores al régimen. Pero casi medio siglo después de la muerte del dictador, sigue sin conocerse toda la verdad sobre la Brigada Político Social. Ahora, una nueva investigación ha arrojado luz sobre las relaciones de la policía secreta de Franco con la Gestapo y la CIA y los métodos que emplearon para mantener a los españoles sometidos bajo su yugo durante 40 largos años.

Textos: Juan Fernández
Fotos: Manel Armengol
Ilustraciones: Andrea Hermida-Carro

Entre las incontables páginas infames que la dictadura de Franco legó a la memoria de los españoles, la de la Brigada Político Social (BPS) constituye una de las más turbias y escabrosas. Lo es por lo que se sabe de ella, protagonizada por oscuros agentes fanáticos del régimen amigos de la tortura y plagada de terribles historias de espionaje, represión y muerte de militantes antifranquistas, pero también por lo que a estas alturas se ignora de este siniestro cuerpo policial.

46 años después de la muerte del dictador, la secreta sigue haciendo honor a su nombre y un halo de misterio continúa envolviendo a la que Manuel Vázquez Montalbán definió como “la guardia pretoriana del régimen”.

No existe un relato canónico de su actividad ni se ha llevado a cabo una investigación pormenorizada que ponga nombre, números y hazañas a sus miembros. A estas alturas, ni se sabe cuántos agentes formaron parte realmente de este grupo policial en cada momento, ni se conoce un registro oficial de sus operaciones.

La 'secreta' mantuvo en pie al franquismo inoculando el miedo en la población

Tampoco hay forma de averiguarlo, como ha podido comprobar Pablo Alcántara, autor de ‘La secreta de Franco’ (Espasa), el estudio más reciente publicado sobre la BPS. Para documentarlo, el historiador topó con los muros de silencio hoy siguen imponiendo leyes como la de Secretos Oficiales, aprobada en 1968 pero aún vigente, que continúa impidiendo el acceso de los investigadores a multitud de archivos considerados clasificados.

Quedan los recuerdos de las víctimas, las informaciones periodísticas publicadas en la Transición y las anotaciones que reunieron en su día las agencias de inteligencia extranjeras. Testimonios que permiten reconstruir la película de terror que vivieron los españoles, sobre todo los opositores al régimen, durante 40 años.

Los calabozos de la tortura

La Brigada dependía directamente de los gobernadores civiles y actuaba en las principales comisarías del país. Sobre todo en Madrid, Catalunya y Valencia, pero también en País Vasco y Asturias, que es donde los movimientos antifranquistas estaban más activos.

El misterio que rodea a la Brigada Político Social contrasta con la marcada presencia que tuvo en la vida de los españoles hasta 1978, año de su disolución. “No eran cuatro policías sádicos dedicados a torturar antifranquistas. Era un complejo aparato represor que sostuvo firme a la dictadura gracias al miedo que inoculó entre la población”, señala Pablo Alcántara.

Creada al acabar la guerra civil para capturar guerrilleros huidos al monte, la organización policial fue adaptándose a la propia evolución del país y con los años pasó de perseguir simpatizantes de la República a infiltrarse en los centros de trabajo y las universidades para cauterizar células rebeldes antes de que se consolidaran.

"No llegaron a penetrar la sociedad tanto como la Stasi alemana, pero consiguieron llenar las fábricas y las facultades de chivatos dispuestos a delatar al primer sospechoso que detectaran", cuenta el historiador acerca de unos agentes que tenían carta blanca para pinchar teléfonos, violar la correspondencia y hacer detenciones arbitrarias sin autorización judicial en las que se pusieron en práctica distintas técnicas de tortura, como revelan los manuales de resistencia que distribuían entre sus militantes algunas formaciones clandestinas, como el Partido Comunista.

'El quirófano'

Consistía en tumbar sobre una mesa al detenido e inmovilizarle de pies y manos mientras se le golpeaba en el pecho impidiéndole la respiración.

'La bañera'

La técnica pretendía forzar a los detenidos a hablar introduciendo sus cabezas en recipientes con agua o excrementos para provocarles vómitos y sensaciones de ahogo.

'La rueda'

Varios torturadores rodeaban al detenido y lo golpeaban desde todos los ángulos a la vez hasta provocar su desfallecimineto

'La colgadura'

Consistía en colgar al detenido de las muñecas para que pendulara mientras se le iban golpeando distintas partes del cuerpo.

En ocasiones, las sesiones de tortura se fueron de las manos y acabaron causando la muerte de los detenidos, un contratiempo que solía camuflarse arrojando sus cuerpos por una ventana para simular un suicidio, como le ocurrió a los estudiantes universitarios madrileños Rafael Guijarro en 1967 y Enrique Ruano en 1969.

El estudiante y militante comunista José Luis Cancho también voló por los aires desde la segunda planta de la comisaría de Valladolid en 1966, aunque en su caso las heridas no fueron mortales y pudo sobrevivir para contarlo. Julián Grimau tampoco murió cuando lo lanzaron por una ventana de la sede policial de la Puerta del Sol de Madrid, pero al político del PCE le esperaba un consejo de guerra y una condena de muerte. Fue fusilado el 20 de abril de 1963.

'La secreta' aprendió técnicas de tortura y espionaje de la Gestapo y de la CIA

En 'La secreta de Franco', Pablo Alcántara llama la atención sobre la dimensión internacional de la Brigada Político Social, un aspecto poco investigado hasta ahora a pesar de su trascendencia. De hecho, el diseño original de este grupo policial tuvo una inspiración nazi y el propio Himmler, jefe de la Gestapo, viajó en persona a Madrid acompañado por varios oficiales alemanes para aleccionar a los agentes de Franco en las artes del espionaje, la tortura y la extorsión.

El jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, junto a Franco en una visita a España en octubre de 1940

El jefe de la Gestapo, Heinrich Himmler, junto a Franco en una visita a España en octubre de 1940

En la década de los 50, la recuperación de las relaciones diplomáticas entre España y Estados Unidos fue aprovechada por el régimen para poner en marcha a un plan de colaboración con la CIA que incluyó la visita de varios agentes de la secreta a las oficinas centrales de la agencia para mejorar sus técnicas. Al fin y al cabo, ambos cuerpos compartían el mismo objetivo: capturar comunistas.

Ficha del agente Ricardo Conesa que estuvo en EEUU para ser entrenado por la CIA como espía.

Ficha del agente Ricardo Conesa que estuvo en EEUU para ser entrenado por la CIA como espía.

Esta pátina internacional no libró a la Brigada del aire tosco y rudimentario que mostró a lo largo de su existencia como reverso de su carácter violento. En ‘Autobiografía de Federico Sánchez’, el escritor Jorge Semprún, que fue perseguido por la BPS pero nunca lo capturaron, define a la policía secreta franquista como “una mierda” y la acusa de operar únicamente “a base de palizas y confidentes”.

Al mando estuvo una generación de comisarios fanáticos del régimen y sin escrúpulos que, a pesar de las palizas que ordenaron y en las que participaron, jamás dieron cuenta de sus actos y siguieron en el cuerpo al llegar la democracia. Algunos fueron condecorados y ascendieron en el escalafón con la excusa de ser quienes mejor podían combatir al terrorismo.

Antonio González Pacheco

‘Billy el Niño’, el rostro de ‘la secreta’

Fue el más temible de los torturadores de la Brigada, el que más fuerte golpeaba en la sede policial de la Puerta del Sol de Madrid, el que más presumía de su carácter sanguinario y el que más denuncias acumuló, aunque ninguna le hizo pagar por sus actos. Tras morir de covid en 2020, el Congreso le retiró las condecoraciones que había conseguido a lo largo de su carrera.

Antonio Juan Creix

El carnicero de Via Laietana

Entre 1955 y 1968 estuvo al mando del equipo de la secreta que operaba en la comisaría de la Via Laietana de Barcelona, donde se hizo célebre su afición a torturar a los detenidos. Temido por el antifranquismo catalán, su carácter violento acabó siendo su condena y al llegar la democracia fue depurado del cuerpo. Se jubiló sellando pasaportes en el aeropuerto del Prat. Murió en 1985.

Melitón Manzanas

Torturador de etarras y víctima de ETA

En los años 60 se convirtió en uno de los policías más conocidos del País Vasco por la dureza que solía emplear en los interrogatorios, método que le sirvió para desarticular células de la UGT, el PSOE y el PCE antes de aplicarlo para torturar a miembros de ETA. Pero su nombre pasó a la historia por ser la primera víctima de atentado de la banda armada, que acabó con su vida en agosto de 1968.

Pedro Urraca

El cazador de 'rojos'

Bien relacionado con la Gestapo, Franco encontró en él al agente perfecto para capturar cargos republicanos huidos al exilio. A Companys, expresidente de la Generalitat, lo localizó cerca de Nantes y lo trajo a España para que fuera juzgado y fusilado. En Francia lo condenaron a muerte por colaborar con los nazis, pero en España siguió siendo un miembro muy activo de ‘la secreta’. Murió en 1989.

Roberto Conesa

El histórico

Empezó delatando a Las Trece Rosas en 1939 y terminó dirigiendo la Brigada en 1974. Entre medias, participó en las principales operaciones de este grupo policial. La CIA lo entrenó como espía y persiguió a desafectos al régimen dentro y fuera de España. Al llegar la democracia dirigió grupos policiales antiterroristas. Se jubiló en 1979 tras recibir varias condecoraciones. Murió en 1994.

Jose Manuel Villarejo

De la secreta a las cloacas de Interior

Antes de convertirse en el espía más famoso de España por grabar conversaciones privadas de multitud de políticos y personajes públicos, trabajó para la Brigada Político Social entre 1972 y 1975 en la comisaría provincial de San Sebastián a las órdenes del comisario Roberto Conesa. Fue condecorado por participar en la detención e interrogatorio de varios militantes de ETA y el FRAP.

El mismo grupo policial que torturó hasta la muerte a militantes antifranquistas también protagonizó pasajes chuscos y de pandereta, como espiar y detener a Rocío Dúrcal, Tina Sainz y otros artistas con motivo de la huelga de intérpretes de 1975 o grabar con magnetofón las homilías de los curas considerados “rojos” para extorsionarles, como le pasó en los años 70 al sacerdote Pedro Azuar, famoso en Lorca (Murcia) por comparar desde el púlpito las figuras de Jesucristo y el Che Guevara.

Pero Alcántara previene contra la tentación de ofrecer una imagen grotesca de la Brigada, más propia de una película de Torrente que lo que realmente fue: una historia de terror. “Quienes llaman ‘dictablanda’ al tramo final del franquismo, obvian que la policía estuvo espiando, torturando y asesinando hasta después de la muerte de Franco”, recuerda el historiador.

Muchos han fallecido ya, pero el relato de lo que pasó esos años en las comisarías continúa pendiente de ser contado. El realizador Mariano Barroso ha retratado recientemente a la Brigada en las series ‘El día de mañana’ (2018) y ‘La línea invisible’ (2020), pero el historiador echa en falta más producciones que expliquen al gran público, “sobre todo a las nuevas generaciones”, qué supuso vivir tantos años bajo la sombra de la policía secreta de Franco.

Desde 2015, Portugal cuenta con un museo sobre la Policía Internacional e de Defensa do Estado en el que están identificados los 4.418 agentes que formaron la temida PIDE salazista, los archivos de la Stasi son públicos en Alemania desde hace años y en Argentina el antiguo centro de torturas de la ESMA es hoy un museo para la memoria. “Sin embargo, a los españoles se nos ha hurtado un fragmento de nuestra historia reciente. Es una cuenta pendiente de la democracia de este país”, concluye Alcántara.

Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 24 de abril de 2022

Textos:
Juan Fernández
Fotos:
Manel Armengol
Ilustraciones:
Andrea Hermida-Carro
Coordinación:
Rafa Julve y Ricard Gràcia